“Cada vez que Petro habla de economía uno no sabe si es que el título de economista estuvo viniendo un tiempo como regalo en las cajas de hojuelas de maíz o en alguna “cajita feliz”. Así mismo, no sabemos si asustarnos más por todo lo que desconoce del tema económico o por lo que él cree saber. Cualquiera de las dos condiciones es pavorosa”.
Juan David Escobar Valencia
Laurence J. Peter propuso, a finales de los años 60, el que se conoce como “principio de Peter”, según el cual “en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse”. Un corolario de este principio sugiere que “con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones”.
Este principio no es una especulación hipotética de los que, volando en sus delirios filosóficos, nunca tocan tierra. El mundo está plagado de tontos y eso no es de ahora. Por eso ninguna aseguradora ofrece pólizas de amplio espectro y restitución contra idiotas, y el poeta Friedrich Schiller nos advertía desde el siglo XVIII que “Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano”.
Sin embargo, los idiotas e incompetentes no son una especie homogénea; tienen variantes con niveles de peligrosidad diferentes. La primera corresponde a quien afortunadamente sabe que lo es. Ese es el menos peligroso de todos porque puede autorregularse y acotar su actuación. En la segunda variante se ubica quien desconoce su condición, razón por la cual puede hacer daños. Y en la tercera, la más peligrosa de todas, es la del idiota o incompetente con aspiraciones; este sabe de su problema, pero lo compensa con tal arrogancia que se autoconvence de que, por el contrario, es un genio subvalorado por todos, destinado a dirigir. Ese no está descrito en el Apocalipsis, pero puede ser su jinete más letal.
En 2022 el país enfrentará una elección presidencial en medio de una situación económica afectada por una pandemia que mató tantas empresas como personas, lo que exige que quien lleve las riendas del país, y especialmente sus directrices económicas, no sea un idiota o incompetente en esa materia, y menos de la tercera categoría. Y Petro es su mejor exponente.
Cada vez que habla de economía uno no sabe si es que el título de economista estuvo viniendo un tiempo como regalo en las cajas de hojuelas de maíz o en alguna “cajita feliz”. Así mismo, no sabemos si asustarnos más por todo lo que desconoce del tema económico o por lo que él cree saber. Cualquiera de las dos condiciones es pavorosa. El dilema de Odiseo entre Caribdis y Escila es una pequeñez al lado de la disyuntiva que plantea el ‘señor de las bolsas’.
Todavía recuerdo con temor y asombro su irresponsable propuesta de cambiar los ingresos nacionales del petróleo por aguacates, que tanto aplaudieron los que se creen ambientalistas. Su ignorancia sobre el mundo real, los sectores económicos y los efectos de la elasticidad de la oferta en los precios es más profunda que la fosa de las Marianas. Los argumentos y soluciones del borracho de tienda de esquina que con trabajo sabe la tabla de multiplicar del 1 y nunca estuvo bajo la influencia de un libro, se ven brillantes al lado de las propuestas petristas para resolver los problemas de deuda y de gasto, decretando precios y bajando los alquileres por ley; ignora que la mayoría de los arrendadores de viviendas pertenecen a los estratos socioeconómicos menos favorecidos, supuestamente, a quienes defiende. Pero no faltan los que quieren que les digan lo que desean oír, así sean mentiras o estupideces.
Hace unas semanas, cuando Petro lanzó unas de sus propuestas ‘disruptivas’ para el desarrollo agrícola en Colombia, recordé los ‘geniales’ planes para la agricultura cubana que el perverso Ernesto “Che” Guevara hizo a finales de los 60. Era difícil imaginar que alguien sería capaz de empeorar al extremo los fracasados modelos agrarios de los economistas checoslovacos que se impusieron en la isla-cárcel al inicio de esa década. Pero no podemos subestimar al idiota empoderado. ¡El Che Guevara lo logró! Tantos fueron los daños que hizo, que Fidel lo envió a cuanta guerra hubiese en África a ver si una bala perdida lo libraba del ‘genio’ que solo era competente para asesinar. Y Petro tiene todo para superar a sus maestros revolucionarios.
Si todavía piensan que exagero, escuchen sus ideas de política monetaria. Sus propuestas sobre la emisión de billetes para resolverlo todo son desconcertantes, pero a los ignorantes les gustan. Solo le falta proponer que para mejores efectos, imprimamos dólares directamente.
Pero para que no digan que solo critico sus ‘genialidades’ y no soy ‘constructivo’, les recomiendo una idea ‘disruptiva’ para el manejo monetario, que no es ni mía ni nueva. En los años 60, el dictador Ne Win implantó en Birmania un estado socialista de partido único, típico del modelo de ‘Democracia popular’ del comunismo. Pero como el comunismo daña las neuronas, Ne Win también era un devoto creyente de la numerología, lo que lo llevó a ordenar la emisión de moneda con denominaciones “alternativas”. Eliminó el billete de 100 kyats, cambiándolo por el de 90, porque el número 9 es un signo mágico e integrador de los ideales del “interés universal”. Aunque no sé si del interés simple o del compuesto.
Por su persistencia en el tiempo y la abrumadora cantidad de incompetentes e idiotas que terminan asfixiando a “los pocos sabios que en el mundo han sido”, como decía fray Luis de León, estadísticamente es imposible pensar que estemos vacunados contra los pendejos e ineptos, pero lo mínimo que debe hacerse es identificarlos y evitar que asuman cargos de dirección.