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deforestación

Una muerte lenta

La Amazonía colombiana concentra el 66% de la deforestación nacional. El 60% del desastre ha sido causado por incendios provocados por colonos y campesinos movidos por la especulación de tierra, dinero y coerción de grupos al margen de ley.

La deforestacion está acabando con la Amazonía

Por: DIANA ANDREA GÓMEZ
Directora del Doctorado en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Colombia

El 18 de agosto el presidente Petro declaró que salvar la selva amazónica es un asunto de seguridad nacional. Y no es para menos cuando se trata de la vida misma. Cinco son los factores que deben tenerse en cuenta para que la Amazonía deje de estar en riesgo de perecer o convertida en un desierto como Parag Khanna lo vaticina para el 2050, de seguir como vamos.

El primer factor a atender es la población indígena. Los que en la práctica están luchando por la protección de la Amazonía son las comunidades indígenas, en un país donde asesinan a más líderes ambientales que en el resto del planeta. Es perentoria la protección a los indígenas conocedores de la vida en la selva y su conservación, extensiva a demás sectores de la sociedad civil como campesinos y ONGs ambientales que abogan por la protección del medio ambiente.

El segundo es enfilar baterías contra el fenómeno conocido como ‘apropiación global de la tierra’, término usado para describir y analizar la tendencia actual hacia transacciones de tierras comerciales (trans) nacionales a gran escala.
La rentabilidad de la tierra tiende a aumentar en los próximos años, ya que la población mundial crece y las restricciones sobre el agua y otros recursos naturales se vienen incrementando.

Teniendo en cuenta el crecimiento demográfico y la crisis climática, no es difícil suponer que la competencia por las tierras con potencial agrícola se incrementará en el futuro. El Estado debe hacer todo para ejercer soberanía y controlar el territorio amazónico y sus selvas con la presencia in situ de la Fuerzas Armadas.

“El proceso de adquisición de tierras por parte de actores ilegales, puede ser menos violento y perturbador”

Las comunidades en defensa de la Amazonía

La deforestación

Conectado con lo anterior está el tercer punto: la deforestación. Los árboles de la Amazonía generan el oxígeno que los vientos transportan hasta los Andes. A menos árboles en la Amazonía, menos agua y por ende menos vida habrá en la zona andina. Las variaciones del clima en ciudades como Bogotá dependen de lo que sucede en el Amazonas.

La Amazonía colombiana concentra el 66% de la deforestación nacional. El 60% del desastre ha sido causado por incendios provocados por colonos y campesinos movidos por la especulación de tierra, dinero y coerción de grupos al margen de ley.

La mejora de las condiciones de vida de la población en dichas regiones apartadas sumada a campañas educativas para revalorar lo propio, recuperando el conocimiento ancestral y los productos que da la tierra del trapecio amazónico, junto con campañas lideradas por la institucionalidad como las Fuerzas Militares para reforestar, como sucede en otros países, están a la base de un cambio de fondo respecto al futuro de la Amazonía.

Su ubicación estratégica facilita la acelerada valorización de los terrenos deforestados, y la lejanía y falta de infraestructura de transporte la convierte en espacio idóneo para la ilegalidad

Como cuarto factor producto del anterior está la protección de la biodiversidad. Colombia es el país más megadiverso del mundo por kilómetro cuadrado. Pero solo en los primeros cuatro meses de 2020, la región más biodiversa del país perdió 75.000 hectáreas de bosque: algo así como 1.000 millones de árboles. La colonización avanza de manera rápida y hace uso del fuego como método de conversión de bosques en pastizales. Los cultivos ilícitos penetran la matriz del bosque y facilitan el acaparamiento de tierras para la tala y producción maderera, a lo que se suma el uso de la ganadería extensiva, emprendimientos ilegales minero-energéticos y agroindustriales, infraestructura de transporte no planificada y praderización.

