Hace un par de semanas comentabaen esta columna mi preocupación, advertida por innumerables analistas, por el riesgo de que Petro acuda a mecanismos informales para promover y convocar su famosa constituyente.
Las voces que han hablado sobre la materia coinciden en varios aspectos. Primero, en la ausencia de razones objetivas que aconsejen abrir este espacio. ¿Una constituyente para qué?, se preguntan. A través de las muchas versiones que ha dado sobre las causas de la iniciativa y de los motivos divergentes que invoca, el propio presidente le ha adicionado una buena dosis de incertidumbre al asunto. Segundo, la inexistencia de apoyo popular y de voluntad política. Con una imagen favorable inferior al 35% y un Congreso cada día más lejano a sus propuestas y proyectos, ¿de verdad podría el presidente promover, en las condiciones previstas en la Constitución, una reforma constitucional integral? Tercero, la falta de tiempo. La convocatoria a una constituyente es un proceso complejo que involucra en sus distintas etapas la concurrencia de las tres ramas del poder público y el pronunciamiento positivo de la población. Un largo camino que hoy parecería imposible de recorrer.
En ese contexto, despierta la mayor preocupación las declaraciones de Petrosegún las cuales el cambio de Constitución se llevaría a cabo a través de lo que él denomina “proceso constituyente”, es decir, mediante el pronunciamiento directo del “pueblo”. ¿Quiénes conforman ese “pueblo” al cual hace referencia el presidente? ¿Con qué mecanismos contamos para conocer su voluntad? ¿Qué sistemas de pesos y contrapesos se van a poner en marcha para asegurar la construcción de consensos y para evitar errores y arbitrariedades? De manera más amplia, ¿qué garantías tenemos para impedir la instrumentalización de la constituyente, en el evento de que el presidente se empeñare en empujar la figura?
En un escenario así de turbio, Germán Vargas opta por cogerle la caña al presidente, aunque -aclara- siempre que se acuda a los canales institucionales.
Me parece un grave error. ¿Una constituyente con el objetivo de “medir fuerzas” con un presidente que claramente carece de una base política efectiva para sacar adelante, por la vía formal, una empresa de semejante dimensión pero que, además de las ganas, tiene a su disposición los instrumentos y herramientas del Estado, comenzando por el presupuesto y por las funciones de policía?
Una apuesta muy alta para un premio de tan poca monta. Las constituyentes no tienen ese propósito. No son mecanismos propios de la mecánica electoral, sino espacios que buscan promover la construcción de consensos básicos sobre el destino de las sociedades. Una finalidad que diverge de manera radical del panorama político que por estos días nos asedia.
Hace unos años, David Cameron ofreció convocar un referendo sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Buscaba medir fuerzas con los euroescépticos, empeñados en bloquear la agenda pública británica. Conocemos bien el resultado de este reto. El juego se salió de madre, los euroescépticos lograron manipular al electorado y el Reino Unido terminó por fuera de Europa con todas las consecuencias que ello les ha significado a sus gentes. Al día siguiente de las elecciones, una vez empezaron a entender las implicaciones de la decisión que acababan de tomar, los votantes se agarraban la cabeza como borrachos que despiertan luego de una noche de excesos.
En un ambiente social, político y económico como el que vivimos por estos días, es muy peligroso abrir puertas que nos lleven a lugares que no quisiéramos visitar. Es un riesgo latente. No sólo Cameron nos sirve de ejemplo. El dictador vecino también nos puede hablar de su experiencia. Tremendo sapo el que allá tuvieron que comerse. De manera que ojo con los saltos de la rana.