En mi última entrega de esta columna, abordé la importancia histórica de los relevos generacionales en las altas esferas del poder estatal. Sugerí que Colombia está al borde de su próximo relevo generacional, un cambio postergado por la llegada de Gustavo Petro a la presidencia, el primer sexagenario en posesionarse bajo la Constitución de 1991.
Para abordar el posible impacto de la transición inminente, detallé el impacto del primer relevo generacional en nuestra historia republicana, cuando una generación de mandatarios bolivarianos, comprometidos ante todo al sueño gran-colombiano, dio paso a una generación de liberales santanderistas.
Estos últimos sentaron precedentes críticos para la identidad institucional de la Colombia moderna, como lo fueron la primera transferencia pacífica del poder, la abolición definitiva de la esclavitud, y la primera defensa exitosa del estado de derecho contra las sublevaciones armadas.
En esta columna, continuaremos nuestro recorrido por la historia de Colombia, enfocándonos en las tres generaciones que marcaron la segunda mitad del siglo XIX.
Nacidos entre 1804 y 1815, denominaré a los sucesores de la generación Santanderista como la generación de los partidos. Aquellos nueve mandatarios, diversos en sus convicciones políticas, crecieron bajo la sombra de las guerras de independencia y el colapso de la Gran Colombia.
Nacieron al crepúsculo de la época colonial, por lo que no recordaban ningún orden político perdurable. Quizás por eso se destacaron particularmente en el campo de las ideas y la institucionalización de las mismas. Por ejemplo, Mariano Ospina Rodríguez no solamente co-fundó el Partido Conservador, sino que también fue el primer presidente elegido bajo sus banderas ideológicas.
Su contemporáneo Ezequiel Rojas, sin alcanzar nunca la presidencia, institucionalizó la tradición santanderista de sus mayores, formando las bases del Partido Liberal. En conjunto, la generación de los partidos gobernó relativamente poco, alcanzando su máxima influencia entre 1853 y 1865, pero en esos años cortos libraron dos guerras civiles y gestaron la liberalización y descentralización radical del país, manifestada en la Constitución de Rionegro en 1863.
Aquel país turbulento, caracterizado por uno de los gobiernos nacionales más débiles del continente y frecuentes combates entre ejércitos regionales, fue administrado por lo que denominaré la generación liberal, nacida entre 1820 y 1833. Sus integrantes fueron los primeros ciudadanos natos de una república que, a lo largo de sus vidas, había avanzado cada vez más hacia los ideales de la Ilustración. Recibieron una sociedad democrática rodeada de tiranías y caudillismos, pero a la vez un país caótico, disfuncional y hostil a la libertad religiosa.
La generación liberal contó con quince mandatarios, que gobernaron principalmente entre 1866 y 1892. Casi todos pertenecieron al Partido Liberal y, en las primeras dos décadas de su hegemonía, realizaron los avances limitados que les permitió la turbulenta situación del país, contando cada uno con apenas dos años por periodo presidencial. Sin embargo, fue Rafael Núñez, el más destacado estadista de su generación y un liberal cartagenero, quien impulsó la reforma constitucional de 1886, enfocada en la estabilización política del país como condición básica para el desarrollo.
Si la generación de los partidos se caracterizó por la radicalización insostenible de los principios libertadores como base de una ruptura con la historia colonial, la liberal fue la primera en entender que ya no gobernaban una colonia liberada sino una república joven, y en intentar aprender de medio siglo de vida republicana para corregir sus errores.
La generación conservadora, nacida entre 1843 y 1858, vivió a temprana edad la inestabilidad crónica y el estancamiento económico de aquella época.
No se limitaron, como Rafael Núñez, a encontrar imperfecciones y excesos en el liberalismo radical del siglo XIX, sino que llegaron a reivindicar activamente el pensamiento de Bolívar y la cultura hispánica. Predominaron en el poder entre 1892 y 1910, siendo la primera en ser casi totalmente conservadora, e inicialmente buscaron profundizar la reforma de 1886 mediante la represión estatal y la persecución de los opositores. Aquella primera etapa culminaría en la Guerra de los Mil Días y la separación de Panamá, que en conjunto dejaron al país en condiciones de devastación física, pobreza material y humillación geopolítica.
Marcada por aquel fracaso inicial, la generación conservadora vendría a representar en los años siguientes una actitud profundamente pragmática, reformista y estabilizadora. El gobierno de Rafael Reyes, entre 1904 y 1909, promovió la reintegración nacional al incluir opositores en su gabinete. Comprometió al país al patrón oro, acabando así con los terribles episodios de inflación de los años anteriores, y dedicó recursos considerables a la modernización de nuestra infraestructura.
Pedro Nel Ospina, otro gobernante de aquella generación, implementó las recomendaciones de la Misión Kemmerer de 1923, estableciendo el Banco de la República como institución garante de la estabilidad monetaria y a la Contraloría como promotora independiente de la transparencia estatal.
Tanto la generación liberal como la conservadora contribuyeron a los fracasos que marcaron la llegada de nuestro país al siglo XX. Sin embargo, fue mediante la Constitución de 1886 y las transformaciones políticas e institucionales que la sucedieron que Colombia logró construir la prosperidad y estabilidad de 1909-1929. Luego de un siglo de conflicto y estancamiento, el país alcanzó los niveles de crecimiento económico más altos del mundo entero, bajo una carta magna que perduraría por más de un siglo y cuyas instituciones básicas prevalecen en nuestros tiempos. Todos estos logros habían eludido a las generaciones fundadoras del país.
En mi próxima columna, aplicaré esta óptica al siglo XX, buscando ante todo entender el país que recibieron los gobernantes de nuestros tiempos.