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Default Author Juan David Escobar Valencia Opinión

El inodoro de cuarta revolución

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Pocos saben lidiar con la caca en gravedad mínima como la Nasa, que anunció el año anterior la instalación de un nuevo inodoro espacial con un costo de 23 millones de dólares. ¡Así como lo leen!”

Juan David Escobar Valencia

Hace tiempo pregunté a los lectores de mi columna en El Colombiano “cuál era el mejor invento de la humanidad”. Las respuestas fueron diversas: desde los que eligieron la Coca Cola hasta amas de casa que insisten en que la lavadora de ropa es la prueba de que no somos el eslabón perdido.

Expertos en innovación han incluido el fuego, la rueda, la aguja y el arado como inventos que cambiaron la existencia humana. Pero como dicen que la civilización es la distancia que los humanos ponen entre ellos y sus excrementos, yo creo que hay un artefacto que merece mejor calificación: el inodoro o sanitario. Tan importante es, que uno de los hitos más celebrados de cualquier persona es cuando de niño aprende a usarlo sin que nada se escape o quede esparcido en su piel.

Como todavía recuerdo algo de mis cursos de mecánica de fluidos, que tantos líquidos salados me produjeron, yo sería más preciso al decir que uno de los mejores inventos de la humanidad, por lo sencillo e ingenioso, es el “sello hidráulico”, que no es otra cosa que la sección del tubo de desagüe en forma de “S” posterior a la taza sanitaria que permite mantener el nivel de líquido en ella y crea una barrera de agua limpia que impide que los malos olores retornen hacia el sanitario. Un simple rizo en un tubo cambió el mundo, porque solo hasta que Alexander Cummings patentara en 1775 el inodoro se consideró que no era repulsivo tener dentro de la casa el mismo lugar donde se defecaba. Por lo menos para los que vivimos en la zona tórrida, porque no me imagino la duda existencial que sería antiguamente para un ruso, de noche y a 30°C bajo cero, decidir si salir de su casa para atender los llamados de su intestino o buscarse un rinconcito discreto en su casa sin muchas corrientes de aire, que no hagan sospechar a su familia que está muerto.

El sello hidráulico fue un salto cuántico, pero no fue el último avance. Luego los inodoros mejoraron con sistemas de descarga y válvulas para controlar filtraciones y efectos del congelamiento. Sin embargo, uno pensaría que además de los maravillosos inodoros japoneses, prueba de que sí hay una sociedad avanzada en este planeta, con aros climatizados de temperatura controlable que evitan el aterrador gradiente térmico que se produce cuando a medianoche tu backoffice todavía tibio, se apoya sobre un helado semicírculo, queda muy poco por perfeccionar en la tecnología de la evacuación. Afortunadamente no es así. La ciencia no se detiene y lleva el horizonte de los desafíos y sus soluciones a lugares tan extraños como las misiones de la nave USS Enterprise NCC-701 al mando del capitán James T. Kirk y su primer oficial, mi héroe, el Señor Spock. Miremos dos ejemplos.

Lydia Bourouiba, directora del Laboratorio de Dinámica de Fluidos de Transmisión de Enfermedades en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), desde que hacía su doctorado en Dinámica de Fluidos, y a raíz de la pandemia de la covid-19, se ha interesado en las formas de propagación de virus y otros patógenos. En un reciente artículo menciona los retos que aún tenemos para comprender los mecanismos de propagación de enfermedades en fluidos. Por ejemplo, usando cámaras de alta velocidad, muestra como la descarga de un inodoro de alta presión de un hospital puede provocar una fragmentación del fluido que produce pequeñas gotas de agua que viajan hasta 1,4 m y podrían transmitir esporas de la bacteria Clostridiumn difficile, que por algo tiene semejante nombrecito. Ahora resulta que, a diferencia del sueño de cualquier sesentón prostático, el “chorro muy fuerte” no resulta ser tan bueno. ¿Será que saldrán al mercado inodoros con aplacadores de flujo? Aunque yo prefiero que inventen rápido los silenciadores de inodoro, para el maldito vecino del apartamento de arriba que me despierta diariamente cuando vacía su inodoro a las 3:00 a.m. ¿Será que se muere si espera hasta las 6:00? Aunque no me disgustaría que se muriera a cualquier hora.

Y así como Elon Musk, Jeff Bezos y Richard Branson tienen sus ojos puestos en el infinito, la próxima generación de inodoros podría enfocarse en los retos de la defecación espacial. ¿Por qué? Porque toda nuestra tecnología de sanitarios terrestres está supeditada a los efectos gravitacionales. Lo que sale de nosotros, cae, supongo que pensó Newton en privado. Pero ¿qué hacer si sus leyes no se cumplen del todo en el espacio? Pocos saben lidiar con la caca en gravedad mínima como la Nasa, que anunció el año anterior la instalación de un nuevo inodoro espacial con un costo de 23 millones de dólares. ¡Así como lo leen! Está hecho de titanio, tiene un sistema que succiona las ‘gracias’ de los astronautas, es 40% más liviano, cumple la exigencia principal de cualquier nave espacial –“evitar fallos y escapes”–, y aunque un personaje de García Márquez en “El amor en los tiempo del cólera” dijo que “el inodoro tuvo que ser inventado por alguien que no sabía nada de hombres”, este nuevo modelo resulta más amigable con las astronautas, pero no me pregunten cómo.