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Joanna Guerra//Opinión//Columnista//Revista Alternativa//REvista Semana//Revista Cambio Joanna Guerra Opinión

Los aranceles como berrinche político

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La amenaza reciente del presidente electo Donald Trump de imponer un arancel del 25% a los productos mexicanos no es más que un berrinche político camuflado como estrategia económica. Bajo el pretexto de combatir la migración y el tráfico de fentanilo, esta medida no solo fracasa en abordar problemas estructurales, sino que también representa un golpe severo a las economías de México y Estados Unidos, afectando directamente a los consumidores y deteriorando las relaciones diplomáticas entre ambas naciones.

Desde su primera campaña, Trump ha demostrado una tendencia a usar el comercio como herramienta de presión contra sus socios. Esta vez, recurre a los aranceles como solución mágica para problemas tan complejos como la migración y el tráfico de drogas. Sin embargo, esta estrategia, además de simplista, es profundamente contraproducente. La migración y el tráfico de fentanilo no se resolverán con barreras comerciales; ambos son fenómenos multifactoriales que involucran pobreza extrema, inseguridad y, en el caso del narcotráfico, una creciente demanda de drogas en Estados Unidos.

En lugar de atacar las causas raíz, esta táctica penaliza tanto a los productores mexicanos como a los consumidores estadounidenses. No solo impulsa un alza en los precios, sino que también ignora las leyes básicas del mercado y olvida que, al final, los costos de los aranceles recaen en quienes compran los productos gravados. En Estados Unidos, los aranceles del 25% sobre productos mexicanos funcionarán como un impuesto oculto para los consumidores. Esto se reflejará en precios más altos en bienes esenciales e icónicos que dependen del comercio bilateral, desde productos agrícolas hasta automóviles.

México es el mayor proveedor de aguacates y tomates para el mercado estadounidense. Cerca del 90% de los aguacates consumidos en Estados Unidos provienen de México, y un arancel encarecería drásticamente este producto básico. En temporadas de alta demanda, como el Super Bowl, los precios inflados afectarán el bolsillo de los consumidores y limitarán su acceso a estos alimentos. El tequila y la cerveza mexicana, con marcas populares como Corona y Modelo, son otro ejemplo. Los aranceles no solo encarecerán estas bebidas, sino que impactarán también a restaurantes, bares y distribuidores, desencadenando efectos negativos en la industria del entretenimiento.

La industria automotriz es quizá uno de los sectores más afectados; las cadenas de suministro de autopartes entre México y Estados Unidos están profundamente integradas, aplicar el 25% en aranceles encarecerá los costos de producción, elevando los precios de los automóviles en al menos $3,000 dólares por unidad. Esto afectará a las familias estadounidenses que buscan vehículos a precios accesibles.

Para México, esta amenaza representa una de las mayores preocupaciones económicas en años recientes. Con más del 80% de sus exportaciones destinadas a Estados Unidos, un arancel de esta magnitud tendría consecuencias devastadoras en sectores clave, para seguir en el mismo tenor: Los productores en Michoacán, principal región exportadora, sufrirían pérdidas significativas debido a la reducción en la demanda. Los destiladores en Jalisco verían cómo su producto estrella pierde competitividad en su mercado más importante. La industria automotriz y manufacturera en la frontera norte enfrentaría interrupciones en las cadenas de suministro y la pérdida de empleos.

Sin embargo, las implicaciones trascienden lo económico. Estas amenazas arancelarias golpean directamente la relación diplomática entre México y Estados Unidos. Ambos países han trabajado durante años en una alianza basada en el beneficio mutuo y la cooperación frente a desafíos comunes como la migración y el narcotráfico. Medidas unilaterales de este tipo no solo socavan esa relación, sino que también envían un mensaje de desconfianza y confrontación.

Lo más irónico de esta situación es que la imposición de aranceles no beneficiará a ninguna de las partes. Los consumidores estadounidenses pagarán más por los mismos productos, los productores mexicanos perderán ingresos y la relación bilateral sufrirá un daño que podría tomar años en repararse y lo màs irònico es que estas medidas no parecen alcanzar sus objetivos. El tráfico de fentanilo, por ejemplo, no se reducirá con aranceles. La raíz del problema reside en la alta demanda interna de Estados Unidos y la creciente crisis de valores. Por otro lado, la migración es un fenómeno impulsado por factores como la inseguridad, la pobreza extrema y los regímenes autoritarios en América Latina. Estos problemas no se resuelven con sanciones comerciales.

Los aranceles no solo son un error económico; son también un error político. En lugar de reforzar los lazos entre México y Estados Unidos, el aumento de aranceles, cambia de una relaciòn de cooperaciòn a una de confrontaciòn. Para México, este escenario subraya la urgencia de diversificar sus mercados y reducir su dependencia de Estados Unidos, mientras que para ellos, esta ocurrencia podría generar descontento interno, ya que los consumidores enfrentarán precios más altos en un contexto económico ya desafiante.

Las guerras comerciales no tienen ganadores, y esta no será la excepción. En un mundo interconectado, el comercio debe ser un puente, no un arma. En lugar de amenazar con aranceles, los líderes de ambos países deberían priorizar el diálogo y la colaboración para abordar los problemas comunes. El berrinche arancelario de Trump no es solo una amenaza económica, sino también un desafío político y diplomático. En lugar de dividir y castigar, debemos construir un futuro basado en la cooperación y el respeto mutuo. La respuesta a los problemas comunes no está en las barreras comerciales, sino en un diálogo franco y soluciones integrales.