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Luis Jaime Salgar paz total

La marcha del 20 de junio

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Hay que salir a marchar. Hay que expresar nuestra voz de rechazo, de hastío, de preocupación. La marcha cobra, nuevamente, 15 años después de la nutrida manifestación del 4 de febrero de 2008 en contra de las Farc, un especial significado.

Por: Luis Jaime Salgar Vegalara. Mejor Así

Soy consciente del escepticismo que algunos pueden tener sobre este mecanismo de participación. Hay razones válidas para dudar de la posibilidad de que la voz de los ciudadanos se convierta en un medio real de cambios. No obstante, hay momentos, hay situaciones, en las que el ejercicio del derecho pacífico a la protesta, se torna imprescindible.

El 20 de junio es uno de esos momentos. El desempeño de este gobierno ha sido funesto en casi todas las áreas en las que cuales le corresponde dar respuestas idóneas a las expectativas de los ciudadanos.

La “paz total” ha sido una improvisada invitación a la impunidad, resultado que se anticipaba de una propuesta que se gestó en las cárceles del país. La violencia ha crecido de manera alarmante. El Estado ha perdido de nuevo el control sobre buena parte del territorio.

Los cultivos ilícitos se multiplican a un ritmo acelerado. La política energética que se puso en marcha a partir del pasado 7 de agosto podría llevarnos de nuevo a faltantes de generación una vez que el fenómeno del niño, que ya parece inminente, si intensifique.

La reforma a la salud amenaza destruir una institucionalidad construida luego 30 años, y cuyos resultados -susceptibles de mejora, sin lugar a dudas- han sido satisfactorios pese a las duras acusaciones que le ha hecho la actual administración, sin fundamento objetivo. Con la reforma pensional corremos el doble riesgo de que el ahorro de los trabajadores termine nutriendo la caja menor del gobernante y de que, por esta vía, se aumente el hueco de nuestro pasivo pensional.

En el campo ético, la situación es también preocupante. Las alarmas suenan por todas partes. Aunque de este tema se ha hablado hasta la saciedad, es necesario mencionarlo de nuevo. Las bolsas llenas de dinero en efectivo que aparecen por todos los rincones se reflejan en los hechos: desde las fastuosas y constantes manifestaciones y mítines políticos que atestiguamos el año pasado en medio de la contienda electoral hasta las declaraciones de los propios integrantes del gobierno –por ejemplo, Armando Benedetti– y de sus personas cercanas –por ejemplo, Daysuris Vásquez. Hablamos de muchos millones de pesos que los estados financieros de la campaña parecen no reflejar.

Los indicios de interceptaciones ilegales de comunicaciones, o chuzadas, dejan la preocupación de que este gobierno podría atentar contra las garantías que dice defender y que constituyen uno de los pilares de nuestro ordenamiento constitucional.

Por eso, hay que salir a marchar. Hay que asumir un compromiso con una marcha ciudadana, pacífica, informada. Una marcha diferente a la que hace unos años protagonizaron esas hordas de vándalos que generaron el terror de la población, destruyeron la infraestructura urbana, pusieron en jaque el trabajo de miles de personas y erosionaron el derecho de todos a la libre movilidad.

Es necesario evidenciar que son muchas las voces que hoy vemos con preocupación la senda que ha seguido este gobierno, que el cambio que se propone no responde a las expectativas legítimas que tenemos como sociedad.

Es necesario mostrar que la insatisfacción es generalizada y que se expresa en todos los sectores de la población. El actual gobierno invoca el malestar social como fuente de su legitimidad. Petro dice que su mandato se encamina a la protección de los sectores abandonados, de los marginados, de los nadies. No obstante, son éstos los sectores que más caro van a pagar el precio de las decisiones equivocadas.

La fragmentación, la desconfianza y la polarización son sentimientos que dificultan la construcción de acuerdos colectivos en beneficio de los sectores que más requieren del apoyo del Estado.

Hay que llevar una voz de protesta al escenario que Petro más valora y del cual pretende apoderarse: la calle. Hay que salir de manera libre, sin ataduras ni constreñimientos para dejar constancia de que la calle quiere algo diferente a lo que hoy se le ofrece.

La calle no quiere saltos al vacío ni reformas improvisadas, sino que quiere seguridad ciudadana, servicios públicos de calidad, empleo, condiciones adecuadas para la creación de empresa. Expectativas básicas que un modelo de gobierno caótico como el actual amenaza.

La marcha del 20 de junio nos invita a recuperar unos espacios de participación democrática respecto de los cuales no valen los títulos de propiedad. El derecho a la inconformidad es de todos. Hoy estamos llamados a ejercerlo.