“El conflicto intelectual, el desacuerdo, forma parte del ‘Buen Gobierno’, pero si no se deja canalizar por los extremismos”
Fernando Cepeda Ulloa
Pertenezco a la escuela de pensamiento que cree que en nuestro tiempo las etiquetas de izquierda y derecha ya no son significativas. Así como no me identifico con una corriente de izquierda a la Cuba de hoy o a la Nicaragua de Ortega y no los asimilo a lo que ocurre con Maduro en Venezuela o con Lula ahora o en su anterior presidencia, ni creo que Boric sea como Castillo en Perú, ni que Petro esté imitando a alguno de ellos, de la misma manera pienso que Uribe no era como Fujimori ni éste como Piñera en Chile ni Bukele como el presidente Uruguayo Lacalle, ni Andrés Manuel López Obrador como ninguno de los anteriores.
Cada país, con antecedentes históricos muy propios, y circunstancias coyunturales bien específicas no adopta modelos que se exhiben en otros contextos, simplemente porque se matrícula en la izquierda o la derecha. Putin no quiere ser como Lenin o Stalin. Y Xi Jinping no añora replicar a Mao-Tse-Tung.
Vivimos en otro mundo. El “Manifiesto Comunista” no se vende en las esquinas ni el libro Rojo de Mao. Los viejos gritos de batalla ya no se oyen. Nadie está interesado en escuchar la retórica de los mejores voceros de estas tendencias. El Rey de España no tiene ningún inconveniente para recibir a Lula o a Petro.
Igual le ocurre a Biden. Abordan temas de la agenda global, cambio climático, lucha contra las drogas, cooperación, intercambios universitarios, etc. Los sindicatos de los Estados Unidos propician un buen trato para sus homólogos aquí y en otras partes, pero están vigilantes para que no gocen de ventajas o tratos que vayan en detrimento de sus afiliados. Igual en Europa. Sociedades tan diversas, tan complejas, tan sensibles, ponen su bienestar y el de sus ciudadanos como prioridad. La solidaridad, asunto clave ahora, se expresa con respecto a otros temas y de otra manera.
La seguridad, por ejemplo, se considera por derecha e izquierda un concepto fundamental que es la base del apropiado ejercicio de los demás derechos humanos. La seguridad de Ucrania no es indiferente para los demás países europeos. Y, países muy lejanos pagan un precio alto por la inaudita guerra desatada por Rusia.
El tema de las migraciones masivas preocupa a continentes enteros, a regiones y subregiones. ¿Cuba recibe olas de inmigrantes? ¿Venezuela, de hoy, recibe inmigrantes? A dónde van los más vulnerables, ¿a países que se declaran de izquierda? ¿Allá esperan encontrar una respuesta a su miseria, a su desesperanza? El problema migratorio ¿agobia a Estados Unidos, a la Europa continental, a Colombia?
Nuestra actitud frente a tres millones de venezolanos fue elogiada internacionalmente porque era una magnífica expresión de solidaridad por parte de un país con problemas propios de pobreza que no buscaba impedir esa migración alegando su propia situación de precariedad. ¿Y acaso les preguntamos si eran de izquierda o derecha? Su enorme vulnerabilidad no tenía etiquetas.
El centro cobija a quienes creen que la vida política debe llevar a la construcción de consensos. Que las soluciones perfectas no existen. Que hay que ser idealistas sin ideales, o sea sin dogmatismos. Sin declararse como poseedores de la verdad. Como quienes son dotados de una virtud sobrenatural que les permite distinguir entre buenos y malos. Que no quieren aprender las lecciones de la historia, en particular, aquellas que nos dicen qué “herejías” desembocaron en horribles matanzas y en guerras crueles. Derecha e izquierda, casi inevitablemente, derivan en sectores extremistas que hacen ingobernable una sociedad.
Es que el origen de este alineamiento político está en la Asamblea Nacional de 1789 en torno al papel de la realeza en Francia. Los partidarios de la prevalencia de la voluntad de los representantes del pueblo con respecto a las reformas. Ellos se colocaron a la izquierda. Otro sector defendió el poder real y se colocó a la derecha del presidente de la Asamblea. Y en frente, al centro, se posicionaron los no comprometidos y moderados.
Claro, los estigmatizaron como “flojos”, “débiles”, “carentes de principios”. Con el tiempo estos estereotipos se fueron refinando. Pero hoy eso se denomina polarización y no ayuda a la tarea de encontrar los caminos del “Buen Gobierno”. El centro busca el equilibrio, pretende lograr evitar el conflicto violento. El conflicto intelectual, el desacuerdo, forma parte del “Buen Gobierno”, pero si no se deja canalizar por los extremismos. ¿Acaso utópico?