En sociedades que viven con la sensación de ofensa constante, interiorizar conspiraciones crea una narrativa que aporta sentido y explica y multiplica el agravio, real, o no. Eso ya lo estamos viviendo en nuestro país. Tendrá graves consecuencias, pero es imposible prever hasta donde puede llegar una dirigencia atrapada en teorías conspirativas.
Jaime Eduardo Arango. Analista y consultor. Twitter: @jaimearango9
Las teorías de la conspiración más exitosas e influyentes de nuestro tiempo están consignadas en dos textos canónicos, Los Protocolos de los Sabios de Sión, una creación de la policía zarista Ojrana que Umberto Eco describe en su maravillosa novela, El Cementerio de Praga, y un extenso relato de ficción histórica escrito en Inglaterra por alemanes al que se conoce como El Capital.
A estos últimos, el mismo Eco, en la misma novela, los describe como “la secta apocalíptica de Tréveris”. Esta teoría ha tenido tanto éxito y duración en el tiempo porque es una adaptación muy básica del pensamiento cristiano primitivo que se encuentra en la cultura y es parte del legado moral de occidente y común en casi todas las sociedades.
Se compone de tres elementos fundamentales: Predestinación, culpa y redención, pero toda conspiración requiere un marco racional y en este caso se trata de un conjunto dedesprolijas observaciones sobre economía.
El relato subyacente en la obra es bien simple, hay un lugar, indefinido, oscuro y secreto, llamado “super estructura” en el cual los dueños del capital, que no sabemos en concreto quienes son, pero son pocos y malos, se reúnen de alguna forma para tramar como mantener pobres a los pobres para siempre, la sociedad y la política y la cultura son producto de esa maligna conspiración secreta, por lo tanto es misión de los oprimidos por ese grupo eliminarlos, ojala físicamente y destruir su conspiración para que el mundo retorne a su cause predestinado y reinen la igualdad y la felicidad.
Esta teoría de la conspiraciónha tenido miles de continuadores, millones de seguidores y sobre todo está en la justificación de millones de crímenes. Cambia de nombre y de voceros, como Los Protocolos, que ahora se llaman Club Bilderberg, o QAnon. Igual que la superchería sobre la existencia de un “estado profundo”, la tal “superestructura”, sirve para todo y lo explica todo.
En realidad, la política contemporánea está determinada por teorías conspirativas que califican al liberalismo y la democracia como el resultado de tramas elitistas y es muy común encontrar en el lenguaje cotidiano referencias a conclusiones conspirativas, como que las farmacéuticas inventan enfermedades para poder vender luego medicamentos carísimos, o que todos los partidos de futbol son arreglados.
En general las personas creen que unas pocas manos invisibles rigen el mundo. Pero ninguna de esas creencias se ha consolidado en la cultura como la versión marxista, el convencimiento de que una pequeña y casi secreta elite controla la economía en contra de los intereses de la humanidad es una narrativa que se ha impuesto mayoritariamente.
La teoría conspiratoria expuesta en El Capital sirve para explicar lo grande y lo pequeño. En un ambiente dominado por ese relato se puede acusar a cualquier grupo de conspirar contra la sociedad, criminalizarlo y perseguirlo, sin necesidad de prueba alguna. En sociedades que viven con la sensación de ofensa constante interiorizar conspiraciones crea una narrativa que aporta sentido y explica y multiplica el agravio, real, o no. Eso ya lo estamos viviendo en nuestro país. Tendrá graves consecuencias, pero es imposible prever hasta donde puede llegar una dirigencia atrapada en teorías conspirativas.