Fueron creadas como una oportunidad diferente de comunicación y de relacionamiento, también como una manera de explorar a través de otros; experiencias, viajes, lugares, momentos, moda y un sinnúmero de emociones ofertadas para quienes pueden materializar estas recomendaciones, pero y qué pasa con aquellos a los que les es inalcanzable desde sí mismos vivenciarlo y deben conformarse con descubrirlo desde su pantalla.
Su existencia ha sido romantizada dejando de lado que existen tantos vacíos emocionales en el ser humano que las redes sociales nos abren esa ventana de posibilidades para reforzar esas carencias, pues hemos ido reconociendo distintos niveles desproporcionados en este mundo paralelo en donde sus recursos motivan erróneamente a transgredir e irrumpir en la intimidad del otro, porque más allá del intento de regular las acciones que desde allí se aplican por parte de los creadores de estas herramientas, seguimos enfrentando prácticas irresponsables y de uso inadecuado.
Sí, existe contenido de valor; sin embargo, las redes sociales se han convertido en una plataforma idealizada para quienes han tomado la decisión de ignorar legislativa y socialmente el impacto dañino que puede derivarse y generar en el otro, al compartir información personal, datos, imágenes que van desde momentos íntimos hasta detalles conocidos estrictamente por los involucrados y que son expuestos públicamente con el firme propósito de causar un daño irreparable en la mayoría de casos y directamente en el desarrollo emocional, laboral y económico en la persona que ha sido expuesta, por una decisión tomada de manera unilateral e irresponsable.
Nada más egoísta que sentirse dueños de la verdad e ir en esas prácticas que están cada vez más ajenas del buen proceder, es inevitable cuestionarnos entonces, cuál debería ser el criterio con el que se tome la decisión de evidenciar de una forma tan dañina a otro u otros.
¿Es una retaliación el argumento motivador suficientemente válido? ¿Es un desamor no superado el argumento? ¿Es la incapacidad de tener manejo emocional frente a la frustración la justificación?
Qué mueve realmente el accionar de todo aquel que a través de las redes sociales fractura con lenguaje despectivo, imágenes grotescas, e información no apta la vida de otro.
Debemos empezar a ser veedores de este tipo de situaciones cada vez más comunes; ser accionantes del cambio, propositivos y rechazar estas malas prácticas; tenemos la responsabilidad de no replicar este tipo de contenido y ser parte de esa comunidad que no se conforma con manifestar rechazo y que, por el contrario, busca contener estos espacios de odio, trauma y quien sabe que más trastornos presentes en todo aquel que vive su día a día en función de castigar desde lo que les comunica su ego.
Todo esto se ve, por ejemplo, por la ausencia de consecuencias reales legislativas que permiten cada día invadir la privacidad e intimidad de las personas por un derecho que algunos piensan tener por unilateralidad.
Hoy por hoy los conceptos se fundamentan en la manera en la que desde la individualidad resentimos cada situación y no, desde la sapiencia y un acertado acompañamiento jurídico desde el conocimiento de la aplicabilidad de la ley que corresponda.
Por esto se hace necesaria cuanto antes la regulación por parte de la institucionalidad, que se empiece a ver reflejado el resguardo en principios y fallos de valor para mitigar todo impulso espontáneo y hasta patético del proceder de tantos, cómo creen poder ir en contravía del buen proceder constitucional.
Que las redes sociales, no sean una plataforma de conductas emocionales mal guiadas y/o no tratadas, a tener en cuenta el Artículo 15 de la Constitución Política: derecho a la intimidad.