Jueves, 25 de abril de 2024
Suscríbase
Jueves, 25 de abril de 2024
Suscríbase
CARLOS ALONSO LUCIO Carlos Alonso Lucio venezuela

¿‘Arauca saudita’ o ‘Arauca inaudita’?

Más de este autor

Lo que tenemos en Arauca es el ejemplo típico de cuando la economía ilegal se impone, social y políticamente, por sobre la economía legal. Ese es el enorme problema. ¡Ese es el verraco problema!”.

CARLOS ALONSO LUCIO

La bonanza petrolera se la robaron completa mientras se fortalecían las Farc y el ELN, y hoy en Arauca se impone la economía ilegal sobre la legal. ¡Verraco problema!

Hace un par de décadas llegó a hablarse de “Arauca Saudita”. Y no era para menos.

Hubo un momento en el que los dineros de las regalías petroleras inundaban los presupuestos oficiales del departamento y de sus municipios. La bonanza se convirtió en un tema frecuente de los corrillos de los periodistas y de los mentideros de los políticos. Todo el mundo sabía que el boom petrolero de la región daba para gastar a rodos en todo tipo contrataciones.

De la noche a la mañana los políticos y los contratistas del orden nacional comenzaron a pararle bolas a Arauca. Fue como si hubieran descubierto que existía. Hasta entonces, en el Congreso solo se hablaba de un paquete de votos que había que “cuadrar” en la Cámara de Representantes, integrado por los representantes de lo que daban en llamar “Territorios Nacionales”. Así se denominaba a los nuevos departamentos creados por la Constitución del 91 y que antes correspondían a un par de jerarquías subordinadas llamadas intendencias y comisarías. La bancada de “Territorios Nacionales” estaba integrada por los representantes de los departamentos de la Orinoquia, la Amazonia, y San Andrés y Providencia.

Cuando se multiplicaron los pozos y llegó la bonanza, las regalías comenzaron a llegar a departamentos como Meta, Casanare y Putumayo, pero la reina de las regalías fue Arauca.

Tristemente, ante la mirada cómplice de los gobiernos, los partidos, las “ías”, la gran prensa, los gremios y los sindicatos –todos sabían lo que estaba pasando–, la corrupción se adueñó de Arauca. Ante los ojos cómplices de todos comenzaron a aparecer contratos de velódromos donde no había ciclismo, contratos de parques recreativos que nunca terminaron, contratos de vías por las que nunca transitó nadie, contratos de cursos de inglés para colegios públicos en los que los niños nunca aprendieron a decir ni mother.

Tan terrible como que hoy nadie discute que a Arauca se la robaron completa y que con los dineros que le cayeron del cielo y le brotaron de la tierra se hubieran podido construir las carreteras para integrarla con Colombia, se hubieran podido cultivar sus tierras fertilísimas, se hubieran podido montar los mejores modelos de progreso social del país.

En fin… No en vano, la gente llegó a pensar en una “Arauca Saudita”.

Ocurrió, a su vez, una deplorable coincidencia. Al tiempo que la corrupción demolía a Arauca, al otro lado del Orinoco, en Venezuela, comenzaba la era de Hugo Chávez.

Mientras los políticos y los contratistas hacían el festín con las regalías, las Farc y el ELN se fortalecían, a pasos agigantados, bajo la impunidad que los protegía con tan solo cruzar el río.

Al cabo de muy poco tiempo quedó clara una cosa: los dos grandes negocios que se consagraron como los dos gigantes de Arauca fueron la corrupción y el narcotráfico. Dos negocios que, por demás, se complementan muy bien, en la medida en que los dos necesitan básicamente los mismos tres elementos: tránsfugas, violencia e impunidad.

Dos negocios tan lucrativos y degradantes que las Farc y el ELN renunciaron, por completo, a su discurso de revolución y se entregaron, también por completo, a adueñarse, a sangre y fuego, de la corrupción y del narcotráfico.

Para nadie es un secreto que en Arauca, desde hace años, el que quiera contratar con el Estado tiene que pagarles las coimas a las Farc y al Eln; que las balaceras y los muertos que ocurren en los barrios y en las veredas se dan por cuenta de las venganzas del narcotráfico que se disputan entre esas mafias; que el Ejército y la Policía se mantienen encerrados en sus cuarteles, cuidándose a sí mismos, mientras los grupos ilegales, armados hasta los dientes, ejercen el control de las calles y las carreteras; que todo el mundo tiene que pagarles las vacunas, desde la vendedora de empanadas hasta el finquero que intenta poner a producir su tierra; que ningún candidato, de ningún partido, puede hacer campaña sin arrodillársele y pedirle permiso a la ilegalidad.

Así es, tal como lo escucha: Arauca padece el predominio de la ilegalidad por sobre la legalidad.

Eso de seguir hablando de narcotráfico, de corrupción, de minería ilegal, de tala mafiosa de bosques, de trata de personas, de microtráfico, de sicariato, de prostitución, de oficinas de cobro, de pornografía infantil, de “primeras líneas”, de carteles de la contratación, de carteles de precios, de lavadores de activos y de…, por separado, se queda chiquito.

Mientras políticos y contratistas hacían el festín con las regalías, las Farc y el ELN se fortalecían bajo la impunidad que los protegía con solo cruzar el río.

Lo que tenemos en Arauca es el ejemplo típico de cuando la economía ilegal se impone, social y políticamente, por sobre la economía legal. Ese es el enorme problema. ¡Ese es el verraco problema!

Y a los candidatos presidenciales no les hemos oído nada que valga la pena sobre este problema que, a todas luces, es el epicentro de la crisis cultural y política que nos carcome, así como de la inseguridad que nos asalta en todas partes.

¡A veces uno no sabe si es que les da miedo o es que no tienen ni idea de lo que pasa!

Por lo pronto, no vemos la “Arauca Saudita” que algún día soñamos, sino la ‘Arauca inaudita’ que nos duele.