Miro el recorrido vital de mi vida: veo el registro y la sagaz memoria devuelve los últimos 50 años. En 1973 empecé lleno de ilusión, miedo y esperanza mis estudios médicos.
En 1979 obtuve el título y luego, como una ruleta, ingresé a Neurocirugía. Finalicé y seguí dos años fuera del país. Regresé -15 años más tarde-para empezar a ejercer. Negué la opción de quedarme en el exterior, quería volver y empujar la especialidad con mi esfuerzo y trabajo. Los primeros 10 años de práctica no salí de un solo sitio: allí aprendí y de los traspiés se fue acumulando experiencia. Enseñé sin reservas y paulatinamente se fue formando mi carácter médico.
Tocó vivir la concepción, ejecución e inicio de la Ley 100 de 1993. En forma generosa fueron ofrecidos por las empresas y acepté la vinculación como adscrito.
Recuerdo los conceptos, mis colegas solicitándome que estuviera lejos de su práctica. Advertencias y unas sutiles amenazas; luego el tiempo las fue madurando y en unos meses de rápida evolución los resultados se dieron. La cobertura en el país estaba por encima del 90%, la salud se consideraba un derecho y los médicos nos acostumbramos que nuestro ejercicio fuese reconocido por un 30% de los honorarios equivalentes. Los que la rechazaron, tardíamente, querían ingresar.
Hubo dificultades, abusos y muchos sobresaltos. Recuerdo el cierre inmisericorde de la institución donde trabajé los primeros años. Una cifra ridícula dice que fue su causa y más sonora aún la sordera privada y pública que no escucharon nuestra súplicas para seguir adelante con esta institución que había formado lo mejor en los recursos humanos y adornado de prestigio y seriedad la salud en Colombia. Descubrí en 1996 que el DNA de la salud de los colombianos tenía dormida la empatía.
Siguió avanzando la salud, con problemas expuestos y poco reconocimiento a sus logros. Los médicos con un silencio sepulcral y las asociaciones que los representaban nadando lejos de este recorrido. Hace cerca de 10 años unos colegas iniciadores trabajaron duro, tocaron puertas, abrieron espacios y por fin se logró la aprobación de la Ley Estatutaria de Salud, Ley 1751 del 2015, donde la salud quedó establecido como un derecho y se esbozaban los mecanismos de su protección. Había que seguir trabajando para su implementación, pero esto nunca se hizo.
Y el tiempo sin detenerse mostró los sucesivos errores: hay un déficit aproximado de 10 billones de pesos y todos los tratamientos -sin excepción-debían ser cubiertos. La demanda aumentó en un 40% y la población envejeciendo, disminuyendo además su tasa de natalidad. La Unidad de Pago de Capacitación no se incrementó y el hueco fiscal empezó a agrandarse. Qué decir de los nuevos medicamentos y las confusiones en las facturas. Los dos últimos años fueron negros: sin aumento por afiliado a las EPS y en el aire los Presupuestos Máximos.
Las EPS pidieron auxilio y que se les pagara la deuda. No hubo respuesta. Comienzan las intervenciones y luego las renuncias de las otras para alejarse del sistema. Hoy, 37 millones de colombianos están sin EPS y esto en una definición simple es una tragedia. Los médicos están acorralados y acobardados: no hay una protesta colectiva que los una: se ejerce hasta que las EPS tengan fuerza para resistir los insumos que cada día están más caros y poco exequibles. Petro escribiendo confusos mensajes y los dos ministros de salud un desastre. Después de pelear con todos los actores ojalá lo retiren pronto.
La reforma de la salud fue devuelta (coincido), y las propuestas de control fiscal y auditoría suenan infantiles. No imagino a los alcaldes en provincia haciendo los trámites que esto requiere. Hay una información estadística que muestra los vacíos en nuestro sistema: de 1979 hasta 2021 el 19,7% de todas las muertes se debieron a fallas en el sistema de salud. Este año se han asesinado 4 mujeres a la semana y el feminicidio sigue disparado. Si estos dos indicadores están muy altos y el sistema estaba funcionando, qué pasará ahora cuando las EPS sean aniquiladas.
Hay un colapso del sistema de salud colombiano y que dolor - tener que escribirlo así de claro- después de 50 años de práctica profesional.