Pensar en una intervención en Venezuela es bastante ingenuo, no solo desde la perspectiva de los costos económicos de una intervención militar, sino también desde la óptica de los intereses de los países en relación con Venezuela.
Con la autoproclamación de Nicolás Maduro como “presidente” de Venezuela el pasado 10 de enero, se oyeron y leyeron un sinnúmero de críticas al rol de los organismos multilaterales; de cuestionamientos a la efectividad de las organizaciones internacionales, y hasta peticiones públicas de intervención militar internacional en Venezuela de parte de no pocos actores políticos nacionales e internacionales.
Pensar en una intervención en Venezuela es bastante ingenuo, no solo desde la perspectiva de los costos económicos de una intervención militar, sino también desde la óptica de los intereses que son los que gobiernan las relaciones internacionales de acuerdo con la teoría realista que bien explicaron Carl Von Clausewitz y Hans Morguenthau, hace más de un siglo, y que hoy siguen ampliando académicos como Robert Kaplan o David Rodin.
Sin referirme al costo en vidas humanas, o a la pérdida de patrimonios arquitectónicos, o a los costos medioambientales que tienen las guerras y las invasiones y que, en principio, son incalculables; el costo económico que tiene desarrollar una intervención militar es también enorme y casi igual de absurdo. Miremos dos ejemplos.
De acuerdo con la Casa Blanca y la Universidad de Brown de los Estados Unidos, la guerra de este país en Afganistán costó más de 300 millones de dólares diarios durante 20 años. Más de 2 billones (entiéndanse millones de millones) de dólares con la excusa de la guerra contra el terrorismo, sin que semejante gasto haya tenido, proporcionalmente, un resultado contundente para la seguridad de los contribuyentes de Estados Unidos. Para ponerlo en perspectiva, según el Banco Mundial el PIB de Colombia para el año 2023 fue de unos 363 mil millones de dólares mal contados, cifra que cabe 5.5 veces en los 2 billones de la guerra en Afganistán. Dicho de otra forma: todo el valor de la economía colombiana del año 2023 fue a penas la quinta parte de lo que costó la guerra en Afganistán, sólo en términos económicos.
En esta misma línea, la Oficina de Asuntos Político-Militares del Departamento de Estado de los Estados Unidos reporta que, a la fecha, ese país ha destinado 65.9 mil millones de dólares para defender la soberanía de Ucrania desde el 24 de febrero de 2022, fecha en que comenzó la más reciente invasión rusa. Esa cifra es un poco más de mitad del presupuesto del gobierno colombiano para el 2024 que ascendió a 121 mil millones de dólares aproximadamente.
Vistos a penas dos ejemplos sobre los enormes costos económicos de las intervenciones, valdría la pena preguntarse: ¿qué país democrático estaría interesado en intervenir en Venezuela y a qué costo?
Empezando por Estados Unidos. A pesar de algunas medidas diplomáticas y económicas impuestas contra empresas e individuos vinculados con el régimen venezolano, empresas norteamericanas siguen teniendo acceso al petróleo venezolano sin muchas restricciones, y no existen razones para pensar que más allá de los pronunciamientos pro-democracia del gobierno estadounidense, exista la posibilidad de que los contribuyentes norteamericanos apoyen una invasión norteamericana para restaurar la democracia en Venezuela.
Ni siquiera el apoyo de Putin o del gobierno chino a Venezuela logran perturbar los intereses de Estados Unidos en la región. Con el frente de batalla abierto en Ucrania, Putin no tiene a Venezuela como un punto estratégico dentro de su esquema de seguridad y defensa, ni tampoco como un activo estratégico en otras áreas, más allá de la posibilidad de generar algunas provocaciones diplomáticas con Estados Unidos. Rusia está tan “embolatada” con los problemas relacionados con sus intereses geoestratégicos más cercanos, como para convertir a Venezuela en otro foco de gasto, a demasiados kilómetros de distancia, sin mayores beneficios políticos o económicos para Putin en su confrontación con occidente o con los Estados Unidos.
Por otro lado, el foco del enfrentamiento de Estados Unidos con China se da en el terreno económico, más que en el político o el militar, y Venezuela no es, por ahora, un eje económico determinante en la región como para que el país norteamericano vea amenazados sus intereses por los negocios chinos en Venezuela en materia energética y de infraestructura. Desde luego, la participación china en el sostenimiento económico del régimen venezolano incomoda a los norteamericanos, pero no logra desbalancear a favor de los chinos su influencia en la región, y mientras esto no ocurra, Estados Unidos evitará una confrontación militar con China, así esta sea bajo la bandera de la defensa de la democracia en Venezuela.
¿Y Europa? ¿Qué intereses tiene Europa en Venezuela? Salvo algunas inversiones en petróleo, finanzas y turismo que se perdieron con la llegada del Chavismo, no hay grandes intereses por defender o por recuperar. ¿Y América Latina? ¿Y Colombia? Suponiendo que existiera la voluntad política de intervenir, que no existe; las solas restricciones presupuestales de los gobiernos de la región hacen imposible, de antemano, pensar en una intervención en Venezuela, eso sin contar con los innumerables problemas políticos y crisis internas que sufren casi todos los países de América Latina, lo que inviabilizan cualquier acción por fuera de las declaraciones diplomáticas.
Así las cosas, hablar de una intervención militar en Venezuela es irreal y probablemente también sería indeseable, no solo por el costo en vidas humanas, sino por el inmenso costo económico que ello implica y que nadie está dispuesto, ni tiene la capacidad de pagar. Lamentablemente, como están las cosas hoy es muy probable que Maduro y su régimen se mantengan en el poder por varios años más.