La irrupción de miembros de policía en la Embajada de México en Quito, con el fin de capturar al ex vicepresidente ecuatoriano Jorge Glas, aparte de ser una gravísima violación de los tratados internacionales, dejó al descubierto que la transgresión en materia de diplomacia, es tan habitual en Ecuador como si fuese una forma de política de estado.
Ecuador, de hecho, incumple y literalmente desacata los principios transnacionales que establecen un marco de respeto y confianza, necesarios para el buen manejo y equilibrio de las relaciones internacionales.
Curiosamente, el hecho ocurrido el pasado sábado también guarda un sonado antecedente histórico que en su momento involucró al estado colombiano y su fuerza pública.
El primero de marzo de 2008 en el marco de la operación "Fénix", desplegada por fuerzas especiales del Ejército de Colombia, fue abatido el jefe guerrillero de las Farc, alias Raúl Reyes.
Lo que en principio era motivo de celebración en toda Colombia, por tratarse de la caída de uno de los peores criminales de la extinta organización terrorista, rápidamente pasó a transformarse en una gravísima crisis bilateral, ya que el operativo se desarrolló en suelo ecuatoriano, muy cerca de la frontera con Colombia.
El entonces presidente del Ecuador, Rafael Correa, anunció que llegaría hasta las últimas consecuencias por el abuso cometido, tras lo cual ordenó el retiro de su embajador en Bogotá y la expulsión inmediata del embajador de Colombia en Quito.
Lo que calificaron como “sentimiento patriótico pisoteado”llevó a Correa a condenar con vehemencia el operativo, que se desarrolló en cumplimiento del deber y las leyes de Colombia: El Ejército fue tras un peligroso delincuente que contaba con la protección de la nación vecina, lo cual desde Quito siempre ha sido negado.
No obstante, de forma inexplicable, el actual mandatario de Ecuador, Daniel Noboa, ordenó el ingreso por la fuerza a la Embajada de México con el fin de aprehender a Glas, quien gozaba del beneficio de asilo político otorgado por el presidente mexicano, Andrés Manuel López.
Es evidente la doble moral que despliegan las autoridades ecuatorianascuando se trata de blindar a sus instituciones y al aparato estatal ante eventuales acciones externas que pongan en riesgo la seguridad nacional.
Mientras Correa exigía sanciones ante escenarios multilaterales, debido a la “afrenta” cometida por el gobierno colombiano, el abrupto acceso a la embajada mexicana, no ha tenido una posición directamente proporcional a la magnitud del agravio: El ejecutivo ecuatoriano en un escueto comunicado justificó el procedimiento.
En Ecuador rápidamente olvidaron que Julian Assange, a quien mantuvieron bajo asilo y protección en su Embajada en Londres durante casi siete años, nunca experimentó alguna perturbación a su inmunidad. Ni Scotland Yard, ni el MI6, consideraron la posibilidad de capturar por la fuerza al promotor del escándalo de WikiLeaks.
Londres no se atrevió a infringir los tratados internacionales y la Convención de Viena que defiende la inviolabilidad de las misiones diplomáticas, fue respetuosa, Quito ni en esta, ni en anteriores instancias, lo fue.
Independiente de ideologías y colores políticos, la conducta de los gobiernos ecuatorianos, en instancias diplomáticas deja mucho que desear. Exigen juego limpio en condición de local, pero promueven la trampa como visitantes.