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JAIME E ARANGO Jaime E. Arango Opinión

El progrom del Shabat

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Fue más que un atentado terrorista. Fue un pogrom. Las acciones realizadas por Hamás del 7 de octubre no estaban dirigidas contra el Estado de Israel, sino contra los judíos. Hamás ejecutó un pogrom, mayor que la Noche de los Cristales Rotos, mayor que la masacre de Kisnihev. El pogrom más grande de la historia. Una acción absolutamente antisemita.

El contenido simbólico de la actuación de Hamás es el odio a los judíos. Decapitar bebés, violar mujeres, asesinar ancianos, enjaular niños, ejecutar civiles y hacerlo en masa contra personas desarmadas es la característica de ese odio sin límites que se expresa en los Pogromos. Hamás no dejó una narrativa sobre política, ni sobre Palestina, ni sobre reivindicación alguna. Su gran logro fue revivir el antisemitismo y exponerlo como lo que es, una de las formas más insidiosas de la pura maldad.

El antisemitismo no es la simple aversión a los judíos, el antisemitismo es una forma del pensamiento mágico que ubica a los judíos como la fuente del mal, es por lo tanto una interpretación cultural, una visión del mundo en la que se construye una historia mítica a partir de un delirio elemental. El antisemita expresa una demonología en la que cree y a través de la cual interpreta el mundo.

Einstein planteaba que el demonio fue quizá el inicio del concepto de causalidad. Por lo tanto, para el antisemita el exterminio del pueblo judío es una condición necesaria para lograr que triunfe el bien, mientras eso sucede, se culpa los judíos de toda injusticia, crimen y desastre a través de múltiples versiones y actualizaciones de teorías conspiratorias derivadas del panfleto ruso del siglo XIX, Protocolos de los Sabios Sión. Cosas como el “el sionismo internacional”, o que Hamás fue creado por Israel, son piezas narrativas de esa teoría conspiratoria.

El pogrom del 7 de octubre fue el 11S para los israelíes quienes, por primera vez, desde 1948, vivieron la ausencia de Estado. Masacrados sin que nadie viniera a ayudarlos, siendo precisamente que eso no sucediera, la razón por la cual se creó el Estado de Israel.

El antisemitismo es una facción decimonónica y reaccionaria. Quienes lo promueven son milenaristas, gente que cree que cada judío asesinado los acerca al paraíso. No se puede ser liberal y antisemita, esa visión siempre será totalitaria porque su interpretación del acontecer humano es la revelación de una causalidad encarnada.

Hamás es tan solo una versión muy primitiva del antisemitismo, que ya llevaba siglos explicando el origen del mal en un pueblo, mucho antes que los radicales islámicos lo convirtieran en una causa.

Después de este pogrom el Estado de Israel debe restablecer la confianza y por eso no tienen otra opción que vencer, no importa lo que cueste, no importa lo que dure, porque no puede existir un mundo que no sea seguro para los judíos.

Tienen las capacidades, la convicción y la motivación y sobre todo la misión, porque Israel es el símbolo de Occidente. Como escribió el gran historiador de las religiones semíticas Jean Bottéro: “Este puñado de fieles de un dios oscuro al principio… consigue en pocos siglos tal interiorización, tal ennoblecimiento de la religiosidad que nadie desde entonces ha sabido superarlos y, nos guste o no reconocerlo, debemos admitir que los dos milenios que han hecho de nosotros lo que somos, han dependido de este proceso, y hasta nosotros mismos seguimos hoy dependiendo, al no haber encontrado todavía nada mejor ni más elevado en este aspecto”.

Por eso, por ser enemigos de este logro inmenso, por odiar a sus mensajeros y sus logros, es imposible encontrar palabras que describan la deshonra, la humillación, de ser gobernados por antisemitas.