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Las heridas abiertas del racismo

Por Víctor G Ricardo Analista político, excomisionado de paz El […]

Por Víctor G Ricardo
Analista político, excomisionado de paz

El caso de George Floyd ha llevado a los Estados Unidos, en especial a la comunidad negra, a recordar los peores disturbios raciales desde el asesinato en 1968 de Martin Luther King, el histórico líder de los derechos de los negros.

Los abusos policiales y el racismo, han llevado a fuertes protestas que se han extendido por decenas de ciudades e incluso en Washington llevaron a que la seguridad presidencial refugiara al presidente Donald Trump en un lugar de seguridad especial en la Casa Blanca.

Los hechos sucedidos en Minneapolis, donde un policía blanco se arrodilló sobre el cuello de George Floyd durante varios minutos, una vez ya estaba esposado y pese a sus continuos ruegos advirtiendo de que no podía respirar. Ese grito ¡I can’t breathe! se ha convertido en una de las motivaciones de las protestas que recorren el país americano y que incluso también ha llevado a protestas en otros lugares del mundo, como es el continente europeo.

Centenares de manifestantes han sido detenidos, mientras Trump amenaza con desplegar al ejército para poner fin a la violencia. Trump se está quedando solo en su defensa de la ley y el orden y en su amenaza a los gobernadores que no actúen con la suficiente firmeza. Mientras tanto, dirigentes sociales de minorías afroamericanas e hispanas están impulsando una revisión cultural y social en todo el país, en especial en lo que se refiere a la guerra civil, la esclavitud y la segregación racial.

Las heridas abiertas del racismo

Es evidente que se trata de una herida que no termina de restañar y que se abre de forma recurrente. Como primer paso de este revisionismo, algunos gobernadores han optado por retirar estatuas como el caso de la del emblemático general Robert Lee en Richmond, capital de la Confederación durante la guerra civil. También se están vandalizando, afectando no solo a los que son considerados símbolos de la esclavitud, sino que se extienden a figuras históricas que algunos asocian a los abusos a la población nativa.

Un segundo paso de este revisionismo se sitúa en el medio y largo plazo y consistiría en intentar mejorar las condiciones económicas y sociales de las minorías en los Estados Unidos. No cabe duda que la desigualdad social es uno de los grandes lastres de este país y a nadie se le escapa, según han escrito los mismos analistas americanos, que esta Administración ha hecho poco o nada por remediarlo.

Las encuestas demuestran que la mayor parte de los norteamericanos se solidariza con esta situación y entiende las protestas. La sociedad está, en resumidas cuentas, cansada de los abusos policiales y la impunidad con que actúan las fuerzas de seguridad.

Por su parte, la clase política, en especial los demócratas, también se han apresurado a posicionarse en este sentido. Incluso varios republicanos se han manifestado públicamente a favor de quitar los nombres de las instalaciones militares que estén relacionados con la Confederación, en contra de la opinión del presidente Trump, quien había dicho que de ninguna manera cambiarían esos nombres.

De la misma forma, los líderes republicanos en el Senado y en la Cámara de Representantes están buscando activamente propuestas de reforma policial y se han mostrado partidarios de consensuar con los demócratas una ley que ayude a erradicar el racismo y la discriminación del trabajo de los policías.

Sin embargo, no es la primera vez que Estados Unidos se enfrenta a sus demonios sin que, a pesar de los esfuerzos y el ímpetu del momento, se logre avanzar hacia una reforma legislativa que, por una parte limite el poder de la policía, y, por otra, adopte las medidas necesarias que reduzcan la desigualdad racial.

Las heridas abiertas del racismo

En esta ocasión se han conjugado tres elementos importantes que Trump no debería infravalorar: 1) el impacto económico y social del Covid-19 en los Estados Unidos y su cuestionada gestión de la pandemia. Millones de norteamericanos (en especial pertenecientes a las minorías) se han quedado sin empleo como consecuencia del cierre generalizado del país estos últimos meses, afectados además por la escasa cobertura sanitaria lo que ha generado un gran malestar social; 2) la personalidad del propio presidente, polarizador y polémico, defensor de la actuación de las fuerzas de seguridad, conocedor de lo que su público espera de él en cada momento; 3) el hecho que la muerte de George Floyd haya ocurrido a pocos meses de las elecciones presidenciales en las que Trump opta a su reelección debería ponerle sobre aviso a cerca del impacto que en sus posibilidades de victoria, pueda tener su gestión de un asunto tan delicado como la cuestión racial, en especial si se tiene en cuenta que el voto afroamericano es mayoritariamente demócrata.

Por su parte, el candidato Biden parece empatizar mejor con la causa afroamericana. A su favor, haber sido el exvicepresidente del primer presidente negro de la historia de los Estados Unidos. No ha arrojado gasolina al fuego con ocasión del asesinato de Floyd. Al contrario, se ha mostrado consternado por lo sucedido, pero también firme en la búsqueda de soluciones. Sería un acierto si finalmente elige como fórmula presidencial, tal y como se especula, una mujer y perteneciente a una minoría. A cuatro meses de las elecciones, el presidente Trump ha perdido fuerza y ve peligrar lo que era su deseo, una victoria más o menos cómoda.

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