Jueves, 21 de noviembre de 2024
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Nixon Carvajal Progresismo

Estampida progresista

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En la medida que el proyecto del presidente Gustavo Petro se cae a pedazos acentúan las inevitables consecuencias de su irregular administración.

Promover odios, cazar enfrentamientos, atacar a las instituciones, improvisar medidas e irrespetar a la oposición, no le sirvieron al ejecutivo y hoy tristemente para sus intereses recoge lo que con arrogancia sembró.

Aparte del 63 por ciento de colombianos que desaprueban la gestión del jefe de estado y la reciente marcha en rechazo a sus reformas sociales y a la nefasta política de paz total, sorpresivamente se suma el entorno humano e ideológico que apoyó su ascenso al poder y que ante la crítica realidad, prefiere escapar en desbandada y abandonar el barco a la deriva.

Claudia López, una de las históricas alfiles del petrismo, celebró a rabiar y asumió como propia la victoria en las elecciones presidenciales de 2022 . La exalcadesa de Bogotá, en medio de la euforia por el triunfo publicó en sus redes:“Al fin ganamos! Felicitaciones al nuevo presidente de Colombia @petrogustavo. Empezamos a escribir con toda ilusión una nueva página en la historia de Colombia!”. Ilusión que no tardaría en desvanecerse.

Veinte meses después de la posesión de Gustavo Petro la actual realidad del país es totalmente contraria a lo prometido en campaña. El fiasco llevó a que los ánimos cambiaran por completo, y la exalcaldesa, anticipándose a lo que sería una eventual aspiración presidencial en 2026, prefirió apartarse de cualquier circunstancia que la relacionara directamente con el jefe de estado o su entorno, por lo que procedió a arremeter mediáticamente en su contra, con graves señalamientos, como querer “incendiar a Colombia y generar caos”, hasta asegurar que Petro es una “maldita desgracia para Bogotá y para Colombia”.

Tiene mucha razón la también excongresista con lo mal presidente que ha sido Petro, sin embargo deja mucho que desear su intención de cerrar de tajo cualquier atadura ideológica con lo que paradójicamente es su razón de ser: activista del progresismo puro, sistema condenado a fracasar.

En el mismo sentido, Cathy Juvinao y Daniel Samper Ospina, por mencionar algunos confesos desertores del petrismo activo, en todo momento defendieron la idea de transformar a Colombia como potencia de la vida, para expandirla por las estrellas del universo, retórica barata y poética que sólo ellos se creyeron, hoy la atacan, en un claro ejemplo de doble moral.

Por las venas de los progresistas corre sangre tipo P (Petro) positivo, y el vínculo embrionario que los une a su máximo cabecilla es inquebrantable, aunque hoy abiertamente lo rechacen, nada los va a separar.

La historia relata que el capitán del Titanic, Edward John Smith y un grupo de marineros, declinaron subirse a uno de los botes salvavidas y con pasmosa tranquilidad eligieron perecer en la tragedia de la famosa embarcación. El oficial y sus leales tripulantes prefirieron ser fieles al honor naval, y en un acto de solidaridad con los pasajeros menos afortunados, decidieron afrontar la lenta agonía para hundirse con el buque en las gélidas aguas del Atlántico Norte.

Más de un siglo después de aquel hecho, los petristas, cobardemente se resisten a enfrentar la tormenta provocada por su máximo líder, no quieren sumergirse con la nave en altamar y prefieren abandonarla, antes que sea tarde.

Nadie les cree su intempestiva preocupación por los intereses de la nación, aunque intenten escapar el pueblo ya los conoce, el sello indeleble del oscuro progresismo oxidado y perverso los persigue.