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Luis Guillermo Echeverri Vélez Luis Guillermo Echeverri Vélez Gobierno Nacional

“No se puede tomar leche y comer carne de la misma vaca”

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Como nación y sociedad nos estamos tragando el anzuelo sin carnada, propio de la dialéctica populista que para todo encuentra una excusa, pues sólo se fundamenta en mentir como sea, incluso apelando a síndromes fantasiosos, para lograr con ello evadir el fondo de los problemas.

Luis Guillermo Echeverri Vélez. Ganadero, Abogado y Economista Agrícola.

Entendamos la sabiduría de los adagios populares. Si no se administra diligentemente un establo y no se cuidan las vacas que producen, termina el negocio vacío con las vacas flacas y colgadas en el gancho del matadero.

Si la mala administración de la política estatal funde el sector privado, se mata y se termina la economía. La evidencia histórica demuestra claramente que las economías de Estado centralizadas, son incapaces de producir para mantener un sistema económico capaz de suplir las necesidades de una nación.

Es utópico subsidiar todo sin un sistema productivo privado dinámico que nutra el Estado. Las burocracias estatales sólo gastan recursos, no saben producir ni invertir, no están hechas para eso. No se puede pretender producir leche en una perrera, y sin quien compre el cuido, las perras no dan ni para amamantar los cachorros.

Un gran amigo me hizo un símil muy pertinente para el caso actual colombiano, al evocar la obra teatral “Leopolstadt” de Tom Stoppard, en la cual una familia judía en Austria, inicialmente desestimó y calificó de fantasiosas las amenazas del gobierno nazi, teniendo luego que pagar un gran costo por ello.

La indolencia propia de la degeneración partidista crea la desconfianza que genera la salida de capitales y conlleva a la destrucción del sistema de mercado y libertades económicas, algo a lo cual le apunta claramente la conducción del Estado en Colombia.

Justo en la era del conocimiento, como sociedad cometemos un grave error, circunscritos al dilema, centro, derecha e izquierda, que hoy representa la excusa de la clase política para seguir evadiendo lo que es cuantitativamente medible como eficiente y efectivo, y legal y éticamente correcto.

No podemos seguir pensando que las democracias son inmunes al virus letal del socialismo del siglo XXI, tras el cual, en el caso colombiano, se reemplazó el sistema de libertades económicas y trabajo transformacional, dinámico e institucionalmente empoderado entre el Estado y el sector privado sin el cual no hay hacienda que escape a la quiebra y un sistema estatal totalmente fallido, por el sistema populista que esconde autocracias y dictaduras que albergan una narco-cultura cleptócrata y sanguinaria, controlada por la relativización de los valores en el ejercicio político que permite acuerdos con el crimen organizado.

La actividad partidista abandonó el trabajo social en procura de soluciones reales a los graves problemas de la gente. Degeneró en vulgar politiquería corrupta a partir de la asignación de los avales condicionados a promisorios repagos y prebendas, propios de una indiscriminada asignación a la mediocridad que hoy se limita a una pelotillera trifulca de trinos entre pequeñas tribus y a discursos falaces y lejanos a la dura realidad de la nación.

Se reemplazó la formulación de propuestas serias y realizables y la formación de equipos profesionales capaces, éticos, trabajadores y honorables, por un bazar de egos, intereses inmediatistas, conveniencias, y abusos de los mismos con las mismas, donde sólo le venden al elector los contenidos banales y palurdos que copan espacios mediáticos y redes sociales.

Como nación y sociedad nos estamos tragando el anzuelo sin carnada, propio de la dialéctica populista que para todo encuentra una excusa, pues sólo se fundamenta en mentir como sea, incluso apelando a síndromes fantasiosos, para lograr con ello evadir el fondo de los problemas.

Hoy desde la cabeza del Estado se trata de tapar la corrupción con el discurso discriminatorio que genera y multiplica el odio de clases y confunde generalizando agendas minoritarias.

No se es bueno o malo, ni gente de bien o perversa, por tener plata o ser pobre, por ser feo o bonito, por tener o no un estatus o pertenecer a una causa, una rosca, círculo o familia conocida, eso es totalmente falso. Se es buena persona si se obra bien, si se obra con respeto, si se cumplen las obligaciones cívicas antes de reclamar derechos, y eso sólo se mama, no se compra, independientemente de dónde se nace o se vive.

