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JAIME E ARANGO Jaime E. Arango Harvard

Bye Bye Claudine

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Citadas al Congreso en un día memorable, se les preguntó expresamente si pedir el genocidio de los judíos violaba el código de conducta sobre intimidación y acoso en sus universidades,las presidentas de las universidades de Harvard, Claudine Gay, Pensilvania (Upenn), Elisabeth Magill, y del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), Sally Kornbluth, dieron una respuesta histórica, “depende del contexto”.

Elizabeth Magill, renunció en las horas posteriores a la citación y la atención se concentró en Claudine Gay, no solo por lo que significa la Universidad de Harvard, sino también por lo que significaba Gay, el icono por excelencia de la cultura DEI, que es la sigla para Diversidad. Equidad. Inclusión, con la cual se ha impuesto en las universidades más importantes del mundo una especie de absolutismo cultural impulsado por la izquierda identitaria.

Para el momento en que la presidente Gay es citada al Congreso, Harvard ocupaba el último lugar, entre 248 instituciones, en la clasificación anual sobre libertad de expresión, que realiza anualmente la Fundación para los Derechos y Expresión Individuales y como quedó claro unas semanas después, su propio nombramiento fue el resultado de una selección basada en el DEI, más que en méritos académicos reales.

¿Realmente qué pasó durante la comparecencia en el Congreso? Según las normas del DEI, ir disfrazado de mexicano a una fiesta de día de brujas es un delito de odio, entonces, y este es el asunto complejo, ¿por qué ir vestido con uniformes de Hamas a una manifestación antijudía es una cuestión de contexto? ¿por qué lo uno es odio puro y lo otro es relativo? Esa fue en realidad la pregunta.

Bajo el concepto de interseccionalidad que conforma la ética del DEI casi cualquier cosa es una ofensa y un estudiante, o un maestro que se hubiera referido a cualquier minoría como lo hicieron sobre los judíos en Harvard el 8 de octubre, cuando ni siquiera se había iniciado la ofensiva de las FDI, hubiera sido expulsado al instante y seguramente perseguido judicialmente. Al intentar justificar un discurso odio como libertad de expresión,en un entorno donde no hay libertad de expresión alguna, Claudine Gay dejó abierto un relato que ninguna institución occidental, académica, corporativa, política, o cultural, puede aceptar, que es la justificación del odio.

El DEI es un modelo de simplificación de la realidad al reducirla a la dialéctica opresor-oprimido y no hay más, es una suerte de reciclaje identitario de la lucha de clases, en ese “contexto” el antisemitismo es el relato del oprimido, su odio está justificado moralmente y por lo tanto las brutales violaciones masivas del pogromo del 7 de Octubre, no son un crimen por dos razones, el origen de los violadores y la raza de la víctimas.

Lo que Claudine Gay estaba diciendo con “depende del contexto”es que sus alumnos en Harvard no consideraban un crimen que palestinos violaran judías, los primeros cuentan con la pureza moral oprimido y las segundas con la culpa del opresor. En ese momento quedó expuesto, como nunca, el desastre moral que implica el DEI, por eso @BillAckman, que fue uno de los mayores impulsores desde la sociedad civil de la destitución de la Claudine Gay, insiste en que "La destitución de Claudine Gay no cambiará las cosas. La universidad necesita una reforma completa, empezando por la dimisión de la junta directiva y la eliminación de DEI de todos los rincones de la institución".

La renuncia de Claudine Gay, acosada por graves acusaciones de plagio, que eran un rumor a voces desde su nombramiento, supone un paso en la dirección correcta para restituir al entorno universitario un mínimo de cordura, a la vez que ha expuesto la podredumbre del establecimiento wok, que ahora intenta demostrar que Gay fue víctima de una conspiración de activistas conservadores como Cristopher Rufo, pero fueron en realidad medios liberales como NYT y Washington Post, los que en última instancia reclamaron su dimisión.

Claudine Gay representa lo que el escritor Douglas Murray definió en su libro Masa Enfurecida: “El llamamiento a identificar nuestro lugar y el de otros dentro de la jerarquía de la opresión es una invitación no solo a mirarnos el ombligo, sino a convertir todas las relaciones humanas en calibraciones del poder político”. Un mundo inaceptable.