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Joha Moreno Violencia intrafamiliar

No más silencio

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Imaginémonos por un momento lo que sería tener voz y aun así no saber usarla. Desconocer cuándo será el momento indicado, dejar de lado esa voz en la cabeza que repite constantemente: “peligro, mejor quédese en silencio”. Estar ahí en medio de una situación que no resguarda la vida, y cuadro a cuadro ver cómo en tan sólo un momento todo se esfuma y pasa en cámara lenta con gritos de auxilio dentro de sí, pero mudo frente a la situación.

Es justo en ese instante, cuando nace No Más Voces Silenciosas, con el propósito firme de encontrar ese botón que dé volumen a nuestra voz, para romper el silencio y sobrevivir, entendiendo que una vivencia personal negativa, activó la puerta para transformar mi vida y la de miles de voces igualmente veladas.

Separarse, cuesta; desde muchas perspectivas: la económica, la psicológica, lo emocional.

Desde la misma cotidianidad que empieza a sumar nuevos integrantes a este desconocido escenario que una vez surgió desde el amor y hoy se sumerge en un campo de batalla, los menos pensados, los legales, aquellos de los que se cree están para impartir la mal llamada justicia.

Tantas veces nos mostramos sabios para otros, y tenemos la respuesta a los conflictos ajenos, pero evitamos hacernos cargo de SER nuestro propio accionante de cambio, negándonos a encontrar una luz en ese callejón sin salida.

Aunque debiera ser un instinto natural la búsqueda de acciones que resguarden nuestra integridad, nos enfrentamos a múltiples barreras que nos mantienen en un círculo interminable de mudez; una de las principales, los preconceptos culturales de sumisión, a partir de los cuales nos inculcaron que lo correcto era callar.

Todos, sin importar el lugar en el que nos encontremos, hemos sido o somos una voz silenciosa o silenciada, por distintas circunstancias, por distintas personas, por distintas formas, porque culturalmente hemos sido adoctrinados con esa falsa creencia de que callar es igual a mostrar respeto por el otro a pesar de nosotros mismos.

A nadie le duele nuestro dolor, a nadie le compete ser esa solución que no surge desde uno mismo, nadie es responsable de que el cambio llegue si no es activado desde quien mejor conoce y ha vivido la historia. Y esto nos lleva a tener que reconocer que todo aquello que no es buen trato, es MALTRATO. Sin embargo, nos precede una historia generacional ajena al entendimiento del mismo, pues encontramos brechas institucionales en donde la aplicabilidad de la norma es subjetiva, una norma aparentemente bien escrita que duerme en los códigos, pero que resulta de compleja aplicación práctica.

Entonces, cuál es el camino, a quién se debe acudir, hacia dónde debemos volcar los esfuerzos, si somos huérfanos de un sistema inadecuado, ausente en actualización, metodologías, conceptos y peor aún, de escucha al testimonio de quiénes son los dolientes directos y sobre quiénes recae la fractura de una familia por decisiones ajenas al proceder asertivo.

Quién es entonces el responsable de crear un ecosistema que nos brinde validación, que nos resguarde en la ley, que no haga oídos sordos al flagelo constante, a esas dilaciones y golpes de realidad que nos asechan cuando falsamente creemos, que todo va por buen camino y de repente, reaparece ese mismo elemento de daño y de desconfianza.

En ese mismo círculo de dolor redundante, cuando se pretende accionar el aparato institucional para resguardarnos, paradójicamente las propias instituciones terminan re victimizándonos, llevándonos una vez más al asecho del victimario, a considerar que tal vez continuar en silencio sea la mejor opción.

Más allá de tantos y más argumentos, debemos persistir, y tener la convicción de que rendirse no es una opción, porque el prejuicio y el señalamiento se acrecienta cuando hacen sentir que no se ha dado todo, que aún te falta mucho por hacer, porque siempre habrá una opción más. Incluso, hasta el pensamiento de desfallecer en esa búsqueda de libertad y mal llamada justicia será una opción, pues encontrar en el ser humano la voluntad de accionar empáticamente es el verdadero reto, requiere de coraje y más.