Jueves, 21 de noviembre de 2024
Suscríbase
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En un cuento de Borges que se llama Las Ruinas Circulares, un incendio monumental devora el templo en donde un mago descubre que las llamas no lo tocan porque no existe, porque otro lo está soñando.

Muchos escalones debajo de la grandeza moral de este relato está el hombre al que las llamas no lo tocan porque ya es humo, el hombre que no sabe como se apaga un incendio, al que ya devoraron las llamas, el que es solo cenizas frente a la adversidad. Que un hombre así sea presidente de algo es ya un absurdo, que continúe siéndolo, es una afrenta.

En la escala de los desastres solo el fuego supera al estallido, porque somos el fuego, que fue la luz en la oscuridad indescriptible del neolítico y fue el calor en los interminables inviernos. Un incendio supera el significado de la escala humana y solo los impíos mueren por el fuego. De una manera simple, quien enfrenta el fuego es un héroe, de ahí nuestro aprecio insondable por los bomberos, quien se achica frente a las llamas es probablemente el culpable del incendio. Por eso se habla de “la prueba de fuego”, la que separa a los valientes de los cobardes, la prueba definitiva.

Es conocido que el reinado de los hombres es el resultado de la audacia de Prometeo que robó el fuego a los dioses y me gusta pensar que occidente es prometeico, pero todo este conjunto de símbolos no ilustra otra cosa que el significado del fuego. Las llamas en las altas montañas que rodean una ciudad caótica suponen un desafío magnífico, el de, ¿Quién tiene el poder contra el fuego? Y si en medio de ese desafío la respuesta del actor principal del drama es “voy a enviar tres viceministros”, las gentes rodeadas por la conflagración saben en el fondo de su corazón que a ese hombre el fuego lo superó, lo avasalló, iluminó el rostro de su impotencia.

“El hombre no es un animal de lucha: de otro modo no querría que banderas, música y códigos de honor le ayudarán a luchar. El hombre debe definirse del modo más sutil: es un animal que huye, que no huye.”, decía Chesterton, pero hay quienes definitivamente huyen frente al fuego y es una desgracia cuando dirigen la manada. El problema es que no puede establecer su relato. ¿Cómo enunciar, en medio de las llamas, quien en el incendio es el opresor y quien el oprimido?¿Cuál es” la opresión estructural subyacente que provocó el fuego”? El Gran Sacerdote no lo sabe, apela al terror de la parusía y proclama una “crisis climática”, pero los medios de comunicación encuentran adictos que queman cables para extraer cobre en las laderas del incendio, lo cual pone en tela juicio la pureza moral de los oprimidos y no tiene nada que ver con el clima. No tiene una narrativa, es una Pablo sin epístola.

Todo lo anterior solo para decir que hay quienes se creen el fuego, pero son solo el humo.