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JAIME E ARANGO Jaime E. Arango Vladimir Putin

La reputación del príncipe

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Fueron el Conde Duque de Olivares y el Cardenal Richelieu, quienes establecieron que la reputación del Rey no constituía un simple atributo sino un activo político concreto. Con ello sentaron una de las bases del estado moderno.

En medio de su larga disputa personal, estos ministros, que nunca estuvieron cara a cara, iniciaron la carrera por el prestigio que España tuvo con Carlos V y Felipe II y que Francia tendría después de la muerte de Cardenal, con Luis XIV. Cuando este afirma “el estado soy yo”, se ha llegado a la cota más alta de la reputación del príncipe y al final de la política, ya en adelante solo quedaban la guillotina y la nada. Pero ni el Cardenal ni Olivares podían saberlo. ¿Cómo imaginar el límite de la reputación?

“La reputación -escribió Richelieu-, es tan necesaria para un príncipe que el que la tiene hace más con su simple nombre que lo que pueden conseguir con sus ejércitos los que no la poseen”.Han pasado cuatro siglos, la gracia fue sustituida por la justicia y en nuestro ambiguo tiempo hay aún quienes creen en el principio del Cardenal.

Putin creyó que con su reputación sus ejércitos estarían “en tres días en Kiev”y Donal Trump, en el fallido debate televisado de la campaña por la presidencia de Estados Unidos, argumentaba que con su simple presencia habría evitado la guerra, su solo nombre impondría la paz, tal y como el príncipe que imaginó Richelieu. Pero hay grandes diferencias, lo que vemos ahora es la providencia sin la gracia, la reputación sin el honor, la fama sin el genio.

El problema de la legitimidad basada en reputación es que la reputación debe ser defendida constantemente, el prestigio no es poder real.

La guerra reputacional hace muy inestable al sistema puesto que la democracia es un hecho intrínsecamente moral. Una sociedad abierta no puede funcionar a partir del prestigio del liderazgo, porque incluso la mala reputación, siempre y cuando sea muy mala, puede servir para construir mayorías y gobernar, lo cual debilita la legitimidad del sistema, es decir, el prestigio del sistema, que es lo realmente importante, por eso se dice que “lo que es moralmente falso no puede ser políticamente verdadero”.

Olivares y Richelieu tuvieron emplear enormes recursos humanos, militares y económicos en construir la reputación del Rey, porque la Reforma había puesto en duda la legitimidad y la intangibilidad del poder real, pero en un sistema democrático el prestigio de los políticos no legitima al sistema porque este no está indisolublemente unido a la figura que ejerce el poder, aunque los nuevos luchadores por la reputación así lo quieran.

La imagen publica no sustituye a la política. Eso es como creer que la literatura se puede hacer solo con personajes y sin historia. La retórica de la reputación es una pieza fundamental en la consecución y uso del poder, pero no es lo fundamental en la estrategia política, es más bien su expresión práctica, una herramienta de ejecución.

La pregunta clave de la política no es qué imagen tienes, sino qué idea tienes. Olivares tenía la idea de un mundo global, imperial, católico e ilustrado, para este menester su publicista de cabecera fue Don francisco de Quevedo, en cambio, Petro tiene a Wally.