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Marco Tulio Gutiérrez Morad Marco Tulio Gutiérrez Morad Opinión

LA CUENTA REGRESIVA

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Marco Tulio Gutiérrez

Ningún presidente de Colombia tuvo tal prueba de crisis como el actual mandatario Iván Duque Márquez. En algunos episodios de la historia reciente, Colombia atravesó dificultades y momentos de incertidumbre, desde Pastrana Borrero y el llamado al levantamiento que originó la creación del M-19; «son las 7:20 p.m., a las 8:00 todo el mundo en su casa” dijo el Presidente Lleras Restrepo. Luego, el gobierno de Turbay Ayala recorrió el país con su estatuto de seguridad y dejó a buen recaudo a todos los jefes guerrilleros que, posteriormente, por idealismo y buena fe del inolvidable presidente Betancourt, se reorganizaron y se fortalecieron. El gobierno del Presidente Gaviria nos llevó al mundo de la nueva Constitución del año 1991, con las múltiples dificultades de un Estado queriendo ser sometido por Pablo Escobar y la más tenebrosa banda de narcotraficantes y malvados delincuentes que sometieron, bajo la mordaza del terrorismo, a un país entero; magnicidios, bombas en centros comerciales, en aviones… La cotidianidad de un país que se debatía entre el homicidio, el secuestro y la constante amenaza. Después fue el turno para Ernesto Samper, un gran presidente de lo social, pero empañado por los insensatos odios de su contendor Andrés Pastrana, quien cuando tuvo que gobernar nos metió en el desastre de la zona de distensión y en la época de los desplantes del comandante y jefe de las FARC alias Manuel Marulanda-Tirofijo, quien al mejor estilo de los años 90 nuevamente sometió al país dentro de un nuevo estadio de terror y desesperanza: pescas milagrosas, municipios sitiados, una ola de secuestros sin precedentes, masacres, campos de concentración al mejor estilo del nazismo de la Segunda Guerra Mundial y la infame solución final. En 2002 entramos en el periodo ya largo en el tiempo del personaje más preponderante de la historia reciente del país, el presidente Álvaro Uribe y claro, su sucesor, Juan Manuel Santos, quien logró en su primer período obtener el respaldo del jefe del partido de la autoridad y consigue, con la paz, ganar el premio nobel de Paz y con ello la firma de un acuerdo que dolorosamente no pudimos implementar del todo, ni mucho menos digerir y nos dedicamos a torpedearlo para dar por fracasado un derrotero de acuerdo con la guerrilla sobreviviente más antigua del mundo.

Todo este convulsionado panorama de la historia reciente de Colombia se va a cerrar con el más joven presidente de la historia: Iván Duque Márquez, a quien, conforme con el viejo adagio popular, le tocó bailar con la más fea; la protesta social desde el primer mes marcó a este gobierno, al cual le restan apenas 11 meses, los que curiosamente pueden, contra todo pronóstico, permitirle un año de cierre de gobierno sorprendente y más popular de lo que muchos pudiéramos suponer. En efecto, si Duque juega y se da el lapo de gobernar para los jóvenes y les otorga la oportunidad que ellos piden desde hace muchos años, tendremos un mandatario fortalecido y, paradójicamente, querido. Ahora bien, la pregunta del millón es ¿cómo hacerlo?, máxime, cuando el tiempo que queda es corto y por experiencia generalizada el último año del cuatrienio presidencial siempre es el más imperceptible y lánguido, pues el ritmo de la opinión nacional gira en torno a la expectativa política de lo que se avecina electoralmente tanto en la órbita legislativa como en la del nuevo mandatario de los colombianos. Para el caso concreto, el 2022 estará sumergido en la más profunda polarización de los últimos tiempos, de ahí que Duque ha de dar un cambio radical con la habitual inercia del último año de gobierno de los presidentes y apostar por liderar a lo largo y ancho del país una cruzada de reivindicación nacional, una apertura al más amplio diálogo intersectorial que jamás se haya realizado. Es momento de sentarse con la juventud, con la academia, con los deportistas, con los campesinos, pero lo más importante, es hora de establecer interlocución, ya que en casi tres años de gobierno el proyecto Duque no ha logrado conexión con la ciudadanía y, desafortunadamente, su percepción de mandato no ha logrado despegar como debió hacerlo; ello por una sencilla razón: el presidente estuvo lejos de las regiones, lejos de los sectores reales de la economía, lejos de la gente, pero en especial estuvo lejos del consenso ideológico. Es claro que Duque defiende una percepción de Estado muy diferente a aquella que pregona la oposición, pero muchas veces el arte de gobernar tiene que ir más allá de las pasiones y debe suponer la prelación del interés general sobre el particular. Desconocer las consignas juveniles que viven millones de muchachos, en medio de la incertidumbre del desempleo y la imposibilidad de seguir estudiando, e intentar pormenorizarlas afirmando que “no hay estallido social sino un estallido de creatividad y emprendimiento”, es un ejercicio con el que no puede continuar Duque. El presidente debe pasar a los anales de la historia como un reivindicador y un conciliador en tiempos de absoluta dificultad.

“Desconocer las consignas juveniles que viven millones de muchachos, en medio de la incertidumbre del desempleo y la imposibilidad de seguir estudiando, e intentar pormenorizarlas afirmando que ‘no hay estallido social sino un estallido de creatividad y emprendimiento’, es un ejercicio con el que no puede continuar Duque. El presidente debe pasar a los anales de la historia como un reivindicador y un conciliador en tiempos de absoluta dificultad”.

Su apuesta por el manejo de la crisis sanitaria más compleja de la historia reciente de la humanidad ha sido muestra suficiente de su talante y verticalidad. Hace unos meses nadie creía en su plan de vacunación, pero hoy estamos llegando a los niveles más bajos de infectados y de muertes desde el principio de la pandemia. Así mismo, comulgando con la expresión más dogmática de su colectividad política, Duque debe dedicarse de lleno y sin descanso al repunte de una estrategia de seguridad democrática en las ciudades, encaminada a mitigar el absurdo impacto que por estos días azota la tranquilidad ciudadana; la estrategia implementada por el Gobierno nacional en Bogotá ha de replicarse en cada una de las ciudades capitales de toda la República, y debe convertirse en un esfuerzo que involucre a la empresa privada en conjunto con las autoridades judiciales y penitenciarias para hacerle frente a la desbordada inseguridad. El uso de tecnología de punta y el concurso de los privados en las tareas de monitoreo y recolección probatoria permitirían lograr una absoluta mejoría en los resultados de la lucha contra el crimen.

Es esta la oportunidad de dar ese cambio de curso que logre sacar la gobernabilidad del país de los terribles momentos por los que atraviesa. Actualmente, la desaprobación y niveles de aceptación de Duque pasan por el peor instante que algún mandatario hubiera podido enfrentar en Colombia, sin embargo, estamos seguros de que, a diferencia de muchos presidentes, Duque dará de qué hablar en su último año de gestión.