Miércoles, 30 de octubre de 2024
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En 2022 Francis Fukuyama escribió su libro El liberalismo y sus desencantados, en donde advertía los riesgos de las democracias liberales, y las nuevas tendencias que permean a la sociedad moderna.

El autor hacia un repaso desde la democracia liberal clásica, hasta las alternativas para salvar nuestra idea de democracia en el Siglo XXI, tal vez el periodo histórico en el que mayores embates ha sufrido.

El mundo político se ha ido asemejando al mundo económico en lo pendular, lo cíclico, pero la delgada línea entre sí la economía domina el panorama, o si es la política la que predomina, parecería que la mayor damnificada es la democracia.

Las recientes elecciones en Europa han sido variopintas en cuanto a sus resultados, el Reino Unido —referente institucional de muchos Estados modernos—, regresó a los laboristas; Francia —la otra influencia democrática por excelencia—, tuvo amagues de ir a la derecha, pero finalmente a través de un “ensemble” se mantuvo en una coalición de izquierda.

Así varios ejemplos de cómo se va viendo el panorama, aunque para el continente americano los asuntos parecen más complejos. Cómo lo anticipaba Fukuyama en 2022, hoy estamos evidenciando una campaña peculiar en los Estados Unidos, otro de los protagonistas históricos de la democracia, y el más relevante de todos en la realidad global.

La campaña se divide en la arena bipartidista, que parecería ser el escenario deseable en democracia, sin embargo, tanto demócratas como republicanos se juegan más que una elección, parece que la vigencia misma de la democracia está en riesgo.

El expresidente Donald J. Trump se quedará con el tiquete republicano, y, ante la renuncia del presidente Biden a la nominación demócrata, será Kamala Harris la llamada a competir.

En Estados Unidos se acrecienta el debate sobre si Trump es legítimo para perseguir una elección, o si Biden, tras su renuncia a la nominación, está en capacidad de seguir siendo el “comandante en jefe”.

El termómetro estadounidense es un gran medidor de la salud de la democracia, parecieran ser las elecciones más atípicas en mucho tiempo, con los candaditos más peculiares, y las figuras más particulares —tanto por edades como agendas—, quiénes hoy tienen en sus manos “reencantarnos” con el liberalismo.

El reciente y desafortunado atentado contra Trump lo catapultó, así como el debate de Biden lo sepultó, pero poco se escucha de planes y propuestas, y sí mucho de ataques y defensas, es como si la democracia estadounidense se hubiera “tropicalizado” a lo que estamos acostumbrados en América Latina: procesos judiciales, calumnias, redes sociales y bodegas, burlas, y lo peor, el desazón y desinterés del electorado.

Es obvio que elecciones no son sinónimo de democracia, ni democracia es sinónimo de poder popular, fórmulas de antaño en América Latina, y sobre las que tristemente hoy seguimos gravitando con personajes como Maduro, Ortega y Díaz-Canel, solo por mencionar algunos.

El desencanto de Fukuyama nos debe llamar la atención sobre la crisis global de la democracia, la mala salud de la política, y el hecho de que ya no es la economía la que domina a la política, o viceversa, sino el hecho de que el desencanto global ha marchitado la calidad política, electoral y por ende institucional de los Estados.

Si los jóvenes ya no quieren estudiar ni trabajar, mucho menos querrán votar, si la participación política no es más que una fuente de ingreso, la salud democrática de una nación será muy deficiente.

Al gobierno de Colombia, como a toda la región, mucho le deben importar las elecciones en Europa y los Estados Unidos, sus necesidades —no intereses— económicos, de seguridad y estabilidad están en juego.