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JAIME ARRUBLA Jaime Arrubla Opinión

Enseñanzas de la pandemia

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Director Revista Alternativa

La historia de la humanidad bien podría mirarse desde la perspectiva de las pandemias que han habido. En los primeros registros aparece la plaga de Atenas, en plena guerra del Peloponeso, 430 a.C., causada al parecer por fiebre tifoidea; exterminó a la cuarta parte de las tropas atenienses y a una cuarta parte de la población; duró cuatro años. La peste antonina, 165-180, posiblemente fue por viruela traída del Oriente próximo, murió una cuarta parte de los infectados, cinco millones en total. En el momento más activo de un segundo brote (251-266), se dijo que morían 5.000 personas cada día en Roma; dicen que cargó con el Emperador y filósofo Marco Aurelio. La peste de Justiniano empezó en el 541, el primer brote registrado de la peste bubónica se originó en Egipto, siguió a Constantinopla y, en su cúspide, mató a 10.000 personas por día, y por lo menos a un 40 % de los habitantes de la ciudad; continuó destruyendo la cuarta parte de los habitantes del Mediterráneo oriental. La peste negra en el siglo XIV; ochocientos años después del último brote, la peste bubónica regresa a Europa.

Comenzando en Asia, la enfermedad alcanzó el Mediterráneo y Europa occidental en 1348, al parecer llevada por mercaderes italianos que huían de la guerra en Crimea y mató a veinte millones de europeos, una cuarta parte de la población y la mitad en las zonas urbanas, durante seis años. La gripe rusa de 1889-1890, inició en San Petersburgo, ligeramente se expandió por Europa y América y causó una mortalidad del 1%, alrededor de 1.000.000 de personas en todo el mundo. La gripe española (1918-1919), comenzó en Fort Riley, Kansas, Estados Unidos, una letal cepa de gripe se expandió por el mundo. La enfermedad mató a 25 millones de personas en seis meses; algunos dicen que fueron el doble. Se desvaneció en 18 meses y la cepa concreta fue la H1N1. La gripe asiática de 1957 se originó en China y mató a más de 1 millón de personas en el mundo. La gripe de Hong Kong de 1968; causó cerca de 1 millón de muertes, en quince días, la mitad en Hong Kong, entonces territorio británico. Siguen las más contemporáneas, iniciando por la gripe rusa de 1977. El VIH/SIDA se considera pandemia debido a su rápida propagación; sus víctimas se estiman entre los 20 y 25 millones, sobre todo en África. El síndrome respiratorio agudo severo (SARS) de 2002 afectó a 8.098 personas, con 774 víctimas mortales, la gran mayoría en el Sudeste Asiático. La gripe A (H1N1), también conocida como gripe porcina (2009-2010), fue una enfermedad infecciosa causada por una variante del Influenza virus A (subtipo H1N1). La Organización Mundial de la Salud (OMS) la clasificó como pandemia durante catorce meses, se expandió desde su origen en Norteamérica a todo el mundo. Tuvo una mortalidad baja en relación a su amplia distribución (11-21 % de la población mundial infectada), dejando tras de sí entre 150.000 y 575.000 víctimas mortales. El ébola; desde su aparición en 1976 han ocurrido varios brotes de esta enfermedad, siempre en el África subsahariana, siendo el más importante el de 2014-2016, que causó más de 11.000 muertes. La actual pandemia de enfermedad por Coronavirus de 2019-2020, producida por el Coronavirus SARS-CoV-2, originada en la China, arrasó a Europa y se encuentra en todo su furor en América. También esta se superará y seguramente vendrán después muchas otras, cada vez diferentes y más sofisticadas y le corresponderá a cada generación de homo sapiens luchar contra ellas.

Los humanos han sido afectados por cientos o quizás miles de epidemias en el transcurso de los últimos millones de años de evolución. Todas nos han permitido salir más fuertes como especie desde el punto de vista biológico, pero la gran pregunta es lo que nos pueden haber enseñado como sociedad.

¿Pero qué va a pasar luego de la actual pandemia?, ¿qué enseñanzas le deja a la humanidad el momento que ahora vive? La pandemia actual ha revelado la verdadera cara de la humanidad, mostrándonos que este planeta movido por la economía de mercado, —en opinión del célebre filósofo Francés Edgar Morin, padre del pensamiento complejo—, no ha construido solidaridad entre los pueblos. Señala que “vivimos en un mercado planetario que no ha sabido suscitar fraternidad entre los países… El virus ha desenmascarado esta ausencia de una auténtica conciencia planetaria de la humanidad.” (El País de España, 12 de abril, 2020).