La gente sólo es buena cuando sirve un propósito loable. Nadie es bueno o malo por ser de derecha, izquierda o centro, por ser propietario o inquilino, por tener o no título, por su orientación sexual o por su raza. No es así. La gente de bien es la que obra bien, y deja de serlo cuando obra mal. Es así de simple, y claramente no son los malandros los que están llamados a hacer esa valoración.

Estamos cediendo la razón y la real importancia de los grandes temas nacionales, ante un debate estéril contra la retórica lisonjera y en función de la vendedera de escándalos para tapar otros escándalos.

Aquí en Colombia lo grave es que ya hay una dictadura instaurada de facto, pues incluso pasa de forma descarada de lo que pueda decir quien ejerce el control público y desconoce de entrada el fallo que pueda dar el Consejo de Estado, con relación al desacato de la suspensión a los elegidos popularmente.

Desconocer por ideología o conveniencia los fallos de la Procuraduría y la constitucionalidad es un tema de gravedad mayor. Pero el asunto no para ahí. Esto no es de hoy, esto se lo birlaron ya en 2014 Santos y Petro, apelando a una corte y una norma exógena al espectro constitucional colombiano.

En resumen, qué importa a una corte internacional si aquí violan o secuestran infantes o personas indefensas, asesinan policías o peatones, qué importa si hay matanzas, qué importa quién controla 19 regiones aisladas, qué importa si la tierra tiene dueño o no, si son los jueces y los abogados por ideología mezclada con corrupción, los que valoran y determinan a conveniencia las circunstancias de los crímenes o las escrituras y deciden quién será el nuevo dueño de un derecho o un terruño.

El gobierno y su servil cajero, están gastando a fondo blanco una herencia sustantiva que son los réditos de un crecimiento de dos dígitos en 2021 y un muy buen 2022 que se le debe a la administración de Duque, Carrasquilla y Restrepo, pero eso va a durar poco. Ya el sistema financiero bajó en un 40% su actividad, la construcción va 60% menos, este año se pagarán más impuestos, los proyectos de inversión que venían al galope pararon en seco.

A lo anterior, súmenle un costo de movilidad en ascenso y que ya es alto, pero el año entrante ya no habrá con qué pagarlo, y entre tanto el ministro de Hacienda quiere mandar al matadero al grupo empresarial ECOPETROL, la vaca que más leche le da al Estado y con la cual se ha podido mantener el costo razonable de la movilidad de la economía de la gran familia colombiana.

Aún queda por dilapidar algo de la herencia del gobierno anterior, pero la plata como el ganado es fungible y dura poco, el 2024 será malo, y lo más grave es que en el 2025 estaremos con los costos por las nubes, un déficit tremendo en todos los sentidos, y con importantes fuentes de ingreso como el recaudo tributario, todo el sector minero energético, Ecopetrol-ISA, EPM y sus homólogos y la generación de energía muy mal heridos.

No pretendamos tomar leche y comer carne de la misma vaca. Las acciones correctivas que se tengan que tomar para que esta democracia no se derrumbe y la economía aguante, hay que tomarlas ahora.

La teoría de esperar tres años es una consolación ingenua, necia y costosa, propia de la estupidez que caracteriza a tibios y excéntricos por no llamarlos mamertos. Los gremios tienen que sacar valor patrio del comprensible miedo que diariamente les mete el tirano y cantarle la tabla al gobierno antes de que arruine el sistema de salud, el pensional, el financiero, la movilidad, la construcción y la infraestructura, la industria, el comercio, y se termine lo poco que caiga al suelo de la piñata de los subsidios al crimen y a la vagancia.

No quiero ni hablar de inseguridad ni de la esterilidad de la justicia, propias de la ejecución de la teoría del caos. Es triste que sea ahora la transformación social de El Salvador la que le dé ejemplo a Colombia. Es ahora o nunca. No quiera el destino que a nuestra nación la pille el próximo ciclo exógeno inverso, con los calzones abajo.