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Amylkar D. Acosta desigualdad

La pole position

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Colombia puede caracterizarse como el país de las desigualdades: existen enormes brechas interregionales e intrarregionales, en los niveles de ingreso y la repartición de la riqueza, entre el campo y la ciudad e incluso entre las etnias y los géneros, amén de la desigualdad de trayectorias, siendo esta sumatoria de desigualdades la mayor fuente de sus conflictos sociales no resueltos.

Aunque la Constitución Política consagra en su artículo 7º que todos los colombianos somos “iguales ante la Ley” y tenemos “sin distinción, derecho a igual protección de la Ley”, como diría el gran escritor George Orwell en su obra magistral Granja animal, en Colombia “algunas personas son más iguales que otras”. Razón tuvo el caudillo liberal, asesinado alevemente el 9 de abril de 1948, Jorge Eliecer Gaitán, cuando afirmó que el pueblo lo reclama, lo que espera y a lo que aspira no es tanto a la igualdad retórica ante la Ley sino a la igualdad real ante la vida, porque, como se suele decir coloquialmente, el papel puede con todo.

Y lo que más contribuye hacer nugatorio el cumplimiento, en la práctica, de esta norma de la Carta Magna, es la desigualdad de trayectoria, que siendo la más injusta y reprobable de todas, subyacente a todas las demás es la que menos reconocimiento tiene. Me refiero a la temprana de edad de la niñez, cuyo desarrollo marca indeleblemente el curso de nuestras vidas. En las carreras de autos, previo a su iniciación, se hace un primer recorrido para determinar la llamada Pole position, una especie de preclasificación, de la cual depende el lugar a ocupar en la grilla de partida al momento de la largada. No todos, entonces, arrancan en el mismo orden, unos parten delante de los demás.

De manera análoga no todos cuantos hemos nacido y nacen en Colombia compiten en igualdad de condiciones, todo depende del lugar que les depara la pole position en la vida. Y qué es lo que lo determina? Son múltiples los factores, destacándose entre ellos la salud y la nutrición de sus primeros tres años de vida, pues es bien sabido que la desnutrición crónica se manifiesta en el retraso en la talla para la edad del infante, pero afecta también tanto el desarrollo físico como el cognitivo de quien la sufre, causándole al niño o la niña un daño irreversible e irreparable, que se convertirá en una tara con la que tendrá que arrastrar irremisiblemente por el resto de sus días. Los primeros mil días de existencia de la criatura son críticos, lo que se haga o se deje de hacer durante esta fase de su crecimiento es decisivo para su formación y desarrollo posterior, de ello debemos ser conscientes. El mayor desarrollo del cerebro, del lenguaje, de la motricidad y del pensamiento abstracto que caracteriza al ser humano se dan justo en esta etapa, que es irrepetible. Lo que se quiera hacer después, tratando de suplir lo que se dejó de hacer ya es demasiado tarde, el daño está hecho. De allí que influya tanto en dónde se nace y se crece en la suerte de los niños y las niñas.

Y según la más reciente Encuesta Nacional de situación nutricional, en Colombia 560.000 niños sufren de desnutrición crónica, uno de cada nueve y 15.600 padecen de desnutrición severa. Esto es aberrante. Y claro, casi siempre la desnutrición está asociada a la falta de ingresos y ésta a su vez a la falta de empleo, ambos están correlacionados con los altos índices de pobreza multidimensional que acusa nuestro país que es del 12.9% a escala nacional, pero en los centros poblados y rural disperso es del 27.3%. Es de destacar que este mismo índice de pobreza multidimensional en la región Caribe es del 21.4%, el doble del promedio nacional (¡!).

Colombia es un país de escasa y difícil movilidad social ascendente, porque la mayoría de las personas que por su precariedad y vulnerabilidad caen en la trampa de la pobreza o lo que es peor cuando heredan la pobreza, les es asaz difícil salir de ella. Ello obedece a que el piso es pegajoso y por ello cuesta mucho surgir desde abajo, nadando contra la corriente, como quien trepa una cucaña. Sólo consuela saber que, como dice el adagio popular, es mejor llegar a ser que haber nacido siendo.