Hay que entender el origen religioso de la idea del cambio. Los últimos trescientos años transformaron por completo el mundo, pero para los místicos de “El Cambio”, todo sigue igual. Porque su visión nos es material, ni empírica, ni racional. El cambio es el advenimiento del reino de los cielos, la igualdad, la justicia suprema, el retorno al paraíso. Por eso no es posible concebir un pensamiento más reaccionario que el de los creyentes de “El Cambio”. El motor de explosión o la inteligencia artificial son para los sectarios de “El cambio” solo formas de la injusticia, trampas para retardar el inevitable retorno al paraíso perdido; la tecnología es impiedad, el desarrollo es el pecado.
Esta interiorización del cristianismo primitivo se conoce comúnmente como socialismo y es la fe más popular entre los jóvenes desde mediados del siglo XX y junto con el psicoanálisis es probablemente la religión contemporánea de mayor crecimiento, tienen en común la negación de la responsabilidad individual, es decir de la libertad, porque los responsables son otros, los padres y los padres de los padres y así. Por lo tanto, les incumbe a los jóvenes la misión sagrada de reimplantar la justicia, la igualdad, la pureza, la santidad que destruyeron las gentes egoístas de la razón y la técnica.
La narrativa política de “El Cambio” es especial porque no requiere cambios. Puesto que su objetivo es indeterminado y absoluto le basta con la intención. Lo importante es la voluntad de hacer “El Cambio”, la fe, la lucha y la decepción, el sentido lirico del fracaso frente a las fuerzas que no lo permiten, frente a la maldad que se opone al paraíso reclamado. En este sentido los devotos de “El Cambio” buscan la santidad, la superioridad moral, liderar con ejemplo, incluso con el martirio, aunque ya no hay tal martirio y su victimización es tan solo una manera de infantilizar a sus seguidores.
Infantilizar, porque su narrativa es infantil. “El Cambio”, no es la fe de los jóvenes, es en realidad un relato para niños de todas las edades, la misma fantasía milenaria de las tribus oscuras que acampaban en la frontera de los imperios y que un mal día los destruyeron por venganza y envidia y a la tierra baldía que dejaron la llamaron justicia. La llamaron el reino de dios.
La ley es del estado, pero la justicia es del pueblo, por eso existen los jurados de conciencia, pero la gente de “El Cambio” considera que ellos son la ley y la justicia porque “El Cambio” es la condena del pasado. Son juez y jurado y ya nos condenaron, por eso sus crímenes se justifican y dan por sentado que su autoridad moral es incontestable. Un gobierno de “El Cambio” es por lo tanto un gobierno de jueces que somete a la sociedad a una crisis moral permanente hasta expulsarla de la vida política, suspende la conversación ciudadana e implanta un estado de guerra civil larvada y constante con el objetivo de conservar el poder político indefinidamente porque según su relato, “El Cambio” es lento.
En realidad, el gobierno de “El Cambio” no es otra cosa que la puesta en marcha del viejo colectivismo totalitario que surgió de las teorías conspiratorias del romanticismo alemán y del credo apocalíptico marxista. “El Cambio” es una etiqueta para justificar la violencia política ejercida por una oligarquía de santones ambientalistas, médicos brujos y vengadores sociales, que son por antonomasia lo contrario del cambio, son el pasado, la tribu, la ignorancia, la reacción, la superchería, la barbarie. Hay que tener claro que esta religión fanática tendrá siempre seguidores, que siempre tendrá forma política y partidaria y buscará capturar el estado, el rencor tiene votos.
Mantener la sociedad abierta frente a esta amenaza es sobre todo un desafío moral, porque que implica imposibilitar que la gente de “El Cambio” condene a los ciudadanos. La culpa colectiva es el final de la libertad. El trasfondo religioso de este conflicto implica la lucha por la primacía moral y hay que tener claro que el capitalismo y la democracia son el sistema más moral del mundo, la democracia es la forma política de la ética. Lo que buscan los agitadores de “El cambio” queda definido con mucha exactitud en un celebre escolio de Nicolas Gómez Dávila: “Las jerarquías son celestes. En el infierno todos son iguales”.