El racionamiento de agua que por estos días sufrimos los habitantes de Bogotá y el pico placa que nos cobija desde hace ya más de 20 años son dos caras, dos manifestaciones, de un mismo fenómeno: la incapacidad de nuestras autoridades de tomar decisiones oportunas que conduzcan al mejoramiento de nuestra calidad de vida.
Las restricciones que ahora se imponen sobre el líquido vital son un caso extremo. Así lo decía hace unos días el editorial de La República: imponer racionamientos de agua en uno de los países con mayor riqueza hídrica y fluvial es un absurdo. No obstante, la medida podría estar vigente por cerca de un año. Un total despropósito.
¿Qué llevó a esta situación? Más allá del Fenómeno del Niño, cuyo advenimiento sucesivo está mas que documentado y es de público conocimiento de tiempo atrás, lo que han faltado son respuestas adecuadas de nuestros gobernantes, nacionales y locales, pasados y presentes.
No tenemos una infraestructura adecuada. Ni en materia de agua ni de transporte urbano,que son ambos servicios básicos a cargo del Estado. En la esfera específica del agua, encontramos que no se han hecho las obras y adecuaciones necesarias para que Bogotá y las demás ciudades y regiones del país incrementen sus reservas. Quedamos así al amparo de las fuerzas de la naturaleza: en las épocas de sequía sufrimos de sed y en las de lluvia nos vemos expuestos a inundaciones.
Las demoras en la iniciación de las obras y actividades que permiten incrementar nuestra capacidad de reserva de agua -o de vías y medios de transporte- no sólo nos llevan a experimentar situaciones como las actuales, sino que incrementan el costo final de los proyectos: las ciudades se expanden y con ello las contingencias, el valor de la tierra aumenta y los requisitos y condiciones se hacen cada día más exigentes.
En otras palabras, la tardanza configura una paradoja consistente en que se nos impone una altísima tasa de interés sobre una infraestructura de la que no gozamos.
Las medidas encaminadas a fomentar el ahorro de agua, que son medidas paliativas, tampoco fueron oportunas. Hace más de un año, el Ideam había pronosticado ya que el Fenómeno del Niño habría de llegar. No obstante, en ese momento no se iniciaron las campañas publicitarias necesarias para incidir en los comportamientos y prácticas de la gente. Tampoco lo hicieron las administraciones locales una vez iniciaron sus mandatos, en enero del año en curso.
Nos abstuvimos de actuar a tiempo, lo cual es desafortunado. Primero, por la utilidad de la medida. Tuvimos que esperar a que los embalses estuvieran en niveles de agonía para que se iniciara con la promoción de las acciones que promueven el ahorro. El agua que no ahorramos hace seis, cinco o cuatro meses, ya no la podremos ahorrar ni hoy ni mañana.
Segundo, porque ahora nos toca acudir a medidas forzosas que acarrean consecuencias indeseables, y no a mecanismos voluntarios. Claro: un camino diferente hubiera exigido implementar campañas encaminadas a la educación de la gente, cambiar sus hábitos, lo cual supone esfuerzos adicionales en el corto plazo, pero en el largo facilita la sostenibilidad de la medida. El caso me recuerda la pirinola del entonces idealista Antanas Mockus y su llamado a impulsar comportamientos que mejoran el bienestar de todos gracias a la adopción de pequeños sacrificios individuales.
Tercero, porque desperdiciamos una oportunidad para fortalecer los lazos que nos unen. El ahorro de agua en una época de sequía es un propósito colectivo, una meta que bien puede convocar la participación de todos, que incentiva la muy resquebrajada la unidad nacional. Constituía así una coyuntura única para que el presidente, la alcaldesa saliente de Bogotá, el alcalde entrante y los gobernantes locales entrantes y salientes de las regiones afectadas (que son la mayoría del país), actuarán de manera conjunta en aras de promocionar comportamientos que fomentan la cooperación.
Nada de esto se hizo a tiempo. No realizamos los proyectos de infraestructura que permitan una solución estructural o, al menos, que mitigan las consecuencias más agudas que tiene el problema del agua, tanto en períodos de sequías extenuantes como de lluvias inclementes. En algún momento habrá que hacerlos.
Tampoco promovimos la unidad en torno a este objetivo común. Es una lástima. La construcción de cultura ciudadana y el fortalecimiento de la cohesión social es uno de los activos intangibles más valiosos que puede tener un sistema político: es la goma que ayuda a que las sociedades no sean sólo una reunión de individuos sino unas colectividades que comparten unos objetivos básicos y que se apoyan mutuamente para alcanzarlos.