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JAIME E ARANGO Jaime E. Arango Colombia

Legado de cenizas

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Cuando Saint Just estableció, en su discurso de condena de muerte a Luis XVI, que el crimen de realeza no se podía perdonar estableció también el fundamento moral de las democracias modernas, la inocencia de la sociedad.

Si el rey es el criminal, entonces el pueblo es inocente, con esto también surgió el mito de la pureza moral de los oprimidos que es la fuente de todas las tiranías y que paradójicamente anula el principio de la inocencia de la sociedad, las repúblicas surgidas de esta contradicción no han resuelto este dilema moral. Al reemplazar la gracia por la justicia, como lo expone Albert Camus en su obra El Hombre Rebelde, la sociedad abandonó la plegaria, la magia, la ordalía y el fuego, para entrar en las normas abstractas que llamamos leyes, es decir entró en la razón, o por lo menos, en lo razonable.

Es con la culpabilización de la sociedad como comienzan las dictaduras. Ahora que se habla tanto sobre la crisis de la democracia es bueno recordar que esta comenzó en los tiempos modernos como alegato de inocencia. Cualquier relato político cuyo argumento central sea el de criminalizar a los ciudadanos es antidemocrático, por eso la narrativa para imponer la impunidad del terrorismo es el antecedente más grave a propósito del riesgo actual que corre la democracia en Colombia, porque la impunidad del terrorismo requería culpar a la sociedad, como en efecto sucedió.

El establecimiento político impulsó un relato simple: “acepta la culpa y tendrás la paz”, pero la gente no aceptó la culpa, lo hizo mediante un acto plebiscitario y las élites políticas reaccionaron imponiendo un tribunal, porque como es sabido, el juicio crea la culpa.

Esta criminalización forzada de la ciudadanía creó el entorno para que los profetas de los oprimidos avasallaran a la sociedad diciendo algo como: “si ven, son culpables de todos estos crímenes, crímenes de 200 años, elíjanos y serán perdonados, o sino ya verán como arden sus ciudades con el fuego purificador de las víctimas” y así fue, las ciudades ardieron y el tribunal mágico, irracional, impuso su ordalía y la sociedad empezó a aceptar faltas que nunca cometió y la complicidad en crímenes que no eran suyos y se estableció la culpa, pero no la paz, con cual, para ese momento, la ciudadanía pasó a ser la responsable de la guerra.

Ahora, imaginemos este estado moral amplificado por medios masivos, líderes de opinión, centros de pensamiento, ONG, académicos, artistas, escritores premiados, cantantes famosos, millonarios y deportistas, hasta hacer imposible el disenso, lo que es igual a hacer imposible la política y con ello el Gran Juez es elegido sin oposición, no para gobernar, sino para juzgar. Esta distopía sobre el fin de la sociedad abierta, ahora encerrada en el círculo sin fin de la lucha entre opresores y oprimidos, requiere una salida, pero el problema es que solo hay una, el relato de la acusación sólo contempla la eliminación de los acusados, su desaparición como ciudadanos. Esto podrá ser lento, pero es posible, el caso de Venezuela es ilustrativo.

Un cambio en la estructura institucional y legal del Estado que permita transformar lo ilegal en legal, porque la llamada legalidad son los culpables, de manera que el juicio social exonere a los criminales y los transforme en vanguardia política y a su retaguardia social en activistas con los cuales conformar una nueva clase y una nueva elite, que coopta el antiguo estado democrático y establece un marco normativo colectivista, violento y reaccionario, que denominan cambio, pero que no es otra cosa que, lo que los analistas políticos han convenido en llamar gobernanza criminal.

Aquel acuerdo entre las élites tradicionales y las élites armadas, que llamaron de la Habana, produjo las condiciones necesarias para terminar con nuestro precario sistema republicano al declarar la culpabilidad de la sociedad. Nada le ha causado más mal a nuestro país que ese lamentable evento y el relato que trajo, una ciudadanía bajo juicio por sus victimarios, un horror moral cuya primera consecuencia es el actual gobierno, pero que tendrá consecuencias imprevisibles. Un legado de cenizas.