La América de nuestros tiempos es un laboratorio de gobiernos anti institucionales y destructivos.Algunas variantes se consideran abanderadas orgullosas de la violencia revolucionaria y el terrorismo, mientras que otras marcan cierta distancia con sus antepasados ideológicos. Algunas portan sombreros campesinos y promueven la intolerancia étnica, mientras que otras ostentan un fingido progresismo cosmopolita para ganarse los elogios de la academia y los medios extranjeros.
Algunas oscilan violentamente entre estos extremos según la coyuntura que enfrenta su gobierno, mientras que otras conservan el balance tóxico con el que vencieron en las urnas. A diferencia de los populismos de la marea rosa de los años 2000, la gran mayoría de estos proyectos han sido incapaces de consolidar su legitimidad política y presencia institucional a largo plazo. La gran excepción ha sido el gobierno de Andrés Manuel López Obrador(AMLO) en México, el populista perfecto, cuya infección de la democracia parece nunca haber generado anticuerpos.
El mandatario mexicano ha logrado conservar niveles de aprobación por encima del 60% a lo largo de su gobierno y por encima de dos tercios desde febrero del año pasado. Las elecciones del domingo pasado le dieron la victoria a Claudia Sheinbaum,su sucesora elegida, así como a los candidatos del partido hegemónico, Morena, en casi todos los gobiernos regionales. Además, la coalición de López Obrador ha expandido sus mayorías en el congreso, con las que podrá, con oposición mínima o nula, reformar la constitución mexicana y socavar la independencia del poder judicial.
El éxito del proyecto de Morena se debe en parte a que su líder natural no es un socialista dogmático y recalcitrante, por lo que nunca ha estado dispuesto a tomar grandes riesgos políticos por razones ideológicas. No ha defendido ideas radicalmente contrarias a las creencias de la mayoría de los mexicanos, e inclusive ha practicado cierta austeridad fiscal. En cambio, ha trabajado, en relativo silencio y con una sonrisa humilde y cantinflesca, en la reorientación del estado mexicano al servicio de su maquinaria política. Ha reducido inversiones críticas en los sistemas de salud, educación y seguridad, todas esenciales para el funcionamiento de la sociedad pero demoradas en dar dividendos políticos. En cambio, ha gastado desaforadamente en industrias estatales ineficientes, elefantes blancos y transferencias monetarias directas, todas recompensas altamente visibles para sus electores pero menos propicias a la formación de una ciudadanía próspera y autosuficiente.
¿Cuál ha sido el legado del populismo perfecto?En materia de seguridad, la política de “abrazos y no balazos” produjo el sexenio más violento en la historia reciente del país. Desde el 2018, más de 175,000 mexicanos han sido víctimas de homicidio y docenas de candidatos locales fueron asesinados en las elecciones generales de este año. El narcotráfico se ha apoderado de regiones enteras. De hecho, la revista Science estima que los carteles mexicanos emplean a alrededor de 175,000 personas, alrededor de tres veces la cantidad de integrantes del Cartel de Medellín a finales de los años ochenta y 18 veces los actuales integrantes del ELN y el Clan del Golfo juntos.
En materia institucional, México ha retrocedido enormemente, consolidando su posición como la democracia con más de 20 millones de personas más corrupta de toda América, según datos de Transparencia Internacional. Por su parte, la revista The Economist, que mide anualmente la calidad de la democracia en todo el mundo, hoy cataloga a México como un régimen híbrido, mientras que hace seis años era una democracia deficiente. Hoy, la democracia mexicana es tan frágil como lo era la venezolana en el año 2012, y más frágil que la de Bolivia durante el mandato de Evo Morales.
Algunos observadores reconocen estos problemas, pero perciben que en la era AMLO, México ha vivido una prosperidad económica robusta y generalizada. Consideran que se ha vivido una industrialización exitosa, aprovechando la coyuntura del “nearshoring,” o la tendencia de grandes empresas estadounidenses a mudar su producción de Asia a Latinoamérica por razones geopolíticas y monetarias. Lo cierto es que si México se ha beneficiado de esta tendencia, ha sido por la integración plena que ha gozado con la economía de los Estados Unidos desde que entró en vigencia el acuerdo comercial NAFTA en 1994. Durante la segunda mitad de los años noventa, México experimentó un auge económico fundamentado en la expansión de sus industrias manufactureras exportadoras.
Después de este impulso inicial, la economía mexicana creció al compás de la estadounidense. Entre 2003 y 2018, ambos países vivieron una expansión de ingresos acumulada del 36%. A diferencia de las demás grandes economías de Latinoamérica, México no experimentó una expansión agresiva durante el auge de las materias primas entre 2004 y 2014. Por otro lado, entre 2014 y 2018, tampoco vivió la desaceleración que atormentó a sus pares latinoamericanos, pues su crecimiento ya no se fundamentaba en la exportación de commodities a los mercados globales sino en el comercio de alto valor agregado con los Estados Unidos.
Con la llegada de López Obrador al poder, esta tendencia se rompió.El inicio de su mandato provocó una prolongada recesión, agravada por el COVID-19, de la cual el país se ha recuperado tímidamente desde el año 2021. Por primera vez desde el 2003, México está rezagado frente a los Estados Unidos, cuya economía ha crecido alrededor de ocho puntos porcentuales más, en términos acumulados. De haber seguido en la trayectoria previa a este gobierno, México habría sumado más de 270 mil millones de dólares al poder adquisitivo de su economía, una suma semejante a la economía entera de Ecuador.
Por ende, las reducciones de la pobreza monetaria en la era AMLO no se han fundamentado en una economía genuinamente robusta, sino que han venido a expensas de inversiones importantes en servicios básicos. Entre 2018 y 2022, la cantidad de mexicanos sin acceso a servicios de salud subió de 20 millones a 50 millones; casi la mitad de la población.
A pesar de estos resultados, el partido Morena permanecerá en el poder hasta el año 2030. Logró asegurar lo equivalente a tres presidencias colombianas, caracterizadas además por una amplia gobernabilidad. Esperemos, por el bien de los mexicanos y de toda la región, que el gobierno Sheinbaum pueda distinguirse positivamente del legado que lo llevó al poder.