La tentación de hablar sobre Petro es irresistible. Con sus discursos delirantes y sus decisiones viscerales todos los reflectores de la opinión se concentran en su figura.
Alejandro Salas. Abogado y consultor político. Twitter: @asalasp
Esa capacidad de ejercer la fuerza de gravedad mediática es un gran activo para un candidato en la medida que él o ella no es responsable de la cotidianidad de la ciudadanía.
Al contrario, una vez en el cargo, los discursos sobran y lo que pesa es su capacidad de ejecutar, de hacer, de transformar. Petro está enamorado de sus palabras, es exuberante en sus declaraciones, desafiante, exitoso con el micrófono, pero estas han resultado insuficientes para contener la sensación de desgobierno e incertidumbre y, más allá, han resultado inocuas para combatir la inseguridad, la inflación, la desaceleración económica y convencer a los ciudadanos de la bondad de sus reformas.
Con sus balconazos y salidas en falso, en 8 meses Petro ha confirmado los temores que recaían sobre él. Todo el esfuerzo que hicieron en su momento figuras respetadas como Alejandro Gaviria, Rudolf Hommes y otros por bajarle la temperatura a la sensación de riesgo que encarnaba el candidato Petro ha sido enterrado.
Al tiempo, todo el histrionismo desplegado por el presidente ha erosionado su capacidad de materializar sus apuestas estructurales y, más que nada, ha conseguido alejar a la ciudadanía en lugar de reunirla.
A su turno, el desprestigio del presidente, expresado en las dramáticas cifras de aprobación de su gestión, reflejan un panorama complejo de cara a las elecciones territoriales de octubre. ¿Cómo será la preocupación que ronda en los pasillos de ese palacio frío donde habita el líder del Pacto Histórico, que su candidato estrella en la capital anda publicando encuestas de dudosa reputación para hacer valer su candidatura?
El panorama no es diferente en el resto del país, donde sus aliados son calificados con severidad, sobre todo en Medellín, donde su alfil es considerado el peor alcalde en décadas. Ni siquiera en sus fortines tradicionales ha podido atajar la caída y en departamentos como Atlántico y Valle sus números se hunden.
Así las cosas, se ve muy difícil que logre convocar las grandes marchas revolucionarias con las que amenaza a las instituciones democráticas, porque, simple y llanamente, el pueblo ya no está con él.
El narcisismo es una condición psicológica que consiste en una desmedida admiración propia, que se expresa en una necesidad constante de exagerar la importancia personal desvalorizando el valor de los demás.
Esta particular forma de ser puede terminar en una tendencia a ignorar la realidad, para solo ver las cosas a la luz de la propia contemplación. En otras palabras, los incendios en el mundo exterior no importan, mientras el reflejo de su rostro en el agua permanezca.
El problema con esto es que, cuando el narciso levanta la mirada, a su alrededor no encuentra nada, en el mundo real, por fuera del agua, no le queda nada.
Sin embargo, todo lo anterior no puede ser capitalizado por la oposición si no es capaz de dibujar un camino nuevo, de sembrar esperanza. La oposición tiene, más que la oportunidad, la obligación de proponer nuevas conversaciones, de aprovechar la desconexión presidencial para sintonizarse con la vida cotidiana de los colombianos y pasar de la crítica y el señalamiento al presidente a concretar una visión de país que convoque a los colombianos.
Tan desafortunado es narciso mirando su reflejo en el agua, como una oposición que no puede despegar sus ojos del mismo reflejo.