Miércoles, 11 de diciembre de 2024
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Hace un par de semanas, se anunció que el gobierno británico volvería a exigir visa a los colombianos, un baldado de agua fría para quienes trabajaron durante años en eliminar este requisito engorroso, costoso y complicado. Ante esta noticia, la respuesta del embajador colombiano en el Reino Unido, Roy Barreras, fue tan curiosa como reveladora de la falta de autocrítica del gobierno: “No necesitamos visa para demostrarle al mundo que tenemos el mejor café, el mejor cacao, las flores más bellas”. De inmediato, recordé aquel discurso de Ernesto Samper Pizano cuando perdió su visa para viajar a Estados Unidos. En ese entonces, afirmó con orgullo que “no necesitaba visa para ir a Chaparral”, arrancando aplausos de los habitantes de ese municipio en el Tolima. La coincidencia retórica entre Barreras y Samper no es casualidad, y tampoco es la única similitud entre dos de los gobiernos más controvertidos de nuestra historia reciente. De hecho, las semejanzas son claras.

Ambos llegaron al poder prometiendo un cambio frente a sus antecesores: César Gaviria, en el caso de Samper, e Iván Duque, en el caso de Petro. Ambos criticaron lo que consideraban gobiernos “neoliberales” y “oligarcas”, y basaron sus discursos en promesas de pactos sociales, apoyo a los más vulnerables y un compromiso con la paz. Pero también tienen en común los cuestionamientos sobre los respaldos que los llevaron al poder: Samper fue señalado por recibir dinero del Cartel de Cali, mientras que Petro enfrenta señalamientos sobre acuerdos oscuros como el llamado Pacto de La Picota y la cercanía con polémicos empresarios. Eso sí, hay una gran diferencia en la respuesta institucional: hace tres décadas, la Fiscalía, liderada por Alfonso Valdivieso y el fallecido Adolfo Salamanca, investigó a fondo las acusaciones contra Samper. Hoy, las críticas se centran en la actual fiscal general, Luz Adriana Camargo, a quien muchos vemos poco independiente frente al gobierno que la ternó.

Otra similitud está en la dificultad de un juicio político al gobierno gracias a la influencia corrupta del régimen en sus jueces, el Congreso de la República. Pocos recuerdan hoy el nombre de Heyne Mogollón, un anodino representante cordobés que hace casi tres décadas dirigía la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes apoyando a Ernesto Samper, como lo hicieron 109 representantes que impidieron la casi segura caída del presidente en el Senado. Si eso pasara hoy, tendríamos a dos jueces que seguramente harían ver a Mogollón como un justo juez: Gloria Arizabaleta (exesposa de Barreras) y Alirio Uribe (abogado de los colectivos amigos del régimen actual), para no hablar de los ríos de mermelada que han corrido por el Capitolio gracias a viejos zorros políticos al servicio del gobierno como Armando Benedetti (cuyo padre compartió gabinete con, entre otros, José Antonio Ocampo y Cecilia López), Juan Fernando Cristo y el mismo Barreras, quien pasa más tiempo en cuitas políticas nacionales que en asuntos propios de su trabajo en el Reino Unido.

Sin embargo, en algo supera el gobierno de Petro a su guía espiritual: en la violencia contra aquel que no doble la rodilla ante El Señor Presidente. En esta civilización del espectáculo, incluso el matoneo político se hace más expedito, más siniestro, más mentiroso. Correr la línea ética se hizo imperativo entre los llamados “bodegueros” (sin importar si son patanes sin rostro, miembros del equipo de comunicaciones del gobierno, o simples prospectos de lavaperros que buscan ganarse un puesto a punta de insultos y medias verdades), como lo dejó claro en 2022 uno de sus líderes, el actual embajador en Chile Sebastián Guanumen. Para ello, todo vale: desde acusaciones sin ningún sentido repetidas por cuentas de dos o tres seguidores para crear tendencias ficticias, datos falseados o descontextualizados repetidos hasta el soponcio, o el simple insulto constante de personas sin ningún oficio. Me pregunto cuántos guanúmenes habría contratado, con el flujo constante de dinero proveniente de Cali, la campaña de Samper de existir esa tecnología.

Otra diferencia entre El Señor Presidente y Ernesto Samper está en su familia. La primera dama de hace tres décadas, Jacquin Strouss, se mantuvo siempre discreta; mientras el hermano del presidente, el reconocido periodista Daniel Samper Pizano, dejó las columnas de opinión de El Tiempo y se refugió en su inolvidable Postre de Notas. Los Petro Alcocer, por otro lado, han sido la familia presidencial más escandalosa de la que tengamos memoria: un hijo detenido por corrupción en campaña, otro hijo investigado por tratos junto al corrupto presidente de Ecopetrol, una hija aprovechando los medios públicos para hacer largos publirreportajes de su emprendimiento, un hermano que hace pactos con criminales, y una esposa cuyo millonario derroche en su séquito sólo es superado por su influencia para nombrar a sus parientes, amigos y vecinos en embajadas e institutos descentralizados.

En la jerga televisiva, un “refrito” es la nueva versión de una serie para audiencias distintas: Pasión de gavilanes fue el refrito de Las aguas mansas, la mexicana Destilando amor reencauchó Café con aroma de mujer cambiando el café por el tequila, y la vieja telenovela argentina Señorita maestra se convirtió en la inolvidable Carrusel en México. Hoy en día, en Colombia vivimos un refrito histórico. El mal llamado “gobierno del ‘cambio’” no es más que una versión más ideologizada y corrupta del mal llamado “gobierno de la gente”. Sólo espero que en 2026 las alternativas al desgobierno actual sean más que un disfraz de las formas actuales.