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Óscar Campo Primera Línea

La Selección Colombia no es la primera línea de un estallido social

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Por: Óscar Rodrigo Campo Hurtado – Representante a la Cámara-CR

Muy conmovedora resultó la entrevistaque le hicieron en Buenos Aires a Doña Luisa, la madre de Néstor Lorenzo, el técnico de la Selección Colombia, que nos devolvió la capacidad de soñar, y, al menos mientras juega la tricolor, nos permitió olvidar las dificultades que enfrentamos en el día a día. Está más que demostrado que cuando nuestro seleccionado gana, y juega bien, se convierte en el único pretexto que tenemos los colombianos para unir todos los fragmentos de nuestra resquebrajada sociedad. Este argentino, abrazado por el cariño del pueblo colombiano, logró motivar a que los jugadores creyeran en sí mismos y en el poder que tienen al trabajar en equipo.

Doña Luisa, además de echarle flores a su hijo, quien demostró ser un gran estratega, habló con pasión de la selección: "los jugadores son lo más hermoso que hay" y "mi hijo supo llamar a los jugadores que eran". Y tiene razón al resaltar la importancia del talento humano, que hoy, después de esta excepcional presentación en la Copa América, y con gran pronóstico para las eliminatorias al mundial, ha logrado crear nuevos referentes e ídolos futbolísticos para la niñez colombiana, esencial para forjar las nuevas generaciones en el deporte y en la sociedad.

Lastimosamente, la prensa en el mundo terminó dándole más realce a los actos vandálicos en los accesos y afueras del estadio Hard Rock de Miami, que se convirtió en un lugar de desorden y de disturbios, que a la misma fiesta del fútbol en la final de un certamen continental. Hay que decir que, por un lado, había una deficiente contingencia logística y operativa, donde se terminaron convirtiendo, para muchos, los sentimientos de apoyo patrio a nuestra selección, en hechos bochornosos de talla mundial, donde ni el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Ramón Jesurún y su hijo, se salvaron de este escándalo. Por otro lado, el mensaje equivocado que estos hechos envían a las nuevas generaciones, mostrando en espacios de convocatoria absoluta a la atención de todo un país, conductas violentas que no contribuyen a crear en una sociedad, códigos de respeto y de comportamiento, tan necesarios en esta coyuntura que vivimos los colombianos.

Los códigos comportamentales no se forman por sí solos; están fuertemente influenciados por el comportamiento y la manera de relacionarse de los líderes, quienes terminan moldeando a las sociedades. Por ejemplo, ¿es un buen mensaje que un personaje como Salvatore Mancuso esté en libertad? ¿Se transmite un mensaje positivo cuando miembros de la primera línea, que incendiaron edificios y atentaron contra la vida de policías, permanecen impunes? ¿Qué se puede pensar de quienes se cuelan en el transporte público? ¿O de aquellos que, en un acto de rebeldía electoral, incendiaron las instalaciones de la Registraduría en Gamarra, César, con una funcionaria adentro?

El liderazgo puede servir para matizar diferencias y encontrar caminos comunes, o, por el contrario, exacerbar la diversidad y, en las pugnas sociales, proporcionar un terreno fértil para la violencia y la disputa. Trump y Bolsonaro, como perdedores en sus aspiraciones presidenciales, son ejemplos de esto. Los gobernantes tienen un rol de liderazgo social que debe guiar a los individuos que conforman los grupos sociales hacia una convivencia pacífica, rebelde dentro de la democracia, pero también respetuosa de los derechos y la dignidad de los demás.

Todos los gobiernos en Colombia han tenido que enfrentar disturbios y protestas con matices de violencia. A lo largo de la historia, la propuesta de gobierno ha sido crucial para canalizar la emotividad y mantener la gobernabilidad. Esto fue efectivo para Uribe con su seguridad democrática y para Santos con La Paz. Sin embargo, Duque, sin un propósito claro, y Petro, con un llamado incendiario al poder constituyente, no han logrado construir un imaginario común en la población.

Por el contrario, en los últimos años se ha buscado en la crispación social un nicho de poder, permitiendo que una sociedad como la nuestra encuentre en la descalificación del contrario, el vandalismo, la injuria y la calumnia, las herramientas para expresarse. Esto ha abierto la puerta a un espiral de violencia que, si no detenemos, nos consumirá.

Lo ocurrido en la final de la Copa América nos debe hacer reflexionar, como colombianos, sobre la necesidad de contar con referentes y códigos positivos para saber hacia dónde caminamos y lograr la unidad nacional.

¿Estará pasando factura en un Estado laico no tener cátedras obligatorias como la urbanidad, comportamiento y salud? Recordemos que durante décadas estas materias fueron esenciales en la educación en Colombia para fomentar el comportamiento social y los valores.

Colombia necesita cambios que no deben gestarse desde una única perspectiva ideológica. El reto que se nos presenta a todos, desde el ámbito político, social y académico, es integrar de manera efectiva la multiculturalidad y las generaciones que conviven en la sociedad.

Debemos abandonar las xenofobias y los prejuicios que tanto daño han causado, y enfocar nuestras energías en la construcción de una sociedad inclusiva y equitativa. Las manifestaciones sociales son un derecho fundamental, y como expresión legítima, deben canalizarse a través de la movilización pacífica. Estas acciones deben ser un canto a la vida, a la esperanza y a la construcción de paz, en contraposición a la violencia que tanto nos aqueja.

El Cauca es un ejemplo de una diversidad en conflicto, tanto generacional como cultural y étnica, que ha sido desatendida por el Gobierno. Si convertimos la respuesta a esta situación en una fortaleza y abordamos los desafíos desde una perspectiva plural y enriquecedora, podremos salir adelante. Sin embargo, si no logramos manejar las diferencias de manera pacífica, el vandalismo y los estallidos violentos no cesarán.

Nuestra debilidad para dialogar y entendernos es evidente. Pero cada día es una nueva oportunidad para construir puentes y soñar con un futuro mejor. El liderazgo local y nacional debe esforzarse en mantenernos unidos en nuestra diversidad, para así transformar al Cauca y a Colombia, demostrando al mundo que, a través del respeto y la colaboración, es posible alcanzar el progreso colectivo.