“La acción decidida de golpear las estructuras del Clan del Golfo, desde los laboratorios hasta el entramado del lavado de dinero, fue vital para este logro. Pero también fue muy importante afinar la inteligencia y cerrar toda posibilidad a la fuga de información, que había hecho fracasar numerosos intentos de atrapar a alias Otoniel”.
Por Álvaro Rodríguez Acosta
Presidente de Revista Alternativa
Una noticia tan trascendental como la del pasado sábado 23 de octubre, relacionada con la captura de alias Otoniel, llena de confianza a todos los colombianos sobre el futuro del país.
Este hecho es una demostración de que sí es posible vencer a esos símbolos del mal que hace muchos años no dejan que durmamos tranquilos. El extraordinario golpe dado por más de 700 hombres del Ejército y la Policía contra el crimen organizado, enquistado por el lucrativo negocio de las drogas, nos da a entender claramente que tenemos un gobierno, una justicia y unas Fuerzas Militares y una Policía capaces de superar sus propias debilidades para hacer lo correcto: someter a quienes violan la ley y quieren, con el poder que creen que les da su dinero mal habido, imponer la propia a costa de la honra, la tranquilidad y la vida de muchos otros.
El presidente Iván Duque y su ministro de Defensa, Diego Molano, líderes de esta operación, destacaron desde el minuto uno que se trataba de un hecho solo comparable con la caída de Pablo Escobar a principios de los años 90. Y en verdad lo es. No se trata, por supuesto, de la figura mediática que fue Escobar, quien llegó hasta sentarse en una curul del Congreso, pero alias Otoniel era el cabecilla de una organización criminal con amplia influencia en más de 200 municipios del país, con control total de muchos de ellos.
Esta extraña organización mafiosa, que mezcla en su historia guerrilla, paramilitarismo y delincuencia familiar narcotraficante, hizo de una zona tan importante como lo es el Urabá, su fortín, y desde allí ha buscado extenderse a otros sitios del territorio nacional con su poder corruptor, pero también con el poder de la intimidación y el terrorismo. Ahí está la lista de secuestros, masacres, desplazamientos, asesinatos selectivos, casos de abuso sexual que tiene al llamado Clan del Golfo y a su cabeza como perpetradores.
Nada de eso puede ser tolerado por el Estado como tampoco sus actividades de narcotráfico. Según las cifras de la gente especializada en el tema, Otoniel era la cabeza de, nada más ni nada menos, la estructura mafiosa que exporta la mitad de la cocaína que sale de Colombia. Pero, como si no fuera ya bastante con el lucro de la droga, ha diversificado sus actividades ilícitas con prácticas como las extorsiones a comercios, el tráfico de personas a través de la frontera entre Panamá y Colombia, y los llamados préstamos ‘gota a gota’. Fue tanto el poder que alcanzó a tener este criminal que quiso en algún momento que el Estado le diera estatus político para negociar, con grandes ventajas, un posible sometimiento.
Por fortuna, eso se frustró y, por el contrario, la ofensiva contra él, con sus altas y bajas, se mantuvo y se redireccionó a buena hora para hacerla realmente efectiva. Todo eso ocurrió bajo el liderazgo del presidente Iván Duque y con la llegada de Diego Molano al Ministerio de Defensa en febrero pasado. La acción decidida de golpear las estructuras de la organización criminal, desde los laboratorios hasta el entramado del lavado de dinero, fue vital para este logro. Pero también fue muy importante afinar la inteligencia y cerrar toda posibilidad a la fuga de información, que había hecho fracasar numerosos intentos de atrapar al criminal. Fue, verdaderamente, una jugada maestra. La combinación de la inteligencia policial y la capacidad operativa de los militares dio un gran resultado. Felicitaciones a ambas instituciones.
El presidente Duque obtuvo con este golpe el premio a la perseverancia y a la insistencia. Desde el principio de su gobierno definió como una de sus prioridades acabar con estos poderes destructores, especialmente con el acumulado por la organización del Clan del Golfo, y se mantuvo firme en esa misión. Sin duda, acertó al encargar de la cartera de Defensa al ministro Molano, quien, por cierto, ha demostrado tener una calidades extraordinarias para el manejo de los asuntos de Estado. “Contra criminales peligrosos, un Estado fuerte”, dice con mucha razón el ministro en una entrevista que publicamos en esta edición y en la cual anuncia que la ofensiva contra las mafias de todo tinte no parará y les advierte que su única alternativa es el sometimiento.
No hay que hacerles caso a esos políticos que –tras el golpe contundente dado por la Fuerza Militares y de Policía– han planteado que se debió negociar una entrega para supuestamente desmontar toda la estructura. Ya sabemos el resultado que suelen dar esas negociaciones: impunidad y nuevas mafias. ¿Se puede tolerar que un criminal de la categoría de alias Otoniel no pague por los casos de abuso sexual de menores o por la muerte de más de 200 hombres de la Fuerza Pública? No.
Seguramente, alias Otoniel será extraditado para que responda por el envío de miles de kilos de cocaína con su sello a Estados Unidos y otros países, pero el Gobierno nacional también ha dicho que garantizará que cumpla las condenas que ya tiene en Colombia y sea juzgado por los más de 130 procesos pendientes. Ese es el camino correcto.