“Si se demuestra que la mayoría ha caído en la corrupción, entonces la minoría virtuosa puede emplear todos los medios del poder para ayudar al triunfo de la virtud”.
Jaime Eduardo Arango. Analista y consultor. Twitter: @jaimearango9
Carl Schmit en su célebre obra ‘La Dictadura’, expone este razonamiento para explicar el origen del Terror durante la revolución francesa, pero en realidad es la fórmula moral de cualquier dictadura moderna.
El poder de los virtuosos es siempre la oposición entre derecho y mayoría, en donde el derecho, la constitución vigente, o cualquier cuerpo normativo, representa a los corruptos, que son los más y por lo tanto los representantes de la virtud, que son lo menos, no tienen por qué aceptar esas normas y tienen el deber moral de imponer la virtud por cualquier medio.
Todos los crímenes políticos de nuestro tiempo provienen de grupos de individuos que sienten que están promoviendo la virtud y cómo desde el inicio consideran que su visión moral es superior a la ley, solo aceptan de manera provisional las normas del estado de derecho.
Su lógica política es capturar al estado “corrupto” para transformar su aparato institucional y su cuerpo normativo, mientras esto sucede, la virtud está en la ilegalidad, oprimida, perseguida, silenciada por las normas y los códigos. En el largo plazo el objetivo es pues convertir lo ilegal en legal.
Vástago estragado de Rousseau, Petro piensa de esta forma y obra en consecuencia. Es el Jefe virtuoso, iluminado, el hombre del destino que llevará al pueblo oprimido a la luz, además de salvar a la humanidad de la extinción y no va a permitir que unas normas implantadas por corruptos se lo impidan.
Pero para lograrlo debe contar con medios de fuerza, implantar la virtud por medio de la persuasión no es posible, por eso los revolucionarios siempre cuentan con el terror como herramienta de acción política.
Se sabe cómo empieza, pero no como termina. Ocupan la Plaza de Bolívar con una milicia para intimidar al legislativo, lanzan proclamas laudatorias a pandilleros, acuerdan la impunidad de las bandas armadas y se dan los primeros pasos para convertir en legal lo ilegal, para intimidar los ciudadanos ocupando el espacio de la sociedad civil mediante la amenaza y la violencia física.
El intento de avasallar al poder judicial es menos grave que el de avasallar a los ciudadanos con milicias porque esto crea el relato de una sociedad donde la legalidad no existe, donde hay de facto una nueva autoridad.
El Jefe reconfigura el estado, la sociedad, el alma de los hombres y expulsa del contrato social a los “escuálidos”, como los llamó Chávez.
El desafío para preservar la democracia liberal no es solo el de los poderes contra un ejecutivo que constantemente trabaja en deslegitimar sus competencias, es también una guerra soterrada de milicias y bandas armadas contra la ciudadanía. El Jefe no está fuera de la ley, él considera que está más allá de la ley.
Las consecuencias de esto son impredecibles.