Por: María Margarita López
El empresariado es, hoy en día, uno de los grandes actores invisibilizados de la historia colombiana. En las carreras de historia no se habla de las empresas y mucho menos se estudia el empresariado como una unidad de conocimiento. Por el contrario, en muchas ocasiones funge como antagonista dentro de las lógicas del desarrollo de la historia social del país. De hecho, el tema de la historia empresarial ha sido adoptado por las facultades de administración.
Este tipo de consideraciones ha traído consecuencias negativas para la comprensión del rol del empresariado en Colombia, pues no sólo se ha invisibilizado un actor esencial para el estudio del progreso económico, industrial e incluso social del país, sino que también la misma ausencia ha provocado la consolidación de ideologías y prejuicios que han conducido no sólo a apatías sino a confusiones sobre cómo abordar el tema. En la historia de las empresas se puede encontrar conocimiento valioso como la evolución del comportamiento del empresariado (aunque esto se ha estudiado bastante en el Valle del Cauca y Antioquia), las tomas de decisiones en contextos políticos desafiantes, las condiciones sociales, educativas y culturales, las biografías, entre otras. ¡Esto es realmente una lástima! Porque a lo largo de muchos años se ha perdido la posibilidad de encontrar historias valiosas que hablan del esfuerzo, el empeño y la berraquera de los colombianos.
Detrás de cada empresa hay una idea que se llevó a cabo y un grupo de personas que la hicieron posible.
Las empresas, por demás, no están aisladas de su contexto social. De hecho, están determinadas por el contexto socioeconómico, político e incluso cultural, pues ellas mismas responden a las necesidades tanto del mercado como de la sociedad.
En este sentido, las empresas son motores de transformación constante. Sin darnos cuenta, los bienes y servicios que producen, modifican nuestros hábitos de consumo, nuestro relacionamiento y por último nuestra cultura misma.
Ejemplos más recientes y obvios son el impacto de las nuevas tecnologías en nuestra vida. Los smartphones, Facebook y Whatsapp cambiaron para siempre cómo nos relacionamos con el otro.
El valor que producen las empresas trasciende su actividad económica hacia la sociedad.
Existen numerosos ejemplos en la historia que evidencian cómo empresarios y empresas han impactado positivamente en la calidad de vida, donde además promueven mejores prácticas sociales y culturales.
En el caso particular de Colombia, tenemos casos de empresas como la Ferrería de San Pacho, Cementos Samper, Corona, Bolívar, Bavaria, Sura, entre muchas otras, que han sido parte decisiva del desarrollo cultural y social del país.
Vale la pena resaltar que estos procesos se deben a valores como la cooperación y la solidaridad, que permiten desarrollar la empresa como una organización social que comparte mutuos empeños entre sus grupos de interés.
Las empresas, además de producir riqueza, pagan impuestos, producen empleo, generan movilidad social y, sobre todo, dignifican la vida de las personas. Esto es construir tejido social.
Y por último, y es con seguridad el aspecto menos evidente, las empresas mismas construyen patrimonio simbólico y cultural. De hecho, son agentes esenciales para la cultura en términos de inversión, infraestructura y sostenimiento. Los museos y los teatros son buen ejemplo de ello.
Mirar las empresas desde la historia nos amplía la visión y las vías discursivas para abordar el complejo y miope contexto actual en el que vivimos ahora.
La conversación sobre el rol de los empresarios no puede ser tan delgada, ni tan banal en permitirse definir con antagonismos del siglo pasado, y que el futuro de las reformas que le atañen al país siga dialogando sobre los mismos pilares discursivos a los que se enfrentaron los gobiernos liberales de la década de 1930 y 1940.
¡Esculquemos la historia!