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JAIME E ARANGO Jaime E. Arango Gustavo Petro

Los elementos del desastre

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Puede tratarse de una trágica ignorancia sobre cómo funciona la vida. A no ser que seas parte de la familia Roy, no vas en helicóptero a tu casa.

Jaime Eduardo Arango. Analista y consultor. Twitter: @jaimearango9

El enorme aparato de inteligencia que compone la estructura de la seguridad presidencial no se usa para investigar un incidente doméstico, usar una sala de interceptaciones, un sistema poligráfico y desplegar un esquema de seguimiento en campo para perseguir una niñera por un supuesto hurto casero sería simplemente una forma de arribismo patético, si no fuera porque es un grave delito.

Para aprender a mandar, primero hay que saber vivir. La singular visión que tienen estas personas de sí mismas las lleva a la espontánea consideración de que los complejos objetos del poder son suyos, que están allí para resolver su accidentada cotidianidad, su pequeño mundo de complejos sin superar, su permanente obsesión por el reconocimiento social, ni siquiera son conscientes que están abusando, consideran que tienen pleno derecho para hacer lo que hacen, esta suerte de nueva clase, cuyo epítome son los boli burgueses, constituye una amenaza social y es el primer elemento del desastre que apenas empieza.

El amado líder no acepta imperfecciones, en su entorno solo hay luz y armonía, no hay crímenes en el paraíso, los suyos, como él, no fallan. El amado líder no posee la moralidad del hombre común, su ética es superior porque es producto de una visión superior.

Quien ha visto las horas finales del mundo y le ha sido revelada la fórmula de la salvación, no está sujeto a la precariedad del bien y el mal ni a las tristes normas que rigen la vida desde áridos libros de leyes. Eso no es lo suyo. El amado líder y la nueva clase avanzan, perseguidos, asediados por innombrables conspiraciones, “entrampados”, dicen. El otro elemento del desastre.

“Guarden el corazón de la codicia” dice el predicador a los jóvenes oficiales del ejército en un memorable discurso, y en un elegante giro retórico invoca el derecho de una mujer “recién parida” de avasallar a su servicio doméstico en un episodio de arrogancia paranoide. Justificar, siempre justificar.

Las víctimas son victimarios, el mal son los otros, la mayoría, la gente que no entiende al amado líder, entre quienes están representantes diplomáticos que le exigen que no banalice el mal, que no expulse de su templo a los mercaderes, que no asedie a quienes trabajan en contar sucesos. Gente pequeña piensa él. Eso no importa.

La nueva clase, el amado líder, la justificación del mal, son los elementos del desastre, (que es el título de un maravilloso poema Álvaro Mutis), nos hacen pensar en el la célebre frase de Shakespeare:

“ Todos nuestros ayeres han engendrado bufones”.