Efectivamente, quedó en evidencia que los países fuertes han estado más preocupados por su carrera armamentista, invertir en bombas y misiles que en fortalecer sus sistemas de salubridad, los cuales han sido endosados a los sectores privados en la economía de mercado, para que los establezcan autosostenibles. Por ello la pandemia los sorprendió; los cogió “con los pantalones abajo”; sin contar con los adecuados equipos para aprovisionar al personal de salud que debería enfrentar la pandemia, convirtiéndolos en “carne de cañón” en esta lucha. ¿Qué pasó con la Organización Mundial de la Salud? ¿Por qué se demoró en reaccionar contra la pandemia? ¿Qué intereses la mueven? ¿Por qué no alertó después de haber sido notificada desde el 31 de diciembre de 2019 por Taiwan? ¿Quién la financia y qué intereses consulta para tomar sus decisiones? Si ese es el esfuerzo global de la humanidad para evitar los desastres pandémicos, hay que replantearlo; esta vez no actuó a tiempo y, además, es ineficaz para implementar una política global. Lo que hemos visto es que cada país actúa como quiere y con diferentes soluciones.

Cada Estado gestiona su pandemia de forma independiente, no hay coordinación. Esperemos que germine un espíritu y una conciencia unitarios. Nunca las razones financieras pueden estar sobre las humanas. Quedó develado que no hay una política internacional de cooperación. La sanidad debe ser pública, universal e integrada entre naciones.

El desarrollo económico del capitalismo ha desatado los grandes problemas que afectan al planeta, entre otros el deterioro de la biosfera; resulta irónico que para que la Tierra pudiera tomar un aire y sus especies no humanas un respiro, haya sido necesario recluir a su gran depredador: el ser humano. Cuando salgamos de la reclusión hay que meditar sobre el papel de esta especie en la destrucción del planeta. Nunca antes como ahora habían quedado expuestas las causas del deterioro ambiental del mundo.

En lo político, se observa una crisis general de la democracia; el aumento de desigualdades e injusticias; nuevos “autoritarismos demagógicos” aparecen en el concierto de las naciones. Estados Unidos, México y Brasil a la cabeza, donde sus líderes adoptan decisiones irresponsables en el manejo de la pandemia, que no solamente afectan a sus naciones, sino que ponen en peligro a toda la humanidad. No existe un liderazgo mundial que marque una pauta y un hilo común para armonizar la lucha contra el virus. Los organismos multilaterales no tienen “dientes” y se ven amenazados porque les mengüen sus recursos de financiamiento. Por todo lo anterior, hay que señalar con el citado Morin, que es “necesario favorecer la construcción de una conciencia planetaria bajo su base humanitaria: incentivar la cooperación entre países con el objetivo principal de hacer crecer los sentimientos de solidaridad y fraternidad entre los pueblos”. No se trata de escasez de recursos, por supuesto mal repartidos, sino de una falta de liderazgo para gastarlos adecuadamente. Señala Andrea Gamarnik, viróloga molecular argentina, “la están ganando los virus, no porque no tengamos el conocimiento y la capacidad para enfrentarlos sino porque no los estamos utilizando correctamente”. El virus la está ganando porque los recursos no están en los lugares y momentos correctos.

Las desigualdades sociales y entre los pueblos se han hecho patentes, así como la falta de humanidad de algunos gobernantes. Los más afectados siempre son los más vulnerables; habitantes de calle, inmigrantes, poblaciones marginales y carcelarias, los ancianos, las mujeres cabeza de familia, etc. Se hace palpable lo que algunos llaman el “darwinismo social”. Inaudito escuchar propuestas de líderes políticos solicitando el sacrificio de los más ancianos; la muerte de los viejos. Lo felices que deben estar quienes añoran la muerte de los pensionados para liberar de carga los sistemas pensionales. Una sociedad auténticamente humana, no puede aceptar semejantes propuestas, producto del desequilibrio social. Las grandes desigualdades sociales van quedando en evidencia.

En el año 2015 Bill Gates advirtió: “Si algo va a matar a más de 10 millones de personas en las próximas décadas será un virus muy infeccioso, mucho más que una guerra. No habrá misiles, sino microbios”. No estábamos preparados para una pandemia. Aflora una falta de liderazgo político internacional que afortunadamente la llenan líderes sociales.

Las medidas de aislamiento nos obligan a quedarnos en casa y a estimular el sentimiento de unidad y fraternidad; pero también emerge la otra cara; la angustia del encierro; el ataque al infractor, la necesidad de chivo expiatorio, el drama venezolano, el rechazo a los sanitarios, a los emigrantes venezolanos y a los habitantes de la calle.

Se rescata un gran esfuerzo hacia un bien común universal que cruza fronteras, idiomas y razas; brigadas médicas internacionales, circulación de suministros de salud entre las naciones, donaciones masivas, fundaciones activas pensando en la humanidad. La pandemia ha activado un trabajo colectivo y ha unificado a las personas y a la comunidad científica. Tanta muerte hace pensar en el valor de la vida; las personas y los pueblos tienen que emerger más solidarios, mas sensibles ante esta crisis. Hay razones para no perder la esperanza. Habrá servido el sacrificio de estos días confinados, como señala Morin, si sabemos reencontrar los reales valores de la vida, el amor, la amistad, la fraternidad y la solidaridad. Valores esenciales que conocemos desde siempre y que desde siempre terminamos por olvidar.