“Para enfrentar el problema climático sería necesario que los ciudadanos adoptáramos patrones y comportamientos de consumo que, al agregarse, condujeran a reducciones significativas en las emisiones de gases con efecto de invernadero”.
POR: Eduardo Uribe Botero
Ya todo el mundo, o casi todo el mundo, acepta, en círculos científicos y no- científicos que el cambio climático, o mejor la crisis climática, es un hecho. Lo que nadie puede saber con certeza es la naturaleza de sus impactos, su dimensión y su distribución geográfica. Pero lo que sí es claro es que no se trata de un problema que solo afecta a pingüinos y a osos polares y que puede, como de hecho está ocurriendo, afectar e incluso destruir las vidas de las personas y de las comunidades.
La certidumbre sobre la existencia del problema climático y la incertidumbre sobre la naturaleza, dimensión y distribución geográfica de sus posibles impactos sobre el bienestar y la vida de las personas, está causando ansiedad en millones de ciudadanos, especialmente niños, alrededor del mundo.
La inminencia del problema climático ha llevado a muchos a hacer aportes personales que contribuyan a resolverlo por su propia cuenta. Es así como algunos han renunciado a comer carne como una manera de contribuir a detener la deforestación que resulta de la ampliación de la frontera ganadera sobre los bosques naturales y para evitar las emisiones de metano. Otros han adquirido vehículos eléctricos o se mueven en bicicleta para evitar el consumo de combustibles fósiles líquidos (diésel y gasolina). Algunos evitan los viajes en avión. Los más comprometidos revisan la huella de carbono de cada compra que hacen. Analizan cuantos gramos de carbono fueron emitidos a lo largo de los procesos de producción y transporte de los bienes que consumen.
Aunque, en últimas, todos estos buenos ciudadanos hacen aportes a la reducción de las emisiones de gases de efecto de invernadero, la verdad es que lo hacen asumiendo costos personales altos.
Mientras tanto la gran mayoría de los ciudadanos del mundo no están dispuestos a renunciar a la carne, a comprar un vehículo costoso, a evitar los viajes en avión, etc. Por lo anterior, la contribución de todos esos buenos ciudadanos globales a la solución del problema climático resulta siendo marginal.
Ahora bien, la verdad es que para enfrentar el problema climático sería necesario que todos los ciudadanos del planeta adoptáramos patrones y comportamientos de consumo que, al agregarse, condujeran a reducciones significativas en las emisiones de gases con efecto de invernadero. ¿Pero como hacer para que eso ocurra? Ciertamente, la mayoría de las personas no se volverán veganas a punta de evangelización y de educación ambiental, la mayoría, por lo menos en Colombia, no se puede dar el lujo de adquirir un vehículo eléctrico, ni está dispuesta a renunciar voluntariamente a ciertos consumos.
Son entonces los gobiernos del mundo, como agentes reguladores, los llamados a fijar las reglas y a generar los incentivos necesarios para alinear los comportamientos de las personas con los objetivos nacionales y globales de mitigación del cambio climático. Las palabras claves son, pues, regulación e incentivos. Entonces, dado que en las democracias como la nuestra, somos los ciudadanos los que elegimos a quienes escriben las reglas del juego que generan los incentivos, la clave para asegurar una contribución significativa a la solución del problema climático está en nuestras manos: elegir bien. La elección de un gobierno capaz de hacer una regulación económicamente eficiente y socialmente equitativa que conduzca rápidamente al control de la deforestación y a la de- carbonización de la economía mediante una transición energética gradual y justa, puede hacer contribuciones mucho mayores que los sacrificios personales de algunos buenos ciudadanos.