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Hassan Nassar colombia

El peligroso activismo digital

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¿En qué momento se dejó la educación en manos de activistas, llenos de sesgos y con una enorme vanidad de reconocimiento público que se levantan cada mañana más con el afán de buscar seguidores en Twitter y no de formar mejores profesionales?

HASSAN NASSAR
Director Revista Alternativa

Según la RAE, “la voz influencer es un anglicismo usado en referencia a una persona con capacidad para influir sobre otras, principalmente a través de las redes sociales”. En el argot cotidiano se considera a los influencers como los nuevos «líderes de opinión». Personas que si bien son muy útiles en el mercadeo de distintas marcas, ahora también han incursionado en la política, la economía y por supuesto en el periodismo.

Los influencers se caracterizan por tener engagement, otro anglicismo para definir el nivel de compromiso que tiene la audiencia con el contenido que producen y por ende con la comunidad que crean. Otra característica destacada es que sus seguidores se ven reflejados en ellos de alguna manera, los perciben como pares genuinos y esto impulsa el valor que se le da a sus comentarios y opiniones.

Los influencers se convierten entonces en valiosos activos para llevar un mensaje, masificar una idea, vender un producto o una marca. Si se quiere vivir una experiencia, la herramienta más efectivaen el mundo digital es a través de un testimonio, un video, una foto, una columna o un trino de un reconocido influencer.

Diariamente muchos de ellos, en todo el mundo, en múltiples redes sociales están desplegando su talento, y es gracias a esa enorme creatividad que la industria del entretenimiento, la cultura, el turismo, la tecnología, el arte, la política se han revitalizado para entrar en la era digital de manera masiva.

Lastimosamente este fantástico grupo de influencers que son los reyes de la opinión gracias a su originalidad, contenido y humor, está amenazado por otro grupoque prefiero llamar activistas digitales, muchos inescrupulosos, dispuestos a correr la línea ética lo que sea necesario, sin moral o código profesional que los sujete.

Y es aquí donde surgen varios temas que vale la pena analizar.

¿En qué momento dejamos de informarnos por periodistas y mediosrigurosos, con trayectoria, que tienen la obligación de verificar lo que publican, o de rectificar si se equivocan, para caer en la red de falacias de un activista sin ética profesional con un canal de YouTube?

¿En qué momento dejamos de elegir personas que se prepararon durante años académicamente y laboralmente para desempeñar los cargos de mayor responsabilidad del Estado, para que ahora lamentablemente terminen en algunos casos en manos de individuos sin preparación y cuyo único mérito es tener miles de seguidores en Twitter, YouTube o Instagram?

¿En qué momento se dejó la educación en manos de activistas, llenos de sesgos y con una enorme vanidad de reconocimiento público que se levantan cada mañana más con el afán de buscar seguidores en Twitter y no de formar mejores profesionales?

¿En qué momento dejaron de importar los títulos académicos, la formación profesional, la ética y la moral y empezaron a valer más el número de me gusta y seguidores en una red social?

Es gracias a estos activistas digitales, sin un ápice de ética pero con miles de seguidores en sus cuentas, que ahora millones de personas creen que los demagogos son buenos gerentes, que los charlatanes sin experiencia son buenos gobernantes, que los déspotas son buenos aliados, que los mentirosos compulsivos son buenos informando, que los criminales de lesa humanidad son defensores de DDHH, que los narcotraficantes son gestores de paz, que los libretistas de novelas son buenos congresistas, y que los corruptos de siempre representan el cambio.

Pero hay algo más grave aún. En qué momento muchos de los más preparados, los más cultos, los de mayor experiencia y formación decidieron dar el salto y convertirse en activistas digitales.

¿En qué momento el ego y la vanidad invirtieron la balanza?

Ese sueño cada mañana de ser los más leídos, los más escuchados, los más comentados y con el mayor número de seguidores está llevando a una nueva generación de periodistas a buscar más protagonismo personal en las redes sociales que en los propios medios. Ese costoso error está generando que ahora cualquier activista con redes sociales se crea de la noche a la mañana periodista.

Pero lo mismo ocurre con los políticos y lo más triste en la academia.

No hay sino que entrar a las redes sociales para verlos. Presidentes y expresidentes opinando del tema del día en Twitter, magistrados, exministros de Estado convertidos en panelistas de las redes sociales, sentados con académicos con maestrías y doctorados opinando del menú de un restaurante de moda. Una gran mayoría ahora convertidos en influencers, otros en activistas en Facebook, Twitter o Instagram.

Las redes sociales llegaron para quedarse, los medios de comunicación han tenido que adaptarse rápidamente a esta dinámica y los demás sectores de la sociedad tienen que convivir con esta nueva dinámica de relacionamiento digital.

Pero cuidado, hay mucho avivato a sueldo de políticos de turno tratando de esparcir la mentira y la posverdad aprovechando esta nueva coyuntura en las redes sociales.

Ellos saben que los medios tradicionales están desprestigiados, que la clase política aún más, que la indignación de los hashtags domina el ambiente y que se necesitan voces irreverentes con miles de seguidores para llevar el mensaje de cambio.

Un cambio cargado de sesgos, prejuicios y muchos titulares escandalosos.

El más reciente caso la invención de 300 desaparecidos durante el paro nacional de 2021 y que supuestamente fueron cremados a escondidas en los cementerios de Bogotá. Una historia que da para que cualquier libretista termine aspirando a la alcaldía de la capital.

Ahora que los gobernantes de turno han decidido gastar presupuesto público en influenciadores es importante saber si esos mismos activistas digitales están contándole a sus audiencias la real motivación detrás de sus contenidos y quién los financia.

En conclusión estamos en manos de los influencers y de los activistas en las redes sociales. La tarea ahora es encontrar quién dice realmente la verdad.