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literatura

Meira Delmar, un solo amor

La escritora María Angélica Pumarejo ofrece un breve recorrido por sus pensamientos y reflexiones acerca de la poetisa Meira Delmar

Meira Delmar

Por: MARÍA ANGÉLICA PUMAREJO

Escritora – crítica literaria

En el año 2002 escuché a Meira Delmar en el auditorio de la Universidad del Norte, en Barranquilla. Era entonces el congreso de colombianistas y ella era la homenajeada en la última noche. Iba envuelta en un vestido de flores, como de antaño, iluminó de inmediato el escenario. Si evoco esa figura es porque honra su espíritu delicado, como señalaron todos los que escribieron sobre sus primeros libros de poemas, Vinyes, por ejemplo. Agrego ahora a esa imagen dos palabras: vital y lírica. Cargada de gritos que debió tallar en versos para dar cuenta de la hondura de su corazón. La fortuna de sus ancestros libaneses le guardó esa forma a la que se referían, el lirismo que hace de la imagen poética un borboteo casi inacabado.

Si de asistir al amor se trata, Meira lo hizo posible con su poesía. Allí lo sembró, lo regó, lo echó a andar, lo vio detenerse, erguirse a veces, bajar la cabeza, atormentarse, recibir el sol y la lluvia, atracar en el mar zafir, levar anclas, perderse.

Juana de Ibarbourou fue su mentora. A la publicación de su tercer poemario Verdad del sueño escribió a Meira: “Tienes un extraordinario buen gusto, con una pericia en la técnica y un salto de adivinación o premonición de la poesía que ya te afirman y te destacan luminosamente. Yo me iré antes que tú. No olvides, Meira, que he sido tu Casandra”. La había visto, la sacaba con estas palabras a la luz de su mano, la situaba en el besamanos de la poesía latinoamericana. Meira afirmaba con su poesía ese lugar, así su Soneto en el amor, en la primera estrofa: “Estoy, amor, en ti y en el dorado /desvelo de tu clima deleitoso, /con el ardido corazón gozoso /de su vivo tormento enamorado”, seguido del Soneto del olvido: “Ceñidura de espinas.

Mal olvido /que me sangras la frente atribulada /Medida de la angustia. Desolada /ciudad donde no muere lo perdido”. Si de asistir al amor se trata, Meira lo hizo posible con su poesía. Allí lo sembró, lo regó, lo echó a andar, lo vio detenerse, erguirse a veces, bajar la cabeza, atormentarse, recibir el sol y la lluvia, atracar en el mar zafir, levar anclas, perderse. Exploró las condiciones de ese amor, casi insaciable la palabra para decirlas, con la certeza que a dónde va la poesía no podrá ir el hombre. Las últimas dos estrofas de Canción triste son testigo: “Una tarde, una tarde, tu corazón y el mío /sentirán que se rompe lo que ahora los ata. /Como cuando se deja la orilla azul de un puerto /nos quedarán adioses temblando en la mirada /Y un día, sin quererlo, pronunciarás mi nombre /con la melancolía del que en la noche canta… /En medio del crepúsculo cruzado de palomas /yo, repentinamente, me llenaré de lágrimas”

En su primer libro, Alba del olvido, casi una adolescente, marca su conciencia contemplativa: “Nada tengo en el alma, /Ni una pena pequeña, /ni un recuerdo lejano /que me hiciera soñar… /Solo tengo esta dicha /de estar sola en la tarde /¡con la tarde no más! /Un silencio muy largo /va cayendo en el trigo, /porque ya el sol se aleja /y ya el viento se va; /¡quién me diera por siempre /esta dicha indecible /de ser, sola y serena, /un milagro de paz”. Estos versos pertenecen al poema Soledad, ya busca la poeta ser parte del milagro que ve mientras se ve a sí misma en él. Se sabe capaz de ser parte del instante, de la ida del día, no es necesario ser más. Insiste en lo mismo en el poema Inquietud: “Ir por estos campos, vagando…vagando /sin destino alguno, sin ningún afán… /No pensar en nada. No sufrir por nada /¡Nada recordar!” En la poesía de Meira hay una humildad preciosa de quien no se cree hacedor, solo parte. No está nombrando el mundo, no está por encima de nada, se cuela en la naturaleza, clama a los trigales porque la dejen caminar entre ellos, al mar le confiesa su amor “¡Yo vivo enamorada del mar! /Yo sé estar sola /junto a su inmensa voz, /mientras le caen gavillas /doradas de la luna /que tiene a veces forma /y destino de hoz…” Por casas viejas, por calles, aplastada por la belleza de Barranquilla de la que dice que “nació frente al alba /y el alba es buena madrina”, o bajo la lluvia, Meira está agradecida de andar en el mundo, de ser una de sus creaturas, de ampararse bajo cualquier clima, de caer rendida a las orillas. No hay ruptura, hay conciliación y reconocimiento, hay contemplación.

En Secreta isla, publicado en 1951, entrega de nuevo todos sus versos a su inevitable: el amor. No ahorra nada. Los poemas acarician con plenitud todas las sensaciones y los estados provocados. No se esconde, no se disculpa, no hay dobleces ni matiz en el sentimiento amoroso. Asistimos con estos poemas a la entraña del amor, diría que del amor imposible, acaso el único verdadero: “Deja que pase entre los dos el tiempo /sin que pueda mudarnos alma y alma /Hemos quedado fijos, uno y otro, /con impasible soledad de estatuas, /tu rostro al fondo de mis ojos quietos, /mi rostro en tu mirada”. También nos dice en el poema Raíz antigua: “No es de ahora este amor. /No es en nosotros /donde empieza a sentirse enamorado /este amor por amor, que nada espera. /Este vago misterio que nos vuelve habitantes de niebla entre los otros.”

No recuerdo bien todo lo que dijo esa noche allá en la Universidad del Norte, dijo sí que la vida era mejor por las tardes en la biblioteca departamental. Recitó sus versos de memoria, con su voz fuerte, por la que supe que había nacido para ser poeta y para ser libre. A pocas sillas de mí estaba Ramón Illan Bacca, escuchándola sin moverse, con el cuerpo adelantado. Debía tener alguno de sus ojos fijos en ella, pero le salían lágrimas de los dos.

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