“Han llegado al poder personas que quieren imponer de manera radical y absoluta una visión del mundo definida por mitos y leyendas”
Enrique Gómez Martínez
Mitos y leyendas en lo económico, lo ambiental, la justicia, la educación, la salud y lo social. Debemos aceptar, en democracia, que los gobernantes postulen e intenten desarrollar políticas basadas en visiones simplistas de los grandes problemas nacionales y en deseos utópicos e irreales. Pero no podemos guardar silencio.
Debemos entender de manera rápida la lógica con la cual nuestro Estado pudo caer en manos de los ungidos de la utopía. Esto es determinante para que la sociedad toda pueda despertar de su embeleso o su depresión, según se haya apoyado o no a Petro. ¿Cómo la mayoría cae en la histeria y la estupidez que conduce al deterioro rápido y efectivo de su calidad de vida? Entre otros, Sowell lo explica con claridad.
Los obispos del petrismo requieren como primer paso para la promoción e imposición de sus políticas públicas convencer a opinadores, jueces, periodistas y votantes de la existencia de una crisis. No importa si la crisis es irreal. Lo importante es alegar, con algún grado de verosimilitud, que existe una crisis. Para ello no dudan en manipular las estadísticas, seleccionando la que sea especialmente favorable al mito. Ese dato se aísla y se extrapola radicalmente.
Ejemplos recientes de crisis inducidas y muy exitosas electoralmente: debemos asumir una transición energética radical porque los colombianos estamos destruyendo el planeta. Colombia está sumida en el hambre. Los indígenas necesitan urgentemente más territorios. El petróleo nos está dejando sin agua. El feminicidio es uno de los principales problemas del país. El modelo de pena carcelaria está en crisis porque es injusto. Existe una enorme crisis de acceso a la educación o a la salud.
Ninguna de las anteriores afirmaciones es cierta, pero fueron determinantes en la intención de voto de millones.
Convencida la opinión de estas crisis imaginarias o exageradas, los ungidos del petrismo adoptan de manera sistemática una postura de superioridad moral como principal argumento de discusión. Esta autoasignada superioridad moral tiene dos efectos demoledores en el debate social. Por una parte, produce una satisfacción y gratificación amplia para el ungido porque logra situarse por encima de sus contradictores o de los demás ciudadanos que lo escuchan o se atreven a cuestionar su diagnóstico y sus soluciones. Esta satisfacción personal, química en su origen fisiológico, refuerza la conducta, la visión y la argumentación y promueve más radicalismo y activismo del ungido. ¡Es una adicción! Por otra parte, la alegada superioridad moral permite en entornos específicos (universidad, redes, prensa, familia, partidos políticos) inducir, en quienes no comparten el diagnóstico o saben que es errado o irreal, el miedo al ostracismo moral. Este miedo a la estigmatización agresiva por parte del ungido genera en el ciudadano un sometimiento pasivo, silencioso y sumiso. Induce una actitud generalizada de comodidad social para evitar el conflicto.
Ahora el ungido impone sus soluciones irreales, contraproducentes, incluso, para el fin que desea lograr, apoyado en un activismo articulado y un lobby chantajista y agresivo alimentado por la adictiva superioridad moral. Este lobby se arma además de una panoplia de falsa ciencia, estadísticas manipuladas y mercadeo emocional e histérico.
No podemos guardar silencio frente a la tiranía del justicialismo social, el ambientalismo radical, el buenismo punitivo, el garantismo laboral y otras premisas “morales” con las cuales Petro se apresta a destruir la economía y la sociedad.
Bien dijo Peterson: “Cuando tienes algo que decir, el silencio es una mentira y la tiranía se alimenta de mentiras.”