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Pablo Trujillo Elecciones Venezuela

El despertar de un país hermano

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Se le atribuye a Simón Bolívar el aforismo: “Quito un convento, Bogotá una universidad, Caracas un cuartel.” No hay evidencia de que el Libertador haya escrito esas palabras, aparentemente provenientes del liberal ecuatoriano Juan Montalvo, cuya obra se desarrolló varias décadas después de la muerte de Bolívar. Sin embargo, estas aluden a una realidad institucional con raíces profundas en nuestra historia colonial.

Cuando vio nacer al Libertador, Venezuela era una sociedad periférica del Imperio Español, altamente militarizada y carente de una sociedad civil fuerte. Por otro lado, la Nueva Granada, sin contar con las riquezas extravagantes de México o Perú, se consolidó como un centro colonial de aprendizaje y desarrollo intelectual. Indudablemente, la sociedad neogranadina estuvo mejor preparada para construir la institucionalidad republicana con que soñó el Libertador, caracterizada por el respeto a los derechos individuales, a la igualdad ante la ley, y a un poder ejecutivo limitado en su capacidad de abusar del poder.

Estas diferencias se manifestaron poco después de la desintegración de la Gran Colombia, cuyo legado institucional ambas repúblicas habían heredado. En Colombia, luego de dominar la escena política durante casi una década, Francisco de Paula Santander apoyó al veterano José María Obando en las elecciones presidenciales de 1837, buscando derrotar al candidato opositor José Ignacio de Márquez. Cuando Márquez venció al sucesor elegido de Santander, el hombre de las leyes estuvo a la altura de la historia y le entregó el poder al ganador de las elecciones.

Obando y otros caudillos afines a Santander se alzaron en armas contra Márquez en 1839, dando inicio a nuestra primera guerra civil, la Guerra de los Supremos. Sin embargo, los caudillos fueron incapaces de acaparar el poder por la fuerza. Los partidarios de Márquez sentarían las bases de lo que hoy conocemos como el conservatismo colombiano y solo entregarían el poder a sus opositores en 1845, cuando Tomás Cipriano de Mosquera, nuestro primer presidente liberal, los derrotó en las urnas. Casi doscientos años después, podemos afirmar que el glorioso precedente Santanderista ha sido la norma a lo largo de nuestra historia.

¡Cuán distinta fue la suerte de Venezuela! El principal gestor de su separación de la Gran Colombia, el caudillo llanero José Antonio Páez, la gobernó directa o indirectamente desde 1830 hasta 1846. En las elecciones de 1846, Páez apoyó a José Tadeo Monagas, creyéndolo manipulable. Sin embargo, al tomar el poder, Monagas comenzó a desmarcarse del Partido Conservador de Páez, apoyándose en amigos personales y figuras de oposición. En 1848, cuando el Congreso de Venezuela, mayoritariamente conservador, intentó destituir a Monagas por violaciones a la constitución, los partidarios del presidente asaltaron al congreso, asesinando a cuatro diputados y condenando a muchos más al exilio.

Así concluyó la primera verdadera transición de poderes en la historia independiente de Venezuela, producto de un caudillo que intentó infructuosamente aferrarse en el poder, sólo para verse derrotado en el ajedrez brutal de la política autocrática. A partir de 1848, Monagas y sus partidarios podrían gobernar sin ningún tipo de control por parte del legislativo o las cortes. Hasta 1958, Venezuela permanecería sumida en la autocracia, careciendo inclusive de los débiles controles institucionales que había heredado del caudillismo de Páez.

En 1958, ambos países vivieron un nuevo punto de inflexión. En Colombia, el Frente Nacional representó un paso hacia adelante,un acuerdo entre liberales y conservadores para dejar atrás la violencia política y fortalecer nuestras instituciones como nunca antes. Sin embargo, fue mucho más dramática la transformación de Venezuela bajo el Pacto de Puntofijo, un acuerdo entre las fuerzas políticas del país para hacer de Venezuela, por primera vez, una verdadera democracia liberal.

Durante casi cuarenta años, Venezuela alcanzó mayores niveles de libertad individual, igualdad bajo la ley y limitaciones al poder ejecutivo que Colombia. Fue, además, una sociedad mucho más próspera. Los ingresos per cápita de Colombia siempre habían sido menores a los de Venezuela, pero durante el periodo de mayor bonanza petrolera, entre 1960 y 1980, los ingresos colombianos alcanzaron apenas una tercera parte de los venezolanos. Por primera vez, millones de colombianos optaron por buscar en Venezuela un futuro mejor, sobre todo con la llegada del narcoterrorismo de los años ochenta y noventa.

Hace treinta años, habría sido difícil anticipar que la democracia colombiana se fortalecería ante la amenaza narcoterrorista, mientras que Venezuela viviría el mayor retroceso institucional en la historia del hemisferio. Más difícilmente aún se habría podido predecir que hoy los ingresos per cápita de Colombia sean casi tres veces los de Venezuela, o que casi tres millones de venezolanos huirían hacia Colombia.

Quizás el único pensador del siglo veinte lo suficientemente visionario habría sido el economista Friedrich Hayek, para quien la libertad económica era una condición esencial de la prosperidad y la democracia.

Los gobiernos democráticos de Venezuela erosionaron la libertad económica mucho más que sus homólogos colombianos, construyendo un estado totalmente dependiente de una industria petrolera nacionalizada y subsidiando a un sector privado que, sin apoyo estatal, no podría competir ni subsistir.

En Colombia, nuestro estado pobre y amenazado se vio obligado a dar garantías cada vez mayores de institucionalidad y estabilidad para sobrevivir. A eso se debe el mayor logro de la Constitución de 1991: un poder judicial con mayor independencia frente al ejecutivo del que gozaba el venezolano incluso antes del chavismo. A eso se debió nuestra casi milagrosa recuperación.

Quizás la mayor ironía de todas es que tantos colombianos, inconscientes de esta historia, hayan elegido en el 2022 a un presidente que desprecia todo lo que hizo grande a Colombia: la libertad económica, los derechos individuales, la igualdad ante la ley y la limitación de los poderes del ejecutivo. En cambio, hoy el pueblo venezolano ya no tiene a un tirano chavista por dirigente espiritual, sino a María Corina Machado, una dama de hierro a la altura de la historia cuyo mayor anhelo es ver a su patria florecer bajo estos valores. Este 28 de julio, esperemos que cese la horrible noche en Venezuela, y que más temprano que tarde, con un nuevo gobierno en Colombia, ambos países puedan avanzar juntos hacia un futuro digno del orgullo de Bolívar.