ÁLVARO RODRÍGUEZ ACOSTA
Presidente
Revista Alternativa
Acaba de terminar un año complejo, difícil en muchos momentos y a la vez con resultados muy esperanzadores.
Empezó aún en medio de las restricciones de la pandemia y con la incertidumbre sobre cómo sería el ritmo de la vacunación, por supuesto, la condición sin la cual no habría recuperación.
El gobierno del presidente Iván Duque –hay que reconocerlo– hizo todos los esfuerzos posibles para que esa primerísima necesidad se cubriera facilitando el acceso a las dosis y acelerando cada vez más el ritmo de la vacunación. El desarrollo de ese plan dio tranquilidad y puso de nuevo al país casi en actividad plena.
Sin embargo, vinieron en abril las convulsiones del llamado paro nacional –promovido por esos mismos actores radicales que hoy quieren la Presidencia de la República– y generaron un clima de confrontación, claramente injustificado en medio de una situación tan crítica como la que atravesaba el país. Esa izquierda inconsciente y los grupos armados ilegales instrumentalizaron a varios sectores de la población para generar parálisis y violencia. Basta ver cómo dejaron a Cali, que aún sigue con la huellas de los desmanes que no pudo, o no quiso, parar su desprestigiado alcalde.
La respuesta del gobierno fue correcta: actuar con la fuerza pública donde fue necesario; buscar el diálogo; profundizar sus programas sociales para llegarles a los más desfavorecidos y, sobre todo, a los jóvenes, quienes anhelan un país con más oportunidades para ellos.
El intento de la izquierda radical por incendiar el país finalmente terminó chamuscándola porque la gente en la calle acabó por rechazar tanto desorden inconsciente y tanta violencia.
Pese a ese embate irracional que duró casi tres meses, la economía se levantó, teniendo como motor principal el crecimiento del consumo interno, pero también gracias al buen nivel en precios de productos como el petróleo y el café, y a la inversión estatal. Para citar solo un ejemplo, en el desarrollo de la política de economía naranja, que involucra a los ministerios de Cultura, Comercio, de las TIC y otras entidades, se movilizaron 22 billones de pesos en los últimos dos años.
Por distintas vías, el país recuperó lo perdido con la extraordinaria caída de 2020 y alcanzó un crecimiento formidable, que ronda el 10 %, y ha recuperado la mayor parte de los empleos que se esfumaron con la crisis de la pandemia y las cuarentenas.
Hoy, podemos decir claramente, que hay cabida para el optimismo. Colombia demostró una alta resiliencia y está saliendo adelante, sin olvidar a tantas víctimas fatales y héroes de la crisis sanitaria y a tantas personas que todavía necesitan ayuda.
Sin embargo, cada año trae sus afanes y en este 2022 los colombianos tenemos que enfrentar no solo el reto de consolidar su recuperación económica, sino también el de tomar una decisión política, quizá la más trascendental en décadas. Puede ser, ni más ni menos, la decisión entre continuar el camino democrático o abrirle las puertas de la Casa de Nariño a una autocracia populista radical, que incluso podría cambiar el modelo económico del país y tratar de perpetuarse en el poder.
Los colombianos debemos escoger entre un modelo de presidente que construya sobre las bases edificadas durante más de dos siglos de Independencia y vida republicana, y otro que trae el riesgo de ver arrasada la división de poderes y las instituciones fundamentales, de perder las libertades básicas y de provocar el derrumbe del modelo de libre empresa al que le debemos tanto progreso.
Casi todos los aspirantes presidenciales que están en campaña dan garantías de los primeros –por algo será– y prácticamente solo uno genera las alarmas del segundo, pero es quien va mejor en las encuestas. Se trata del mismo personaje que en 2018 prometió un cuatrienio bajo la protesta social y que alentó sin miramientos al paro nacional y a las llamadas “primeras líneas” hasta que tanta violencia y tanta parálisis empezaron a hacerle daño a su imagen.
¿Si llega al poder también tratará de imponer sus reformas con manifestaciones y desmanes? Probablemente sí y eso no lo hace un demócrata confiable. Casi todo el mundo político del país tiene la misma percepción. La respuesta debe ser la construcción de una coalición sólida que derrote en primera o segunda vuelta ese propósito errado.
Por supuesto que Colombia necesita cambios: acabar con tanta corrupción, hacer que la justicia funcione, transformar la manera de hacer política, generar más oportunidades para la gente, reducir las desigualdades sociales y otros más. Sin embargo, no por ello se debe renunciar a lo construido en el camino de la democracia, uno de los más largos y firmes del continente.
En 2022 hay que elegir bien para no perder esa historia, para no desperdiciar el impulso de lo avanzado en 2021, para no envolver en la incertidumbre la recuperación y el futuro de esos mismos jóvenes que salieron a protestar. Colombia es un país que ha rechazado siempre los radicalismos, porque solo les convienen a quienes quieren imponerlos. No hay que caer ahora en uno trasnochado y muy parecido a los de algunos del vecindario, que solo han traído dolor y pobreza a sus pueblos.