Jueves, 21 de noviembre de 2024
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La desazón diplomática no es solo un asunto global. Si bien el modelo del multilateralismo versión Naciones Unidas parece haber hecho crisis, el comportamiento errático y antidemocrático de los Estados, poco o nada hace por la vigencia en la institucionalidad internacional.

Mientras que seguimos evidenciando las agresiones de Rusia contra Ucrania y la gran derrota de la cooperación internacional y la Carta de las Naciones Unidas, Oriente Medio sigue siendo un polvorín ante la respuesta de Israel a los ataques terroristas que sufrió por parte de Hamás, y la protección que desafortunadamente muchos Estados del mundo árabe musulmán le siguen proveyendo a ese grupo, situación cuyas consecuencias terminan pagando los civiles de parte y parte.

Si bien el derecho internacional ha procurado gran cantidad de instrumentos e instituciones, incluido un tribunal penal internacional, esto poco o nada han hecho por lograr la paz, la justicia, la verdad, pero sobre todo, la no repetición.

En un hecho simbólico el Premio Nobel de Paz 2024 le fue otorgado a Nihon Hidankyo, organización que reúne a las víctimas de las bombas nucleares lanzadas en el Segunda Guerra Mundial contra Japón, una triste remembranza de los horrores de la guerra, a más de un lúgubre recuerdo de los tiempos que vivimos ante la proliferación de conflictos armados internos y regionales, amenazas terroristas, y procesos de impunidad mal llevados que engendran nuevas violencias.

Si el ámbito global es oscuro, ni qué decir del ámbito regional. A pesar de las múltiples misiones, la presencia de organizaciones y organismos, y los cientos de burócratas internacionales cobijados bajo la bandera azul, Colombia y Venezuela son otras dos materias reprobadas en materia de vigencia del derecho internacional, la paz y la justicia.

Hace unos años se le confirió el Nobel de Paz a un expresidente colombiano por un proceso de paz que no concluyó, y del cual estamos viendo sus nefastas consecuencias. Criminales indultados y premiados con curules como congresistas, quiénes no sólo no pagaron un día de sanción por sus crímenes, sino que además nunca han aceptado su responsabilidad en el conflicto, privando así a las víctimas de verdad, reparación y cuya repetición estamos viendo a manos de disidencias, crimen organizado, narcotráfico, y un sinnúmero de actores armados que se abroga legitimidad política, escenario consuetudinario para negociar y exigir, lo cual ha sido otro efecto perverso del Gobierno Petro, que se llenó la boca diciendo que en tres meses desmovilizaba al ELN.

Como si esto fuera poco, Petro sigue guardando un silencio cómplice con Venezuela, es rehén de una agenda internacional inventada por él mismo en donde no tiene mayor impacto o relevancia y —terco como es—, en lugar de aprovechar el escenario de la COP16 para realmente enarbolar un mensaje global y de transición, lo ha convertido en otro espectáculo interno para lanzar propuestas parroquiales, divagar con discursos vacíos, y reiterar sus lugares comunes del capital, el combustible fósil, los trenes imaginarios, y los peligros de la tecnología y la Inteligencia Artificial (contrario a lo que exigía a la petrolera estatal).

Las discusiones de fondo sobre biodiversidad, transición y sostenibilidad, así como la revisión de los instrumentos internacionales en materia de derecho ambiental, nuevamente quedaron relegados por la verborrea presidencial, en donde además de no poner atención a lo sustancial, ha convertido este espacio en otro escenario minúsculo de politiquería para pelear con los ingenios, el Valle del Cauca y el empresariado.

Tristemente se nos fue otra oportunidad de lo que hubiera podido ser un gran hito de la agenda internacional y multilateral, protagonizada por Colombia.