Imagínese la siguiente escena: usted está viendo un noticiero donde entrevistan a un meteorólogo que anuncia el paso de un huracán por su ciudad debido a un extraño fenómeno climático. Nunca ha ocurrido un hecho semejante, la región donde usted vive siempre ha estado a salvo de las tormentas, por lo que quizás opte por desacreditar la opinión del experto y crea que se trata de un disparate alarmista.
Julio César Iglesias
Ingeniero industrial, analista financiero y autor del libro ¿Y si gana Petro?
Esa es, precisamente, la actitud escéptica que han asumido muchos frente a la eventual victoria de Gustavo Petro en las elecciones del año entrante; como la extrema izquierda ha estado al margen del poder y el candidato del Pacto Histórico ya fue derrotado hace cuatro años, tienen la convicción de que esta vez la historia no será distinta.
Pero la historia no tiene por qué repetirse. Colombia no es el mismo país de hace cuatro años. Los actores políticos no van a interpretar la misma obra; el guion, la escenografía y el teatro son distintos y, en consecuencia, el final feliz no está garantizado.
Aunque es obvio que todavía resta mucho tiempo para las elecciones y es prematuro vaticinar un resultado, de momento, Petro es el amplio favorito.
En las encuestas recientes les saca una ventaja importante a todos sus rivales en la primera vuelta, y en la segunda, ninguno parece ser capaz de derrotarlo. Aunque en 2018 el miedo al chavismo superó al “antiuribismo”, lo que habría inclinado la balanza a favor de Duque, después de casi dos años de pandemia y de un paro nacional inédito, hoy las cartas son otras.
El desgaste del Centro Democrático, la fortaleza de Petro entre los jóvenes, así como la hegemonía de la izquierda tanto en términos de movilización callejera como en alcance en las redes sociales, son algunos factores relevantes que parecen estar siendo subestimados al valorar el panorama electoral.
¿Pero qué supondría para los colombianos la presidencia de Petro? No hace falta ser Nostradamus para verlo, basta con revisar las propuestas que ha hecho y las consecuencias que tendrían.
Su insistencia en emitir moneda para financiar el gasto, y de paso destruir la independencia del Banco de la República, tendría efectos inflacionarios muy graves.
“Si algo hemos aprendido en América Latina es que las decisiones democráticas no son, necesariamente, las más sabias: hace falta tomar precauciones en nuestro ámbito privado, personal y familiar, para mitigar el riesgo que entraña el ascenso de un extremista al poder”.
La andanada tributaria en contra de los “4.000 más ricos”, sin duda, golpearía a la inversión destruyendo la seguridad jurídica y la confianza en las instituciones.
Sus numerosos proyectos para aumentar el gasto público, así como su propuesta de transformar a Ecopetrol (como por arte de magia) en una empresa de energías alternativas, no tendrían otro destino que llevar al paroxismo la crisis fiscal que ya se ve en el horizonte.
Estas propuestas no van a beneficiar a los “pobres” a expensas de los “ricos”, como a veces se piensa. Puede que así sea en el muy corto plazo, pero a la larga se traducirían en el empobrecimiento generalizado de nuestra sociedad. Y no serían los “4.000 más ricos” quienes se llevarían la peor parte, sino aquellos que no cuentan con recursos para proteger su futuro económico.
Las recetas de Petro, lejos de ser novedosas, ya han fracasado una y otra vez. Por mucho que intente desmarcarse del proyecto del chavismo, sus simpatías con las ideas que arruinaron a la sociedad venezolana y que destruyeron la vida de millones de personas son innegables, así como los lazos políticos e ideológicos que lo vinculan con los artífices de la tragedia.
Puede que el huracán nunca llegue, que se desvíe, o que pase débil y no tenga la capacidad de destrucción que se pensaba al principio. Sin embargo, ante la incertidumbre, cualquier ciudadano prudente debería prepararse para el peor de los casos. La amenaza es demasiado grave para ser ignorada.
Por un lado, está muy bien tomar acciones “colectivas” frente a la tormenta: votar con ilusión por alguna otra opción política, alertar sobre los peligros de su agenda económica y participar en el debate público, son algunas estrategias para prevenir o atenuar sus efectos.
Por desgracia, no son suficientes. Al final, el resultado democrático depende de la decisión de millones de personas, y por lo tanto, está fuera del alcance de nuestra voluntad. Si algo hemos aprendido en América Latina es que las decisiones democráticas no son, necesariamente, las más sabias: hace falta tomar precauciones en nuestro ámbito privado, personal y familiar, para mitigar el riesgo que entraña el ascenso de un extremista al poder.
La buena noticia es que hoy contamos con una diversidad de herramientas financieras, legales y tecnológicas para enfrentar las locuras de Petro. Conocerlas, entenderlas y actuar de forma preventiva, antes de que sea tarde, es una tarea urgente.