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Felipe González Giraldo piedad Córdoba

No es cuestión de perspectiva

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El fallecimiento de Piedad Córdoba este fin de semana, al igual que ocurre con muchos otros decesos de personalidades públicas, generó un intenso debate en redes sociales sobre su figura. Se expresaron opiniones que recordaron y condenaron su cercanía con el régimen venezolano, su participación en secuestros perpetrados por las Farc y su apoyo a grupos terroristas en el país.

Al mismo tiempo, hubo defensores acérrimos que la elogiaron como una magnífica defensora de la paz, una aparente representante de las causas de las minorías étnicas y una luchadora política sin parangón. No sobró el enajenado, que no será nombrado, que básicamente culpó a sus opositores de producirle ese infarto letal,debido a que “su cuerpo y su mente no resistieron la presión…”.

Simplemente, Teodora murió.¿Y qué significa la muerte de alguien que escapa a la justicia de los vivos? Nada y todo. Nada, ya que el fallecido está muerto y no existe nadie que pueda confirmar con certeza que aquel que ha abandonado el plano terrenal tendrá que rendir cuentas posteriormente en el escenario espiritual. Todo, puesto que, como dicen en los pueblos del territorio nacional: “muerto el perro, se acabó la rabia”. No deja de sentirse cierto sosiego, por mínimo que sea, al saber que un elemento nocivo ya no está por ahí haciendo lo que le plazca.

Pese a esta realización, es comprensible que persista un sentimiento de frustración, especialmente si la persona causó mucho daño a la sociedad; individuos que infligieron heridas profundas en los vivos, quienes ahora tienen una carga adicional: tener que soportar que su agresor haya experimentado el placer de la impunidad, sin que se haya aplicado la máxima de Ulpiano, que sostiene “dar a cada uno lo que es suyo”.

Asimismo, aquellos que aún respiran poseen el derecho y el deber de no olvidar. Derecho, dado que está en sus prerrogativas deshacerse de lo que consideren dañino, incluyendo los recuerdos; y deber, porque tienen la obligación humana de perpetuar la memoria, una memoria que algunos intentan socavar mediante narrativas. Una idea contradictoria, pero no menos fundamental, en la lucha por el alma de un país.

Y aquí radica la esencia de la confrontación: la pugna entre dos sistemas de valores. Uno, representado por la mayoría de los colombianos, que nunca ha tolerado la violencia, la corrupción y la maldad, y que tiene como principio el futuro próspero de Colombia. En contraste, su opuesto se rige por el principio de la erradicación de los demás, buscando lograrlo mediante un relato cimentado en un terreno de sangre seca, pilotes forjados con calaveras y mercadeado con tergiversaciones.

En consecuencia, así como se debe difundir el mensaje correcto acerca de quién fue Teodora, lo mismo debe hacerse con otros y los legados que intentan construir a base de mentiras. Que no vengan a decir, a modo de muestra, que es un mandato del destino o un presagio positivo que Piedad Córdoba haya “dado su último suspiro” un día antes del centenario de la muerte de Vladímir Lenin. Sería una coincidencia “cocida con hilo dental”, aunque no por ello una mala jugada comunicacional que podría fácilmente atrapar la mente de los incautos o de aquellos que quizás no estén prestando la debida atención.

Igual ocurre con los supuestos “testamentos a la lucha revolucionaria” que los que hoy ostentan el poder quieren grabarle a los colombianos. A esa intentona, la respuesta es “No”. Por más palabras embelesadas, la barbarie y el terrorismo no se pueden tapar. “No”, M-19 no fue una noción de rebeldía política a un pervertido estado de las cosas, sino el epicentro de las grandes tragedias en la Colombia de finales del siglo XX -que todavía sigue haciendo estragos- . “No” existen argumentos paliativos sobre los orígenes de las Farc, Eln, Epl, AUC; por el contrario, implican la casi destrucción de un país.

No es una cuestión de perspectiva, por más que repliquen en internet el aforismo erróneamente atribuido a Marco Aurelio, aquel que reza: “Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad”. Ese aforismo es ridículo. Primero, porque sí existen hechos objetivos, como, por ejemplo, que por más de setenta años Colombia ha sido azotada por los maleantes de siempre. Y, en estos tiempos, esa bigornia, apalancada en respiros legales, plantea hacer creer en un universo paralelo en el que ellos son los buenos y el resto está equivocado. Segundo, no hay trazabilidad que determine que esa máxima haya sido anotada o pronunciada por el emperador romano. Tercero, porque Marco Aurelio era un estoico, no un escéptico, y un estoico jamás invitaría a una absurda relativización de los hechos.

No se puede olvidar que definitivamente sí hay muertos y vivos malos, así la gente tema ser tachada de políticamente incorrecta. No permitan que les metan los dedos en la boca. Si usted no evade sus impuestos, no comete homicidios, no hurta, no se alza en armas, no secuestra y, en general, no se comporta en detrimento de los derechos de sus compatriotas, con seguridad está en la senda correcta de la historia y tiene todo en común con su vecino.