Su ubicación estratégica facilita la acelerada valorización de los terrenos deforestados, y la lejanía y falta de infraestructura de transporte la convierte en espacio idóneo para la ilegalidad. Tal riqueza como la que tiene Colombia en su biodiversidad debería ser objeto para la creación de un banco de semillas de toda clase, producto de una combinación de Expedición Botánica del sabio Mutis y Comisión Corográfica en versión del siglo XXI, cuyos hallazgos deberían ser estudiados y difundidos en la escolaridad y la vida universitaria como forma de apropiación del conocimiento por parte de las nuevas generaciones, reforzando nuestra identidad como nación. Así mismo, las multas a quienes atenten contra dichos ecosistemas deberían ser efectivas y muy onerosas.

Aún existe oportunidad de proteger el ecosistema

Soberanía alimentaria

El quinto elemento, concomitante con el anterior, es la necesidad de que el Estado colombiano abogue por la soberanía alimentaria ante el acaparamiento de tierras o land grabbing. Los gobiernos, principalmente en países en desarrollo como los de América Latina, tendrán que hacer valer su soberanía en beneficio de políticas agrícolas de orden nacional estructuradas y concebidas para el largo plazo.

Mientras esto no se haga efectivo, los actores ilegales y a veces foráneos buscarán anteponer sus intereses en un mercado donde el land grabbing es un proceso en plena evolución y valorización. Se trata de un fenómeno que no necesariamente viola la ley sino que aprovecha su imperfección o ausencia. Por ello, la ley debe subsanar vacíos y ser intransigente. Pero no solo es un asunto normativo, es también una manera de atacar la desigualdad y fomentar las iniciativas locales de protección y conservación, los cultivos de pancoger y a pequeña escala.

El proceso de adquisición de tierras por parte de actores ilegales, terratenientes, empresarios o agentes extranjeros puede ser menos violento y perturbador que las conquistas imperiales del pasado, pero puede llegar a ser devastador, ya que no solo se trata de la expulsión del indígena o el campesino, sino también del arrasamiento de la flora y la fauna del territorio.

El Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia, IDEAM, reporta que en el 2015, un año antes de la firma del Acuerdo de Paz, se deforestaron 124.035 hectáreas en Colombia. Un año después, la cifra había aumentado a 178.597 hectáreas, 44% más que el año anterior. Pero 2017 fue devastador: 219.973 hectáreas de bosque fueron arrasadas.

Y el resultado es la afectación que recibe la tierra, la cual en el actual modelo de desarrollo ha sido tratada como un bien más, un bien canjeable que representa el medio para acceder a una gama cada vez mayor de “mercancías”: alimentos, cultivos industriales, combustibles fósiles, minerales raros, agua y animales. El tratamiento dado a la tierra, le ha restado su valor intrínseco como bien en sí mismo determinante para la supervivencia humana. Del respeto y trato con que se le considere, dependen los ecosistemas y todos los reinos y especies.

En últimas, se trata de la tierra como ser vivo, sin el cual la existencia humana no es posible, pasando así del enfoque antropocéntrico a uno biocéntrico. Dos caminos a elegir se abren en este punto: el suicidio colectivo o la transformación inmediata del modelo depredador.

El Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia, IDEAM, reporta que en el 2015, un año antes de la firma del Acuerdo de Paz, se deforestaron 124.035 hectáreas en Colombia. Un año después, la cifra había aumentado a 178.597 hectáreas, 44% más que el año anterior. Pero 2017 fue devastador: 219.973 hectáreas de bosque fueron arrasadas. La tendencia continuó y en el 2021 se deforestaron 174.103 hectáreas de bosque según el Sistema de Monitoreo del Ministerio de Medio Ambiente. Solamente en el Parque Nacional Chiribiquete, hubo un aumento durante el 2021 del 13% de deforestación con respecto al 2020. Los departamentos más afectados son Meta, Putumayo, Guaviare y Caquetá.

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