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Ratas, corrupción y corruptos

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A la pregunta ¿cuál es el peor problema del país? es común que la respuesta sea “la corrupción”. Es un término frecuente en las noticias, conversaciones, y “propuestas” de los candidatos presidenciales, especialmente de quien ha hecho su carrera política diciendo que todos son corruptos, “menos él”.

Por Juan David Escobar Valencia

La corrupción suele ser descrita como un mal peligroso que atenta contra los organismos institucionales de la sociedad y se le compara con el cáncer, que altera y desquicia los mecanismos fisiológicos, provocando agotamiento, deformaciones e inflamaciones que finalmente destruyen el tejido..

A menos que pertenezcas a grupos políticos que justifican sus acciones criminales de corrupción diciendo que es algo “inmanente a la naturaleza humana”, creo que pocos piensan que la corrupción no es una lacra que pone en peligro no solo a las instituciones que tanto nos ha costado formar, sino también al mismo sistema democrático y al ejercicio de la política, pues como decía Henry Kissinger: “Los políticos corruptos hacen que el otro diez por ciento se vea mal”.

Pero yo creo que hablar de “corrupción” es equivocado y, así sea de manera involuntaria, es la forma errónea de enfrentar este mal, porque la “corrupción” es algo inmaterial y gaseoso, que pudiera estar en todas partes y al mismo tiempo en ninguna. Yo no creo que el problema sea “la corrupción”, porque lo que sí es tangible e identificable son “los corruptos” y no “la corrupción”, a la que no se le puede meter a la cárcel. Hablar de “corrupción” puede ser políticamente correcto y electoralmente rentable, pero en términos reales te convierte en un “vendedor de humo”, como quien ahora se lanza a la presidencia desde las alturas de “los andes”.

Quienes roban son los “corruptos” no “la corrupción”. Si seguimos pensando en corrupción y no en corruptos, continuamos alimentando ideas que, aunque tengan sentido, no nos llevan a verdaderas soluciones. Una idea acuñada por el historiador británico John Emerich Acton, a finales del siglo XIX, dice que “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Y cuesta trabajo no darle la razón, pero si la corrupción fuera una consecuencia exclusiva del poder, entonces no habría corrupción entre los pobres y entre personas que ocupan niveles jerárquicos bajos, como esos que permanecen 10 años como estudiantes de una universidad pública, impidiendo que jóvenes que realmente querían estudiar puedan hacerlo, solo para tener disculpa para ir a bloqueos y agredir a la fuerza pública. Eso también es corrupción y es un desfalco a los impuestos que pagamos todos.

Si la corrupción habitase solamente en el continente del poder, perdemos de vista el verdadero origen del problema, pues como dijo el escritor de ciencia ficción, Frank Herbert: “Todos los gobiernos sufren un problema recurrente: el poder atrae personalidades patológicas. No es que el poder corrompe, sino que es magnético para los corruptibles». Y si Lord Acton tuviera completa razón y el poder absoluto corrompe absolutamente, entonces ¿qué están esperando para meter a la cárcel a Dios?

“De nada sirve tener enormes instituciones de control y vigilancia, si los humanos que conforman las organizaciones aprendieron en el hogar a decir mentiras, a hacer trampa en los exámenes, a aprovecharse de los demás y a aceptar que narcoterroristas y violadores se vuelvan congresistas”.

Sería absurdo negar que, si hay estructuras criminales instaladas en las instituciones públicas, retorciendo los procesos para favorecer a “los corruptos”, más que a la “corrupción”, y ofreciéndoles invisibilidad e impunidad, la enfermedad tiene todo para volverse gangrenosa. Pero el corrupto no nace en los edificios públicos. El corrupto nace y se hace en las familias, donde se aprende a ser o no ser decente. Ni siquiera es en los colegios o en las universidades; es en la casa, y eso es tarea “de los padres”. De nada sirve tener enormes instituciones de control y vigilancia, si los humanos que conforman las organizaciones aprendieron en el hogar a decir mentiras, a hacer trampa en los exámenes, a aprovecharse de los demás y a aceptar que narcoterroristas y violadores se vuelvan congresistas.

Un reciente estudio de científicos del Instituto Wyss y expertos en “robótica suave” del Biodesign Lab de la Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas John A. Paulson, de Harvard, probó un sistema robótico que aplica “masajes” o presiones a músculos gravemente lesionados de las piernas de ratas. Una vez realizado el experimento encontraron que dichos “apretones” controlados, reducen sustancialmente las células llamadas neutrófilos del tejido muscular gravemente lesionado, disminuyendo así las citocinas inflamatorias. Ello mejora el proceso de regeneración de las fibras musculares, lo que demuestra una conexión entre la estimulación mecánica y la función inmunológica.

Ya que estamos hablando de ratas y de inmunizar al tejido social de la enfermedad de la corrupción, no puedo dejar de preguntarme ¿qué tipo de “presión mecánica” y qué músculos deberíamos apretarles a las ratas que se roban los impuestos de todos? Se me ocurren al menos dos corpúsculos colgantes de forma ovoide que podrían ser el lugar de las primeras pruebas piloto, pero me queda la duda de ¿dónde lo hacemos si las ratas corruptas no son machos, sino hembras? Aunque hace tiempo sabemos que el tejido más sensible del cuerpo humano es “el bolsillo”.