Hasta ahora Nayib sigue, al parecer, empeñado en garantizar la existencia de una sociedad abierta en El Salvador. Su legado político ya tiene forma. Nos contó que las pandillas y las bandas criminales no son una vanguardia revolucionaria y que pueden ser derrotadas, con eso ya venció dos mitos que parecían inamovibles.
Jaime Eduardo Arango. Analista y consultor. Twitter: @jaimearango9
“Miedo continuo y peligro de muerte violenta; y para el hombre una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Las Maras resumieron este concepto clásico de Hobbes en “Ver. Oír. Callar”.
Los barrios se transformaron en territorios y los ciudadanos debían abstenerse, por seguridad, en desplazarse a otro territorio. Las normas cotidianas no eran las de una constitución, ni las que proponían unos anónimos parlamentarios, eso carecía de sentido.
En ese El Salvador solo existía la tiranía de “Ver, oír, callar”. El código de los mareros. Para cualquier efecto practico había desaparecido el Estado de derecho, la dictadura implacable de las pandillas había eliminado la democracia. La pérdida de legitimidad de una dirigencia política cuyas normas nadie cumplía y que convirtieron a los pandilleros en actores políticos negociando cuotas de homicidios, llevó a la gente a elegir alguien distinto, otra cosa, una opción desesperada frente al miedo.
Así llega Nayib al poder en El Salvador, a una nación que ya no es un Estado y tiene dos opciones, no más. O bien negocia con las pandillas un acuerdo para gobernar el país, una gobernanza criminal al estilo venezolano, o semejante al proyecto petrista de convertir la retaguardia social del crimen en vanguardia política, o bien, dar forma a un nuevo Estado salvadoreño, nuevo porque no puede reconstruir el anterior, fallido, ilegítimo, capturado por las economías criminales y Nayib, que tiene un sentido romántico de su destino, elige lo segundo: erigir el Leviatán. A la premisa inicial de Hobbes que encabeza estas líneas, responde con la segunda, “Las pasiones que inclinan los hombres hacia la paz son el temor a la muerte; el deseo de aquellas cosas que son necesarias para una vida confortable; y la esperanza de obtenerlas por su industria”.
A partir de este reconocimiento, Nayib no tiene más remedio que terminar la guerra, porque efectivamente lo que recibe como legado político es una guerra contra las Maras que estas han ganado, pero opta por una estrategia que le permita revertir el resultado, no busca la paz mediante una negociación, que es un imposible político, sino que se propone lograr la paz ganando la guerra.
Hay que entender a El salvador como un Estado en construcción. En una fase inicial, esta construcción tiene como objetivo lograr un país seguro para sus ciudadanos como condición previa para el adecuado funcionamiento del Estado de derecho. Nayib ha tenido que recuperar rápidamente el control del territorio, ocuparlo y liberar, literalmente, a los ciudadanos de la tiranía del crimen. El primer bien recuperado es la libertad, de ahí su extraordinaria popularidad, la libertad no es poca cosa.
Pero para sostener esta situación es necesario derrotar completamente a los mareros, destruir su organización, su economía y sobre todo su cultura. Hasta ahora, Nayib ha tenido éxito en esta tarea. Al contrario de las élites colectivistas de la región que alegan la fatalidad para negociar acuerdos de paz que conceden poder territorial y político al crimen, ha demostrado que es posible derrotar a la violencia organizada y expulsarla de la sociedad y del territorio.
El Leviatán de Nayib debe ahora enfrentar nuevos desafíos. Hay quienes consideran que eran las Maras las legítimas poseedoras del poder, «poder popular» le llaman, estas personas socavan los esfuerzos de Nayib por construir su nuevo Estado, formulando un relato moralista sobre los derechos humanos que presenta el proyecto salvadoreño como una dictadura.
Escondidos en grandes medios internacionales, e incluso como jefes de Estado, imaginaban a los pandilleros como los nuevos revolucionarios y no toleran que Nayib los derrotara. También es verdad que el Leviatán en la mayoría de los casos se consolida como tiranía, pero hasta ahora Nayib sigue, al parecer, empeñado en garantizar la existencia de una sociedad abierta en El Salvador. Su legado político ya tiene forma. Nos contó que las pandillas y las bandas criminales no son una vanguardia revolucionaria y que pueden ser derrotadas, con eso ya venció dos mitos que parecían inamovibles.
Para bien de todos esperamos que siga ganando.