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¿Cuándo se volvió pecado llamar las cosas por su nombre?

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Por Juan David Escobar Valencia

Cuando un delincuente pretende que tanto él como sus actos no sean vistos como lo que son, aprovechándose del espíritu conciliador y del intento de racionalidad que insuficientemente han alcanzado las sociedades democráticas, busca cambiarle de nombre a sus inmundicias, como si perfumar la mierda alterara su naturaleza, cosa que ni los alquimistas intentarían. El ocultamiento y la desviación son los propósitos básicos del ‘eufemismo’, recurso cada vez más frecuente entre bandidos y sus cómplices.

Hannah Arendt, en su libro Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal, descubre la vileza cínica del criminal nazi Adolf Eichmann y su participación en el exterminio judío, que pretendió camuflar tal atrocidad reemplazando la palabra “asesinato” por “conceder una muerte misericordiosa” que evitara “penurias innecesarias” a personas que, según ellos, ya tenían a la muerte como destino inevitable. Pero no hay que cambiar de siglo ni de continente para ser testigos de iguales infamias, porque tenemos ejemplos cercanos en tiempo y espacio. Recuerden a la directora de comunicaciones de Gustavo Petro que dijo, sin vergüenza, en caso de haberla tenido, que la muerte del bebé en una ambulancia que no llegó a su destino por un bloqueo vial en Cundinamarca, no fue culpa de los mal llamados “manifestantes”, porque “el bebé habría muerto igual”. En un país en el que una parte de la rama judicial no se hubiese involucrado en una revolución comunista, algo así no quedaría impune. Por eso Colombia posee el monopolio mundial de tener una corte inmoral como la ‘Jurisdicción Exculpatoria de Pervertidos’.

Una cosa es que las herramientas de expresión de los humanos no puedan describir la realidad de otras maneras, como por ejemplo la poesía y el arte, que no tienen que ser hiperrealistas para representar el modelo que sirvió de inspiración. Si así de limitados fuéramos, no tendríamos pinturas en los museos ni la obra de Shakespeare existiría, pues lo que él bellamente expresa con una cascada de palabras, puede hacerse aburridamente con tres o cuatro. Incluso para Shakespeare lo real no cambia por llamarse distinto, y en “Romeo y Julieta” dice que “una rosa con cualquier otro nombre olería igual de dulce”.

Pero otra cosa es pretender disfrazar de bueno lo que no lo es, cambiando su nombre, o como decía George Orwell, “hacer que las mentiras suenen veraces y el asesinato respetable”. Del virus que intenta mutar lo malo en bueno está contagiada Colombia, así su origen no sea tan incierto como el del SARS-Cov-2. El comunismo que en tantas partes del mundo murió de inanición al evidenciarse su ineptitud y crueldad, en América Latina sobrevivió camuflado con eufemísticos términos como progresismo y socialismo bolivarianos, enquistándose en las escuelas y universidades, y envenenando a los jóvenes que finalmente llegarían a muchas de las ramas del poder público, medios de comunicación e instituciones empresariales, eclesiásticas y académicas, dedicadas a ‘renombrar’ lo que siempre supimos que era criminal.

“En estas últimas semanas, en medio del ataque terrorista en el que está Colombia, hemos visto un tsunami de eufemismos que buscan hacer ver delitos como el bloqueo y el vandalismo, como manifestaciones de la protesta legal”.

Por eso ahora a las putas las llaman “prepagos”, como si el momento del desembolso cambiara la naturaleza del acto. Por eso en muchas universidades siguen diciendo que los guerrilleros no son criminales sino “insurgentes” y a lo “violento” se le llama “disruptivo”. Por eso congresistas de los grupos terroristas denominan “retenciones” a los secuestros. Solo faltó que dijeran que no eran “secuestrados” sino “invitados permanentes”. Por eso llamaron “acuerdo de paz” a un pacto extorsivo de impunidad entre un cartel narcoterrorista y un gobierno cómplice, el “apaciguamiento” es sinónimo de “paz” y el “narcotráfico” terminó siendo una “actividad conexa con la rebelión”. Faltó que dijeran que ellos no eran “narcos” sino “botánicos especializados en agregación de valor a plantas ancestrales”. Por eso quienes durante décadas fueron cabecillas criminales en la clandestinidad y pasaron impunemente a ser congresistas, dicen que a los menores reclutados y usados como juguetes sexuales no se les violaba sistemáticamente, sino que se les defendía de los maltratos que recibían en sus hogares.

Como señala Valeria Luiselli: Los eufemismos esconden, borran, cubren. Los eufemismos nos llevan a tolerar lo inaceptable y, eventualmente, a olvidar”. Cuando por tibieza, cobardía política, debilidad en nuestro razonamiento moral o miedo a “polarizar”, que supuestamente se volvió pecado, aceptamos que a lo criminal no se le llame por su nombre, entramos en grave peligro existencial, porque es imposible encontrar remedio a una enfermedad si el diagnóstico está equivocado.

En estas últimas semanas, en medio del ataque terrorista en el que está Colombia, hemos visto un tsunami de eufemismos que buscan hacer ver delitos, como el bloqueo y el vandalismo, como manifestaciones de la protesta legal, llamándolos “puntos de resistencia”, “espacios de discusión” o quizás “manifestaciones culturales de vitalidad ciudadana”. Si quieren más ejemplos, pregunten en la Alcaldía de Cali.