Para subyugar a 46 millones de personas entre Cuba, Venezuela y Nicaragua,la extrema izquierda latinoamericana ha adquirido una cualidad camaleónica mucho más pronunciada que la de sus pares en el resto del mundo. Se ha camuflado en el seno del catolicismo, aprovechándose de la teología de la liberación para manipular a millones de creyentes.
Por otro lado, ha usurpado las imágenes de nuestros héroes nacionales, conquistando así la religión laica de nuestros estados. Así lo hicieron con la imagen de José Martí en Cuba y luego, de manera aún más perversa, con la de Bolívar en la región andina. En un momento crítico para Colombia y sus vecinos, considero crucial desmentir el falso bolivarianismo que nos rodea y abordar al Libertador como un pensador complejo de quien aún tenemos mucho que aprender. Esta será la primera de muchas columnas dedicadas a ese proyecto. Por hoy, pretendo rastrear los orígenes y características del falso Bolívar que han construido los mayores tiranos del hemisferio occidental y sus cómplices intelectuales.
El Bolívar radical se remonta a la década de 1940, al menos en Colombia.Para entonces, Bolívar había dejado de ser percibido en el imaginario colectivo como un prócer del conservatismo y, por lo tanto, enemigo del liberalismo, que en el siglo XIX abrazó a la figura rival de Santander. Al igual que en Venezuela, Bolívar se había consolidado como una figura genuinamente nacional. Al mismo tiempo, las corrientes políticas de una Europa sumida en el totalitarismo y la guerra comenzaron a intensificar las crecientes tensiones partidistas en Colombia.
Algunos conservadores bolivarianos se acercaron al fascismo, caracterizando anacrónicamente a Bolívarcomo una suerte de Mussolini del siglo anterior, pero esa corriente se disipó en cuestión de pocas décadas. Fue mucho más duradera la visión del otro extremo, de aquellos liberales bolivarianos cercanos al socialismo, que veían en Bolívar un “demagogo” y un “radical” dispuesto a “precipitar la transformación de un país mojigato en una verdadera república igualitaria y democrática,” como lo describió el político radical Milton Puentes en un libro de 1942.
Luego de la revolución cubana de 1959, esta visión comenzó a esparcirse al compás de las balas asesinas del terrorismo, respaldadas por las arcas de la dictadura castrista. Francisco Pividal, un académico cubano al servicio de la misma, elaboró en gran detalle esta narrativa en su libro de 1977, Bolívar: Pensamiento Precursor del Antiimperialismo. Irónicamente, Pividal tomó de los conservadores colombianos del siglo XIX su desdén por Santander, a quien ambos consideran un liberal clásico por excelencia. Lo acusa, a diferencia de Bolívar, de reducir “los problemas de la sociedad hispanoamericana” a “fórmulas idealistas norteamericanizadas o europeizantes, sustanciadas sobre la base del ‘orden existente’ y enmarcadas, por supuesto, dentro de su manido respeto por las leyes.” Sin embargo, mientras que los conservadores veían en Bolívar una alternativa pragmática, estabilizadora y tradicionalista al legalismo utópico que percibían en Santander, Pividal veía en el Libertador un agente plenamente revolucionario, enemigo de cualquier tipo de estado de derecho.
Al intentar vincular las críticas de Bolívar al mundo colonial hispanoamericano con las creencias del oficialismo cubano sobre el capitalismo latinoamericano tal como existía en la década de 1970, Pividal reconfiguró estas críticas de maneras que habrían sido irreconocibles para el mismo Bolívar. Al comparar los “monopolios del Rey” que Bolívar buscaba desmantelar con los del “imperialismo norteamericano,” Pividal transformó una crítica liberal de los antiguos monopolios absolutistas en una crítica socialista de la concentración de mercado. Al cuestionar si la “situación del hombre americano” ha cambiado desde la abolición de la esclavitud por la que Bolívar luchó ferozmente, Pividal trivializó aquel gran logro como si se tratara de un paso apenas perceptible hacia los objetivos más radicales de un hipotético Bolívar socialista.
El resultado final de esta interpretación es un vulgar anacronismo. Según sus dogmas, escasamente sustentados, las seis repúblicas descendientes de la Nueva Granada y el Virreinato del Perú tuvieron por libertador a una figura caracterizada por su desprecio por la ley, su hostilidad al mundo anglosajón, y un repudio al liberalismo tan feroz como el que sentía por la dominación colonial española. Es una visión que aleja a Bolívar de la Ilustración de Washington y San Martín, en la que realmente fuimos concebidos como repúblicas, y lo acerca al tercermundismo socialista de la Guerra Fría que encarnaron Nasser, Gadafi, Castro y Mugabe.
Afortunadamente,nada podría alejarse más de la realidad histórica, pues de lo contrario es difícil dimensionar la miseria que reinaría hoy en nuestro continente. Como demostraré en columnas futuras, Bolívar fue un liberal clásico en el sentido más pleno de la palabra, cuya visión particular nos deja lecciones importantes que no hemos terminado de aprovechar.